27 julio, 2015

Hegemonía y oportunismo

Por Ulises Bosia. El sorpresivo cambio de discurso del macrismo en cuestiones como el carácter estatal de las jubilaciones, YPF o Aerolíneas Argentinas, así como la defensa de la Asignación Universal por Hijo, dicen mucho del PRO pero también permiten una lectura posible de nuestra sociedad.

Por Ulises Bosia. El sorpresivo cambio de discurso del macrismo en cuestiones como el carácter estatal de las jubilaciones, YPF o Aerolíneas Argentinas, así como la defensa de la Asignación Universal por Hijo, dicen mucho del PRO pero también permiten una lectura posible de nuestra sociedad.

Las palabras de Macri luego del ajustado triunfo de Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires abren al menos dos caminos para la reflexión. Por un lado, de manera directa, desnudan la hipocresía y el oportunismo de un candidato presidencial que no tiene ningún problema en contradecir las principales posturas que su partido y que él mismo defendió a lo largo de estos años, con el argumento de que “es necesario acercarse a la gente”, es decir, por la sola conveniencia electoral.

El PRO considera que en la actualidad no puede ganar una elección presidencial con los votos de las personas que se identifican con el antikirchnerismo, que representan aproximadamente una tercera parte del total.

Lógicamente, este “giro” en su discurso no logrará engañar al tercio que se identifica con el kirchnerismo, pero apunta a acercar al PRO al tercio que a lo largo de estos 12 años osciló entre uno y otro de los polos principales de la realidad política nacional. Curiosamente, el partido que se proclama “más allá de las ideologías” y “más cerca de la gente común”, es el que tiene mayores dificultades para construir una mayoría social.

Un cambio tan brusco disminuye sus probabilidades de éxito, porque seguramente le resta credibilidad, al PRO en primer lugar, pero de rebote también al conjunto de la política. En todo caso no es una exclusividad del macrismo.

Algo parecido puede decirse también de distintos intendentes de la provincia de Buenos Aires que cambiaron de camiseta sin mayor pudor ante el cierre de listas del mes pasado, olvidaron sus cuestionamientos y se sumaron al caballo que creen ganador, principalmente del Frente para la Victoria, como los casos de Katopodis en San Martín y Othacehe en Merlo. Y una cosa similar está ocurriendo ahora mismo en la dirigencia sindical, que se prepara para reunificarse de cara al recambio presidencial.

Sin ir más lejos, la necesidad de conformar una mayoría social ganadora que motiva el giro de Macri es también el principal argumento que llevó a Daniel Scioli a la precandidatura del Frente para la Victoria. Como repite tarde, mañana y noche, Scioli es la carta de la “victoria”, algo que ningún representante del “kirchnerismo puro” podía equiparar. Su capacidad de atraer a una mayor amplitud de votantes fue determinante, y no sería nada raro que una vez superada la prueba de agosto, Scioli también desarrolle una política destinada a sectores más amplios del electorado, entrando en un terreno de mayores contradicciones con la actual gestión de Cristina, en función de ganar en primera vuelta.

¿Hegemonía kirchnerista?

Si hegemonía es lograr que tus adversarios acepten como coordenadas básicas de los debates las que vos lograste construir, entonces el “giro” del macrismo es un ejemplo claro de hegemonía kirchnerista. Dicho de otra manera, construir hegemonía sería lograr que el partido se juegue de local, en tu cancha y que tus adversarios deban ubicarse a partir de los debates que vos quisiste instalar.

Sin dudas, una intervención del Estado en la economía para garantizar la regulación de ciertos mercados, la redistribución de ingresos o la ampliación de derechos, forma parte de un consenso mayoritario -aunque para nada unánime- en la sociedad argentina actual. Esta buena noticia se deja traslucir en la estrategia continuista de la campaña de Scioli pero también en el “giro” de Macri

Este piso de opiniones representa un saldo ganado de este proceso y, al mismo tiempo, la principal fuente de optimismo desde el punto de vista de los intereses populares, ante una nueva etapa política que, en cualquiera de sus rostros posibles, se preanuncia más conservadora que la actual.

Por otro lado, que la elección presidencial deba definirse entre Scioli, Macri y Massa cuestiona la solidez de la hegemonía construida y recuerda que los consensos pueden cambiar y dejar de ser tales. Vale la pena preguntarse entonces, ¿cómo se construyen? ¿cómo se transforman? ¿de qué depende su solidez?

La experiencia histórica enseña que el inicio del neoliberalismo en nuestro país fue posible recién una vez que las Fuerzas Armadas tomaron el poder para dar comienzo al terrorismo de Estado, no casualmente “el rodrigazo” fue derrotado meses antes. Y que el consenso sobre las privatizaciones y la apertura de la economía de comienzos de los 90 sólo fue posible después de la experiencia traumática de la hiperinflación.

Algo similar ocurrió en países como los Estados Unidos donde el presidente Ronald Reagan recién pudo desplegar su política neoliberal tras derrotar una importante huelga aeroportuaria; lo mismo que en Gran Bretaña donde Teatcher sólo pudo imponer sus políticas tras vencer una gran huelga minera.

Es decir, la destrucción de conquistas populares y derechos sociales requirió experiencias traumáticas o violentas, o duras derrotas de la clase trabajadora. Sin embargo, en nuestro país en la actualidad no se verifica nada de todo eso, felizmente.

Por el contrario, los años posteriores al final de la hegemonía neoliberal dieron lugar a una nueva experiencia de ascenso social y progreso, de alcances mucho más limitados que las vividas cincuenta o sesenta años atrás, pero existente. A ese balance remite Cristina de manera recurrente, cuando invita a preguntarse si estamos mejor o peor que en el 2003. Y por esa razón, los principales debates políticos no tienen que ver con una transformación estructural de nuestra realidad, sino con los modos de la gestión -republicanismo/populismo-.

Este sustrato material determina el carácter reformista de la época y alimenta las expectativas de que es posible una vida digna al interior de un proyecto de “capitalismo en serio”. En última instancia, esta comprensión explica el “giro” del macrismo, pero no le trae buenos augurios electorales. Al sciolismo sí.

@ulibosia

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