Batalla de Ideas

19 septiembre, 2016

Escribir la memoria: los manuscritos de Julio López

Por Mariel Martínez. Este domingo se cumplieron diez años de la segunda desaparición de Julio López. En La Plata, bajo el título “Los demonios sin cuernos” se exhiben una serie de manuscritos que la familia del albañil encontró escondidos hace unos meses y que son de valioso poder testimonial.

Por Mariel Martínez. El domingo 18 de septiembre se cumplieron 10 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López, esta vez en democracia. La primera vez que Julio López desapareció, en dictadura, el 27 de octubre de 1976, tardó dos años y medio en estar de vuelta en su casa.

Debe haber poca gente en este país que no sepa quien fue Julio López. La foto con su índice en alto, como señalado en el vacío a los genocidas en el juicio a Miguel Etchecolatz es su imagen más conocida. El testimonio de aquel día del 2006, su relato más escuchado, el que lo explica, es el que logró que el largo derrotero de la justicia arribara a puerto seguro: luego del relato de López, Etchecolatz fue condenado a prisión perpetua.

Aún desaparecido, la valiosa noticia la vuelve a presentar él. Desde aquella primera desaparición, desde la noche en que a Julio López lo secuestran de su casa para ser torturado durante más de dos años estuvo preparando ese testimonio. Toda la segunda vida de López, aquella que vivió después de haber experimentado la muerte, estuvo esperando ese momento de decir y escuchar verdades parejas en poder y en dolor.

Por eso, para que el registro de lo ocurrido no se fuera, para precisar el arma certera, el disparo justo, para que no se borrase ninguno de los dolores con los que López algún día iría a contraatacar, anotó. Escribió. El albañil recordó, se esforzó, anotó en papeles sueltos, hojas de cuaderno, presupuestos de corralones, reversos de etiquetas de gaseosa. Recordó y anotó la muerte, escribió el horror, lo diagramó, los hizo también materiales concretos de construcción.

En el doble fondo de una caja de herramientas Julio López escondió unos 30 escritos, que en una mezcla de narraciones, diagramas, mapas y retratos, reconstruyen los dos años y medio de cautiverio en el Pozo de Arana y en la comisaría 5ta de La Plata,  aportando datos clave sobre la desaparición de varias personas y sobre la responsabilidad  criminal de varias otras, como lo hizo aquella vez en el testimonio que lo desaparece y que lo inmortaliza.

julio-lopez-manuscrito3Tituló a aquel conjunto de retazos de memoria “archivo negro de los años en que uno vivía en donde termina la vida y empieza la muerte”. Si bien la familia de López encontró estos manuscritos unos meses atrás, se presume que él comenzó a escribirlos a finales de los 90 cuando los juicios por la Verdad en la Plata comenzaron a requerir de sus recuerdos (y López se acercó sólo a ofrecerlos). También anotó allí la experiencia de haber testificado contra Etchecolatz en el 2006 e incluso reflexiones personales acerca de la política y la militancia alrededor de los derechos humanos.

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Compartir la memoria

¿Qué decimos cuando decimos “no olvidar”? decimos hacer de la memoria, militancia. Decimos atesorarla con minuciosidad y trabajo. Hacer conciencia que puede irse de cada uno de nosotros pero no del colectivo social, y que por eso hay que ponerla al servicio de otros, compartirla, desprenderla de uno mismo. No dejar que se borre, anotarla como sea y como se pueda, asegurarse que cada pasado sea parte de todo el futuro. Cuando decimos no olvidar no estamos hablando de un acto involuntario de la conciencia sino de un deliberado acto de justicia, de un decido aporte a las luchas futuras. Estamos hablando de esfuerzo, de dedicación, tiempo, paciencia valentía y militancia.

No vamos a olvidar que después del testimonio que permite condenar al genocida Miguel Etchecolatz, Julio López es desaparecido a plena luz del día  y en democracia. No vamos a olvidar que esa no es una “deuda pendiente” si no una herida abierta de la que tomamos nota para hacer justicia en el contraataque. No habría que olvidar los nombres de Germán Castelli y Jorge Michelle, jueces que concedieron la prisión domiciliaria al genocida, aún no efectivizada. No habría que olvidar que Etchecolatz también escribió, antes de que se leyera su condena: en un papel blanco esgrimía el nombre de Jorge Julio López como una tenebrosa amenaza.

Julio López nació en el mismo pueblo que Manuel Puig -otro perseguido, otro que escribía- Coronel Villegas. En el 55 se fue porque su peronismo era demasiado conocido en un lugar tan pequeño. En La Plata, en el 73, se acercó a una unidad básica llena de jóvenes militantes, y ayudaba con la luz, con las pegatinas, con el arreglo de la vereda. La unidad básica, de la que fue el único sobreviviente, se llamaba Juan Pablo Maestre. A Juan Pablo Maestre lo asesinó la dictadura anterior, comandada por Lanusse. También cuidaba la escritura: era bibliotecario.

Los textos de López se pueden ver desde el domingo 18 en La Plata, la misma ciudad que lo vio desaparecer dos veces y que recordó al Estado que a diez años lo seguimos buscando, en una marcha multitudinaria.

@Mariel_mzc

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