20 enero, 2020
Garrincha, “la alegría del pueblo”
En un nuevo aniversario de su fallecimiento, en Notas recordamos a Mané Garrincha. El jugador que dibujó los mejores pasos de baile y malabares sobre la línea de cal y que sin quererlo se transformó en la “alegría del pueblo”.


Federico Coguzza
Play
El 7 acaba de sacarle la pelota a su compañero, amaga y se pone de frente al defensor. Un amague, otro. La pelota lo sigue. Para aquí, no. Para allá. Pisa la pelota le sale otro defensor. Se pone de frente. Un amague, otro. Toca la pelota suave antes de entrar al área y comienza a bailar a su alrededor. Los defensores no saben bailar. Otro amague más, llega al fondo y manda un poema de centro. El gol, dice la estadística, es de Amarildo. Todos saben que es todo de él. Manuel Francisco dos Santos, alias Garrincha.
Stop
Entre que Garrincha le roba la pelota a Didí y manda el centro transcurren 16 segundos. Nadie toca la pelota más que él. Es un ritual, un baile ejecutado por un cuerpo que tiene ambos pies 80 grados girados hacia adentro, una pierna seis centímetros más corta que la otra y la columna vertebral torcida. Es el mundial de 1962 en Chile. Brasil será nuevamente campeón. Garrincha también y hará olvidar al lesionado “O Rei”.
Garrincha es el nombre de un ave que vive en la selva del Mato Grosso. Es fea, veloz y torpe. Garrincha es el apodo que le puso su hermano cuando lo veía jugar en los partidos que la empresa textil donde trabajaba. Sobre la línea esperaba a su presa suicida. Sobre la línea hacía malabares con y sin la pelota. Allí estaba su lugar, pegado a la línea de cal dispuesto a darle alegría al espectador.
En Botafogo jugó 15 temporadas consecutivas y obtuvo 3 títulos. Se retiro en el Olaria Fútbol Club de Rio de Janeiro. Un equipo del barrio ceramista de la ciudad, que tiene como mayor galardón un título de la tercera categoría y que de sus potreros salió al mundo el fenomenal Romario.
El primer título del mundo lo consiguió en 1958, en Suecia, donde formó parte de la recordada delantera junto a Pelé, Didí, Vavá y Zagallo. En dicha competición fue elegido como el mejor de su puesto. Si, ahí, pegado a la orilla de cal, bailando al ritmo de un balón que nunca se le hacía esquivo. Estaban separados pero eran uno. Se sabe cuántos goles hizo, pero lo que no se sabe, porque perdieron la cuenta, son los goles que hizo hacer.
Con la selección verdeamarela jugó 60 partidos. Ganó 52, empató siete y perdió solamente uno. Después de este dato puede resultar obvio contar que Brasil con Pelé y Garrincha dentro del terreno de juego jamás perdió. En el ’62 brilló cuando Pelé se vio obligado a dejar al equipo luego de la cacería checa, en el único empate entre victorias de Brasil en ese mundial. Ahí lo eligieron como mejor jugador del mundo.
El crack que cuando era consultado sobre cómo se llamaba el defensor que lo había marcado, contestaba “Joao”. Todos, sin excepción, se llamaban igual ante los amagues, las fintas, la pausa y el vértigo de este amante de la noche, de las piruetas para escapar de una concentración y poder tomar una, casi siempre muchas, cerveza o aguardiente. Y fumar, lo que hacía desde los 10 años.
Tomaba por gusto y para escapar de la solemnidad del elogio. Odiaba ser halagado. Solo quería jugar sin importarle el dónde ni el cuándo. Faltaban un par de horas para la final en el estadio Monumental de Santiago, Aymoré Moreira, el director técnico del Brasil estaba dando la charla técnica y se ve interrumpido por Garrincha que pregunta “¿hoy es la final?”. Le dijeron que sí y dijo “ah, con razón hay tanta gente”.
1962. Brasil venció 3 a 1 a Checoslovaquia. Todos festejaban y él se vio abordado por un reportero: «Por favor, dos palabras para este micrófono», «¿Dos palabras? Adiós, micrófono», contestó. ¿Para qué hablar? Si todo estaba dicho dentro del terreno de juego.
La vida que lo vivió a él -y no él a la vida, como afirmaba- lo dejó solo, enfermo, escapando de la solemnidad. Se perdió entre bares y mujeres. Entre los carnavales y su gente. Buscando ser uno más. Pero no pudo lograr su cometido.
Una modesta placa de piedra sobre su tumba, olvidada por casi todos y solo visitada por algún que otro familiar, dice: «Aquí descansa en paz aquél que fue la alegría del pueblo». Garrincha fue la alegría del pueblo y eso se puede afirmar después de poner play y 16 segundos después poner stop.
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