20 septiembre, 2016

De mediáticos a jueces: las balas que nos corren

Por Marianela Nappi, Santiago Mazzuchini y Candelaria Hernandez*. Desde fines de los 90, cuando la inseguridad comenzó a ser un tópico recurrente en la agenda periodística, los discursos dominantes sobre el delito han sabido moldear la imagen de un ciudadano interpelado por el miedo y la desesperación. Una víctima-héroe que bajo la lógica mediática se vuelve el objeto privilegiado de la democracia contemporánea argentina.

Por Marianela Nappi, Santiago Mazzuchini y Candelaria Hernandez*. Nuevamente, y con sólo una semana de distancia, el debate sobre la “justicia por mano propia” vuelve a re-actualizarse. “Nos están matando”, justificaban los vecinos de Zárate indignados, mientras Daniel Oyarzún, el carnicero, estaba detenido por haber atropellado y matado a Brian González, luego de que éste quisiera asaltar su comercio. Otra vez, igual que hace unos días, como el caso del médico que baleó a un “delincuente” porque quería robarle el auto, la escena mediática se torna confusa: ¿quién es víctima? ¿el que mata a un ladrón tiene cien años de perdón?

El escenario que los principales medios de comunicación nos presentan parece ser claro: un médico y un carnicero por un lado, ciudadanos reconocidos por la sociedad, trabajadores y de buenas familias. Dos “asaltantes” por el otro, sin nada que perder, que molestan y perturban el orden de la comunidad y “salen a matar”. En el medio, el hartazgo de la sociedad. ¿Y el Estado? Se pronuncia por televisión y por entrevistas radiales, haciendo hincapié en quién es la “verdadera víctima“ y en quién merece justicia -la que se dirime en los juzgados, pero también la que se juega en el acto del asesinato por atropellos, disparos, linchamientos-. La primera respuesta emerge en la pantalla de manera compulsiva: el Estado se ausenta, o bien legitima solapadamente que la inseguridad es una cuestión a resolver desde la ciudadanía; ¿cómo lo hace? Asesinando.

Cuando el “castigo” del sistema punitivo no alcanza o no conforma a los estándares de lo “soportable”, la sociedad sale a “defenderse”. Es hora de actuar. Un ciudadano común mata, pero se arrepiente. Esa es la imagen que los medios construyeron del carnicero: padre de familia, hijo, hermano, y ciudadano que actuó para defender lo que es suyo en un acto impulsivo.

El poder político

El poder político se pronuncia a través de los medios de comunicación. No es inocente cuando lo hace, y habla poco sobre asesinatos. Prefiere que los casos se diriman en la lucha por el sentido de las “muertes” que sigue causando la “pesada herencia”. «Hay graves problemas de inseguridad que llevan a la desesperación», afirmó Mauricio Macri en un reflejo por justificar el asesinato cometido por Oyarzún.

Sin embargo, luego de estas declaraciones, su gabinete se vio en la necesidad de salir a clarificar las ideas del presidente: argumentando que había sido sacado de contexto, el ministro de Justicia Germán Garavano explicó que no es el camino la Justicia por mano propia llevar armas, porque esta vez murió el delincuente pero, muchas veces, por esto muere la víctima”. La frase nos ayuda a pensar que esta vez, de acuerdo al ministro, “salió bien”, pero podría haber fallado, diría Tusam. González no es una víctima, no es siquiera una víctima del sistema que, aún muerto, lo sigue matando. Es “uno menos” diría el paladín mediático Eduardo Feinmann, como cuando se refirió al joven asesinado semanas atrás por Villar Cataldo, el médico de San Martín que disparó cuatro tiros a “un bulto”, según declaró.

El ciudadano-víctima

Desde fines de los 90, cuando la inseguridad comenzó a ser un tópico recurrente en la agenda periodística, los discursos dominantes sobre el delito han sabido moldear la imagen de un ciudadano interpelado por el miedo y la desesperación. Una víctima-héroe que bajo la lógica mediática se vuelve el objeto privilegiado de la democracia contemporánea argentina.

