7 junio, 2014

Maldiciones Familiares : El caso Copi

El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.
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Maldiciones Familiares : El caso Copi
Por J. J. Ascasubi, espiritista matriculado
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Es bien sabido que en ciertas ocasiones el espíritu desborda las convencionales ataduras de la carne. Un nacimiento, una muerte o el simple perímetro físico de la dama o el caballero resultan límites demasiado débiles e imprecisos como para que no puedan ser salvados con facilidad por las llamaradas de un temperamento fogoso que esté dotado con el estigma del genio o incluso con los talentos más módicos del simple hijo de puta.

Solemos considerar a las historias de vampirismo como un reflejo desvaído de mecanismos bastante más comunes y acaso más siniestros que operan en nuestra vida cotidiana. No existe ningún misterio en ello: muchas veces, la extraña parábola que dibuja en el tiempo el devenir de los seres necesita de más de una existencia para completarse. Es curioso que nuestra mente pueda concebir una obra literaria repartida en varios volúmenes pero se resista frente a la idea de que las conciencias individuales prolonguen historias comenzadas en otro lugar y en otro tiempo.

Y, sin embargo, tal es el caso que hoy nos ocupa. “Posesión diabólica en primer grado”, podría ser una manera efectiva de presentarlo, acaso no menos justa que “existencias colectivas” o “vidas con yapa”. La historia es la de un niño que necesitó de toda una vida para purgar el trato con su abuela, de cómo aprendió a sobrellevar los demonios heredados y, finalmente, de cómo la terrible abuelita fue castigada por su víctima en una suerte de exorcismo colectivo. Es la historia del pequeño Copi y de su siniestra abuela, Salvadora.

Esta perversa e interesante dama fue la mujer de Natalio Botana, el famoso creador del diario “Crítica”. Según cierto cronista que ha pedido mantener su nombre oculto: “Salvadora Medina Onrubia de Botana, anarquista, poeta, dramaturga, adicta al éter, el whisky caro, la magia negra y la pasión sin sexo definido, era una fiera a la que Botana jamás logró domesticar. La llamaban “la Venus roja” y había llegado a la vida de Botana en los primeros días de Crítica, con un hijo natural en los brazos (apodado Pitón) y una belleza desafiante que lo fascinó. Con ella tuvo dos hijos varones (Helvio y Jaime), pero solo logró convencerla de formalizar el matrimonio cuando nació una mujer, Georgina Nicolasa, a la que llamaban La China.”

Modernas escritoras feministas han hecho esfuerzos denodados para tratar de incluirla en sus cánones, pero Salvadora resistió con éxito semejantes embates gracias a una particularidad muy pronunciada: era más mala que la mierda. En estos retratos, donde el serrucho deja afuera todo aquello que no encaje con el esquema de lo políticamente correcto, se la recuerda en su rol de escritora y anarquista pero no se menciona su extremado racismo ni la violencia a la que sometió a sus hijos (a los que tildaba directamente de mulatos, un hecho que según ella podía ser fácilmente comprobado porque “es sabido que los negros tienen el ano blanco”). Esto es algo que aparece narrado en el libro de memorias de su hijo Helvio, junto al incidente en el que Salvadora, indirectamente, llevó al suicidio a “Pitón” al revelarle tras una paliza que él no era hijo de Natalio Botana.

A modo de venganza final (y siempre siguiendo la versión de Helvio), Salvadora también tuvo su desengaño privado cuando una de sus tías le reveló su verdadero origen. No era descendiente de una princesa española, sino hija de una artista del circo “Brasitas de Fuego”, que realizaba un número en el que bailaba can-can y saltaba sobre su caballo. La decepción la llevó a la tumba. Sus últimas palabras fueron: «¡odio! ¡odio! ¡odio!».

La biografía de Helvio (que se encuentra fuera de circulación desde hace años) fue cuidadosamente desacreditada. La secretaria de Salvadora llegó posteriormente al punto de atribuir la muerte de “Pitón” al mismo Helvio, supuesto autor de un disparo accidental. Sin embargo, esta posibilidad no explica la despedida que su hija Georgina (“La China”, recuerden) dedicó a su madre desde las páginas de un diario porteño: “Haría cualquier cosa por librar a mis hijos del clima en que nosotros crecimos, de la amargura y el asco a la vida que nos hiciste sentir desde que tuvimos uso de razón”.

Precisamente es uno de esos hijos el que interesa al espiritista avispado: Raúl Damonte Taborda. El nombre puede no decirnos demasiado, porque Raúl fue más conocido por el apodo con el que lo rebautizó Salvadora, su abuelita, siempre atenta a los avatares de la piel. “Copi” fue llamado así porque era “blanco como un copito de nieve”.

Aquí, tenemos, extraída de nuestros archivos privados, una comparación fotográfica entre abuela y nieto. Podríamos calificar al parecido de asombroso, si no fuera porque muy pocas cosas asombran realmente al espiritista curtido.

copi y salvadora

Se trata de una operación puramente matemática: se sabe que uno y uno son dos, excepto en aquellos casos donde resultan ser once. Baste decir que, al final, Salvadora resultó ser lo suficientemente anarquista como para burlarse de las leyes de la unidad de la materia. Reencarnada como Copi volvió finalmente a Europa, su querida Europa natal, para realizar una gira triunfal en donde subió a las tablas no sólo para ser aclamada ya como autora sino también como intérprete.

Tampoco dejemos de lado su obra como escritora o dibujante de historietas: madres que ceban a sus hijas para devorarlas, écuyères que agonizan mascullando la palabra “odio” y arpías de todo tipo son algunas de las criaturas en donde Salvadora, ferviente espiritista, seguirá destilando por un tiempo más su particular concepción del mundo.

Por supuesto, Raúl Damonte Taborda era un muchacho respetuoso del apellido, la familia y todo eso; y decía que el personaje que representaba sobre el escenario era Eva Perón. Pero nosotros sabemos que se trataba de un exorcismo colectivo, un ritual destinado a poner el punto final de una historia.

¿No es verdad, Raúl? Si estás de acuerdo, da dos golpes en la mesa.

 

Bibliografía: Botana, Helvio. “Tras los dientes del perro”. Peña Lillo editor, Buenos Aires, 1985.

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