Cultura

18 mayo, 2020

El 2×4, la táctica de Aníbal Troilo

Era viernes, el domingo anterior habían jugado Boca y River. A Aníbal Troilo lo fueron a buscar a su casa y atendió su esposa: “Usted sabe que Pichuco tiene tres amores: su vieja, el tango y su glorioso River. El domingo pasado, a las 10 de la mañana, vinieron sus amigos a buscarlo para ir a la cancha, y todavía no volvió”. El 18 de mayo se cumplen 45 años de su muerte.

Federico Coguzza

@ellanzallama

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Las luces del estudio mayor de Canal 11 están encendidas. El locutor, Horacio Aiello, aguarda que culmine la tanda. La orquesta, que cada jueves matiza la velada, acompañada por el cantor Tito Reyes no tiene a su estrella principal. Sin embargo, toca. Corre la década del ’60 y ya el tiempo es tirano en televisión. Aníbal “Pichuco” Troilo no ha dado aviso de su ausencia. Las autoridades del canal están molestas y evalúan rescindirle el contrato.

Al otro día, un amigo en común alertado por Aiello, se dirige a la casa del “Gordo” con la intención de que el bandoneonista se comunique con el canal y justifique el faltazo. Lo atiende la mujer, Zita, que ante el motivo de la visita responde con una pregunta: “¿Qué clásico se jugó el domingo pasado?”. Con algo de confusión, le cuentan que el partido que se había jugado era “Boca-River”.

Zita, sin mucho préambulo, dice: “Usted sabe que Pichuco tiene tres amores: su vieja, el tango y su glorioso River. El domingo pasado, a las 10 de la mañana, vinieron sus amigos a buscarlo para ir a la cancha, y todavía no volvió”.

Aníbal Troilo, ícono de la noche porteña de un Buenos Aires que ya no existe, contaba por aquellos días: “A los 10 años, el fueye me atraía tanto como una pelota de fútbol. Jugaba de centrojás en el Regional Palermo”. Empezó a jugar en la canchita de Novicios de Palermo, en la cortada De la Cárcova y Soler. “Dicen que jugaba bien. El secreto de los deportes es el mismo que el de la música. El ritmo y la armonía en la ejecución”, sostenía.

Nació el 11 de julio de 1914 en pleno barrio del Abasto, hijo de Felisa Bagnoli y Aníbal Troilo. Fue su padre quien lo bautizó “Pichuco”, una deformación del napolitano “picciuso”, que significa llorón. El tango reinaba en la escena porteña. En los bares, en los bodegones, el fueye era parte del menú. “La vieja se hizo rogar un poco, pero al final me dio el gusto y tuve mi primer bandoneón: diez pesos por mes en catorce cuotas. Y desde entonces nunca me separe de él”.

Una tardecita de 1928, este gordito retacón, con ojos de japonés, bajó del tranvía 31 y encaró para el lado de la calle Soler, en la frontera sur de Palermo Viejo con el Abasto y Almagro. El pibe venía del Carlos Pellegrini, su colegio. En la esquina, lo pararon los amigos: el jorobadito Goyo, Duve, el flaco Cutaro, Luisito el peluquero… «¡Dogor! -le gritó el jorobadito- ¿te querés ganar unos mangos? Te conseguimos una actuación en el Petit Colón». Así empezó la historia. El gordito retacón con ojos de japonés tenía 14 años, los pantalones cortos y todo el barrio adentro.

Amigo de Ángel Labruna, Adolfo Perdernera y José María Moreno, artífices de la denominada “Máquina”, compartió largas concentraciones en las que los dados y las cartas relajaban los ánimos previos a los partidos que el equipo de Nuñez debía disputar.

Cada domingo era habitué en las plateas del estadio Monumental. Cuentan que Adolfo Perdernera cada vez que convertía se dirigía hacía la platea para dedicarle los goles. Fue tal su fanatismo por River que participó en el programa que conducía Cacho Fontana, “Odol Pregunta”. Respondió las preguntas que le hicieron sobre el club de sus amores y salió victorioso. El premio lo donó al Hospital de Niños.

Se cumple un nuevo aniversario de su partida. Fue al tango, como instrumentista, lo que Maradona al mundo de la redonda de cuero. Por su orquesta pasaron Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Nelly Vazquez y Roberto Goyeneche. Hay quienes dicen que en realidad no murió, que anda de aquí para allá, con sus amigos, entre la timba, el whisky nacional y la bohemia. Eso sí, siempre acompañado del bandoneón. Ese, que más que un instrumento, fue parte de su cuerpo.

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