12 octubre, 2016
Aumenta la tensión entre Trump y el Partido Republicano
Con números cada vez más a la baja, y tras el escandaloso video en el que el candidato fanfarronea sobre el abuso sexual a mujeres, algunos de los dirigentes más importantes de su propio partido salieron a desmarcarse de su figura.

Desde su aparición en las elecciones primarias, Donald Trump no fue un sapo fácil de tragar para los dirigentes republicanos. Sin embargo, una vez confirmada su candidatura presidencial, decidieron consumirlo, aunque sin disimular el desencanto ni tratar de hacer creer que tenía sabor a caviar. Todo en pos de la unidad del Partido.
Una vez adentrados en la campaña, con encuestas en la mano que le daban al magnate neoyorquino chances reales de llegar a la Casa Blanca, empezaron a cerrar filas con mayor intensidad en torno a su figura.
Pero el Pussygate, el escándalo desatado por un video publicado por el Washington Post en el cual se lo escucha a Trump fanfarronear acerca del abuso sexual a mujeres amparado en su poderío económico, combinado con la brecha cada vez mayor que lo separa en los números de Hillary Clinton, le dieron a la élite del Grand Old Party la oportunidad ideal para desmarcarse definitivamente.
La gran mayoría de los hombres y mujeres con peso al interior del Partido Republicano le retiraron el apoyo a Trump. Paul Ryan, portavoz (presidente) de la Cámara de Representante y antiguo compañero de fórmula de Mitt Romney en las elecciones de 2012, anunció el lunes que ya no haría campaña por el candidato de su propio espacio político, y que se concentraría en mantener la mayoría republicana entre los diputados.
Otros, como la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice y el ex gobernador de Nueva York George Pataki, fueron más allá y pidieron públicamente que Trump se baje de la candidatura. Lo mismo hizo el gobernador de Ohio, y ex precandidato presidencial, John Kasich.
Ted Cruz y Marco Rubio, segundo y tercero respectivamente en las primarias republicanas, rechazaron las declaraciones de Trump pero anunciaron que lo seguirían apoyando. En el caso de Rubio, no lo hizo en los términos más alegres: “Estoy en desacuerdo con él en muchas cosas, pero estoy en desacuerdo con su oponente en virtualmente todo. Ojalá tuviéramos mejores opciones para la presidencia. Pero no quiero que Hillary Clinton sea presidenta, por eso mi posición no ha cambiado”.
¿Descomposición o derechización?
El rechazo a Trump, aún mantiendo el apoyo formal, es casi total entre la dirigencia republicana. Sin embargo, Ryan y compañía enfrentan un problema grave: los votantes del GOP siguen firmes junto a su candidato.
El partido en sí mismo podría estar experimentando un cambio político en la base del cual Trump no es artífice sino apenas un síntoma. El llamado nacionalismo blanco, la extrema derecha racista que tiene su fuerza entre los blancos pobres del Sur, solía ser una minoría marginal, subyugada por el republicanismo mainstream, conservador en términos ecónomicos y sociales, pero políticamente correcto.
Durante la campaña de Trump, sin embargo, estos grupos abiertamente machistas, xenófobos y homofóbicos tuvieron un rol preponderante, al menos en términos numéricos. Durante los actos del candidato republicano, las remeras con eslóganes como “Trump that bitch” (un juego de palabras con el apellido, que se traduce aproximadamente como “aplastá a esa perra”) o “Hillary for jail 2016” (Hillary a la cárcel 2016) son mayoría.
Este cambio político al interior del Partido Republicano puede rastrearse hasta 2009, con la creación del Movimiento Tea Party. Este grupo, que se vanagloria de ser un movimiento “desde abajo”, aunque es apoyado económicamente por los más poderosos empresarios republicanos del país, nació basado ideológicamente en el extremo conservadurismo fiscal. Sus exigencias de achicar a niveles mínimos los gastos del Estado, de eliminar cualquier tipo de ayuda social y limitar al máximo la toma de deuda externa eran una versión algo más exagerada de los tradicionales programas de gobierno del GOP.
Pero a partir de las elecciones parlamentarias de 2010, cuando varios candidatos identificados con el Tea Party accedieron al Congreso (entre ellos nombres hoy tan fuertes como Marco Rubio), el movimiento fue avanzando hacia posiciones de extrema derecha en temas sociales y políticos.
La defensa a ultranza de la Segunda Enmienda de la Constitución (aquella que reconoce como un derecho la tenencia de armas), el rechazo al aborto y al matrimonio igualitario en todas sus formas, y la persecución contra inmigrantes y musulmanes se convirtieron en caballitos de batalla.
La candidatura de Donald Trump -un outsider profundamente machista, racista y homofóbico- aparece entonces como consecuencia de un radicalización de la base del partido, del cual él no formó parte hasta mediados de 2015.
¿Después de Trump, qué?
Una derrota de Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre ya parece una quimera. Las encuestas posteriores al Pussygate y al segundo debate le dan una ventaja en el voto popular de entre siete y 10 puntos, y cómodas ventajas en los Estados disputados como Ohio, Florida y Carolina del Norte.
No parece un escenario real que Donald Trump asuma un papel importante al interior del Partido Republicano una vez confirmada su derrota electoral. Ese lugar le correspondería a otras figuras, como Cruz, Rubio y Kasich, que adquirieron enorme relevancia durante la disputa de las elecciones primarias. Paul Ryan también tendrá un papel clave, sobre todo si consigue su deseo de conservar la mayoría en la Cámara de Representantes se cumple, lo que parece todavía muy probable a pesar del retroceso en las encuestas.
¿Podrán estos nombres, y otros que surjan, recuperar la conexión con las bases? Y si es así, ¿a qué precio? La experiencia reciente indica que los republicanos veteranos debieron adaptar su agenda parlamentaria a las exigencias del Tea Party y el nacionalismo blanco para no perder votos. Si ese es el caso, habrá que cambiar el prisma con que se analiza al partido de Lincoln: ya no estaremos hablando de un proceso de descomposición, sino de radicalización.
Nicolás Zyssholtz – @likasisol
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