6 agosto, 2021
Hiroshima: el día en que la muerte cayó del cielo
Se cumple un nuevo aniversario del primer ataque de la historia con una bomba atómica.

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, se dio la orden desde Washington para realizar el primer ataque con bombas atómicas de la historia. Un día como hoy caía la bomba en Hiroshima, seguida tres días después por otra que devastaría la ciudad de Nagasaki.
Hiroshima y Pearl Harbor
Las acciones del gobierno norteamericano, que terminaron con la vida de más de 200 mil personas después de los bombardeos, pusieron el punto final no solo a la Segunda Guerra Mundial, en la cual Japón formaba parte del Eje junto a Italia y Alemania, sino también a la Guerra del Pacífico. Este enfrentamiento bélico se había desencadenado por los deseos de expansión de Tokio sobre áreas en disputa tanto con China como con la Unión Soviética y se recrudeció con la ocupación de Indochina.
El resultado de semejante acción fue la imposición de un bloqueo por parte de las naciones cuyos intereses económicos y políticos se vieron afectados, entre ellos Gran Bretaña y EE.UU.
La respuesta de los japoneses no se hizo esperar y, en 1941, atacaron de forma sorpresiva (y sin ninguna declaración de guerra previa) las bases militares y territorios controlados por sus enemigos, principalmente estadounidenses, británicos y holandeses. El hecho más emblemático de esta embestida es, sin lugar a dudas, el bombardeo sobre la base naval norteamericana de Pearl Harbor, en Hawai.
La mañana del 7 de diciembre de 1941, 353 aviones japoneses destruyeron una parte significativa de las naves y hundieron la mitad de los barcos que se encontraban en el puerto. Esto fue un punto de inflexión que afectó seriamente los vínculos tanto a nivel diplomático como al interior de la sociedad norteamericana, dado que al día siguiente se declaró la guerra contra el Imperio de Japón. De esta forma se impuso la entrada efectiva de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, con la declaración de guerra por parte de Alemania e Italia el 11 de diciembre de 1941.
El año de la bomba y el fin de la guerra
Para mediados de 1945, con la derrota nazi-fascista consumada, la ofensiva sobre Pearl Harbor estaba muy presente en la mente de los gobernantes norteamericanos y de los altos cargos militares al momento de analizar en que términos se podía derrotar al enemigo asiático.
El 26 de julio de 1945 se proclamó la Declaración de Postdam, un ultimátum donde la URSS, Gran Bretaña y EE.UU. impusieron los términos de rendición que debería acatar Japón. Si la respuesta era negativa, los aliados lanzarían un asalto catastrófico en territorios japoneses.
El recelo de las autoridades imperiales para acatar los términos del ultimátum llevaron las relaciones hasta el punto más tenso cuando Harry S. Truman -presidente estadounidense en aquellos años- comenzó a considerar la opción de detonar las bombas que se venían desarrollando, sobre ciudades enemigas. El 15 de agosto de 1945 Japón, asolado por los ataques, aceptó los términos de los vencedores y el 2 de septiembre firmó la Declaración de Postdam.
Si bien existen muchas discusiones en torno a las razones por las que debería o no haberse ejecutado la ofensiva con arsenal nuclear, lo cierto es que Truman autorizó los bombardeos.
En sus memorias, años más tarde, el ex presidente admitiría que, tras haber consultado con uno de sus generales de mayor confianza, el costo de vidas norteamericanas que se perderían en caso de tener que organizar una invasión para acabar con la guerra sería muy alto. Este razonamiento llevó a la -aparente- única solución: usar la bomba atómica, que pondría fin automáticamente a la resistencia japonesa. Aunque parecía un gesto obstinado, las fuerzas japonesas se rendirían en combate y no mediante un acuerdo que rechazaba sus requerimientos.
Howard Zinn, historiador y politólogo norteamericano, plantea en su libro La otra historia de Estados Unidos, una postura muy crítica respecto a esta justificación esbozada desde el Estado. Retomando los informes del Estudio sobre el Bombardeo Estratégico Estadounidense, Zinn cita textualmente las afirmaciones que aseguran que Japón se rendiría “con toda probabilidad” antes del 31 de diciembre de 1945 (más específicamente durante el mes de noviembre), aún si no se hubiesen utilizado las bombas atómicas. No solamente ese estudio confirma estos datos, sino que los trabajos de inteligencia norteamericanos pudieron quebrar los códigos japoneses que corroboraban la inminente derrota, pero bajo términos acordados con los aliados y no mediante una imposición.
Es impensable que este escenario no haya afectado directamente las relaciones al interior de la sociedad norteamericana. En el mismo trabajo de Zinn vemos un ejemplo cuando recuerda lo que él llamó el estallido de una histeria anti-japonesa. El blanco de este ataque fueron los habitantes de la costa oeste de Estados Unidos japoneses o ciudadanos norteamericanos descendientes de japoneses. Este arranque de xenofobia tuvo la particularidad de contar con cierto beneplácito por parte de la gestión de Franklin D. Roosevelt (1933-1945), quien autorizó la Orden Ejecutiva 9066, que otorgaba a las fuerzas policiales del Estado la capacidad de arrestar a cualquier japonés de la costa oeste sin ningún tipo de orden o autorización previa.

EE.UU. tuvo la posibilidad de demostrarle a todos sus enemigos y al mundo entero cuál era el nivel de su poderío militar, pero ¿de donde venían estas armas tan novedosas como nocivas? De una investigación, financiada por el gobierno norteamericano, donde participaron algunos de los cientificos más prominentes del siglo XX, como Robert Oppenheimer, Niels Böhr y Enrico Fermi: el Proyecto Manhattan.
Basándose en los descubrimientos que los científicos alemanes habían alcanzado durante el intento de los nazis de desarrollar un programa nuclear, el resultado de este proyecto fueron tres bombas sumamente potentes: Gadget, que fue la bomba de plutonio usada en el primero de los ensayos (Prueba Trinity), Fat Man, que era idéntica a la anterior y fue detonada en Nagasaki y, por último, Little Boy, la bomba atómica de uranio que arrasó con Hiroshima.
Pese a que existió una gran conmoción en la comunidad científica en relación al desarrollo armamentístico y la ética, independientemente de la voluntad de los quienes desarrollaron estas armas, el dueño de las mismas era el Estado norteamericano y éste decidiría cuándo, cómo y contra quienes usarlas.
Aquí comienza la carrera en el desarrollo de armas atómicas que hoy todavía forma parte de nuestras vidas y de la política internacional. Al poco tiempo, esta ventaja dejó de ser propiedad exclusiva de Washington, ya que países como la URSS, Francia e Inglaterra pronto comenzaron a incursionar en tecnología nuclear.
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