22 julio, 2019

El fantasma de la reforma laboral se mete en la campaña

Por Federico Dalponte. “Ir por el mismo camino lo más rápido posible”. La célebre consigna de Mauricio Macri tiene nombre y apellido: reforma laboral. Aquella fue la vieja frustración del oficialismo en 2018, pero la hoja de ruta del FMI la puso otra vez en agenda.

Por Federico Dalponte*. “Ir por el mismo camino lo más rápido posible”. La célebre consigna de Mauricio Macri tiene nombre y apellido: reforma laboral. Aquella fue la vieja frustración del oficialismo en 2018, pero la hoja de ruta del FMI la puso otra vez en agenda.

La ortodoxia económica es persistente en sus errores y rara vez reconoce culpas. Proclama cotidiana del gobierno: la tasa de 10% de desocupación actual no es consecuencia de su mala gestión económica, sino del anquilosado e inflexible régimen laboral.

El presidente Macri estuvo cerca de completar el álbum en un solo mandato. Desde 2015, hubo una severa restricción ministerial a las negociaciones colectivas, proliferaron las denuncias a jueces laboralistas no complacientes y se sancionó una nueva ley de accidentes laborales. Sólo le faltó imponer una nueva ley para regular las relaciones obrero-patronales.

El modelo propuesto no tiene muchas vueltas. Se trata siempre de impulsar una reducción del llamado costo laboral, traducido usualmente en dos premisas básicas: recorte salarial y facilitación de los despidos.

El primer ítem el gobierno lo cumplió con creces. En tres años y medio, la caída promedio del salario real fue del 17,4% –sólo en el sector registrado–. No hubo necesidad de decreto alguno de recortes nominales, como aplicara el recientemente fallecido presidente Fernando De la Rúa. La alta inflación y la presión sobre las paritarias hicieron el trabajo sucio.

Para el segundo punto, sin embargo, se requiere una ley, y allí es donde las amenazas de un nuevo mandato de Cambiemos toman forma. La última vez que el gobierno intentó su sanción, se encontró con la negativa cerrada de la CGT y del entonces opositor Miguel Ángel Pichetto, que trabó la discusión en el Senado. Pero los vientos siempre cambian y nada exime de tiempos aciagos.

El secretario de empleo Miguel Ángel Ponte ya lo había propuesto en enero de 2017: “Contratar y despedir debería ser natural como comer y descomer”. En esa senda se inscribieron ahora nuevas réplicas. Martín Cabrales, presidente de la firma homónima de café, y Julio Crivelli, presidente de la Cámara de la Construcción, se sumaron al ex fiscal del PRO Cristiano Rattazzi en esa triada de militantes de la reforma.

El tema nunca salió de la agenda oficial. En febrero pasado el gobierno decretó la creación de una comisión especial para analizar cambios en la legislación, mientras el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, prometía en Washington una rápida reforma laboral en caso de lograr la reelección.

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El paulatino aumento de las formas atípicas de empleo –temporales, pasantes, contratados a plazo, etcétera–, característico del escenario noventista, fue complementado ahora por la multiplicación de formas legales pero precarias de labor, con los monotributistas de Rappi a la cabeza.

“En la provincia de Buenos Aires creamos 500 mil puestos registrados”, le dijo la gobernadora María Eugenia Vidal a la periodista María O´Donnell, quien no tardó en recordarle que se habían reemplazado empleos industriales de calidad por monotributistas precarizados del sector servicios.

Pero en el gobierno asocian ese contexto de precariedad con el marco jurídico vigente, demasiado rígido a los ojos empresariales. En ese sentido, el más apto creador de empleo es aquel que lo hace por fuera de las normas laborales –caso Rappi–, con un convenio laboral flexibilizado –caso petroleros–, o con limitaciones a la sindicalización –caso Mercado Libre–.

La solución para la inserción al mundo es por tanto la que recomiendan los inversores y prestamistas externos: una relajación de las medidas protectorias ante las decisiones arbitrarias del empleador. Comer y descomer; contratar y despedir con facilidad.

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No por casualidad uno de los principales spots del candidato opositor Alberto Fernández proclama como un deber “cuidar el trabajo y cuidar el salario”. Ese perfil protectorio sintoniza bien con la historia del peronismo, pero también con los modelos constitucionalistas de la primera mitad del siglo pasado y con las plataformas de todos los partidos socialdemócratas y de izquierda del mundo.

Su antítesis, que promueve la liberalización de los despidos, se inscribe en cambio en la promesa de multiplicar las ofertas de empleo, facilitando la entrada y la salida del mercado. En el proyecto elaborado por el Ejecutivo nacional en 2017, ello cobró la forma de fondo de cese laboral, que eliminaba el desaliento al despido sin causa –que hoy prevé la ley– a través de un sistema de ahorro previo.

Así, los trabajadores registrados bajo relación de dependencia alcanzarían un grado de igualación con los informales y los monotributistas: el despido facilitado de hecho, como reclamaron a su turno tantos funcionarios y empresarios.

Restará ver qué nuevas formas ofrecen los ideólogos del oficialismo para impulsar una reforma laboral sin cosechar rechazos. Y más que eso, será interesante ver cómo los diversos candidatos abordan sus propuestas sobre el trabajo y la desocupación, tópico que se ubica al tope de las preocupaciones argentinas en todas las encuestas.

@fdalponte

* Abogado laboralista

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