Consumidores de imágenes del miedo y potenciales víctimas, cualquiera de nosotros puede sufrir la muerte y el acecho de grupos desclasados y marginados. No se tiene el mismo temor por los delitos de cuello blanco o las políticas mafiosas encarnadas en el aparato punitivo. Sin embargo, al igual que los linchamientos que fueron objeto de debate hace dos años -y que hace algunos días volvieron a aparecer en Córdoba- , emerge nuevamente una interpelación brutal. Cualquiera de los “nuestros” puede dar muerte a aquellos otros desprovistos de rostro y palabra. Hoy el Estado bajo las declaraciones del presidente deja actuar en base a una lógica de elección voluntarista pseudo- liberal invertida. Los ciudadanos de bien que son víctimas de un delito no eligen matar, lo hacen porque no tienen alternativa.

En cambio, los delincuentes pasan a ser soberanos, ellos sí eligen salir a matar, sin importar las condiciones singulares de cada caso ni los contextos sociales y culturales. Vivimos el pasaje de un ciudadano pasivo a uno reactivo, que actúa a partir del Estado punitivo que todos llevamos dentro.

¿Y los medios, qué?

Otra vez se vuelve a escuchar el discurso de la “justicia por mano propia”, que es nada más ni nada menos que un discurso de justificación de la venganza, un discurso punitivista que solo busca el castigo. Esta actuación es enarbolada por muchos medios de comunicación, donde existe una víctima establecida y un victimario al que hay que castigar. Cuando esa dicotomía está resuelta y el victimario es la “verdadera víctima”, el discurso mediático vira hacia el exceso en la legítima defensa. Porque además de instituirla como única respuesta al “algo hay que hacer”, los medios la instalan en un marco de desbordes y excesos. Con todo, apelan a los sentimientos y a las experiencias de quienes en su momento también hicieron campaña en favor de esta guerra interna.

Los medios de comunicación se arrogan el poder del juez. Sentencian, más rápido que una bala.

La lógica del enjuiciamiento, en cualquier ámbito que se aplique, supone apartar algo y relegarlo a un grupo “inferior”, determinando así que el “nosotros” se encuentran en una posición superior. Valores contrapuestos: los buenos -el Carnicero y un Médico-  y los malos -los que van en moto, los que están jugados-. Juicios morales que se construyen como naturales -cuyo correlato vendrá después con los debates sobre reformas en el código penal-.

Los medios se ubican entre ellos sólo en apariencia: informan, brindan datos, dan lugar a que diferentes voces se expresen, y golpean el mazo y se montan sobre las regularidades discursivas de mayor impacto para escribir las tapas de la mañana que sigue.

Así lo demuestran notas tituladas como “Muere el doble de víctimas que de ladrones” donde los medios de comunicación reproducen la idea de una sociedad dividida en dos bandos y los enfrentan, como si debieran luchar entre sí: cuantifican los muertos de ambos bandos, los comparan, calculan porcentajes y muestran un escenario caótico en el que además “los malos llevan las de ganar”. Por otro lado, en comentarios que expresan el más ferviente odio y que, al parecer, nadie modera, podemos leer calificativos como “escoria”, “mugre”, “lacras”. Es decir, un enemigo que ni siquiera es humano y, por lo tanto, puede ser eliminado.

La selectividad con la que la nueva gestión de gobierno intenta avanzar en la “lucha” contra la inseguridad puede ser rastreada, también, en los medios de comunicación. Así, mientras el municipio de Lanús pareciera ser la Franja de Gaza, el debate sobre los asesinatos se juega en el sentido de la “legítima defensa” y el presidente de la república solicita a la justicia que liberen a una persona que mató a otra. Mientras tanto, Milagro Sala continúa presa.

@MarianelaNappi

*Integrantes del Observatorio de Violencia Instucional (Ciencias de la Comunicación -UBA)

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