Batalla de Ideas

29 julio, 2016

A medio siglo de la Noche de los Bastones Largos

Por Mariel Martínez. Cincuenta años después de la represión a estudiantes y docentes de universidades públicas efectuada por la dictadura de Juan Carlos Onganía, las jornadas de homenaje y conmemoración están teñidas de controversias.

Por Mariel Martínez. Hace cincuenta años la Universidad de Buenos Aires sufría uno de los golpes de los que más le costaría reponerse, resumido en una noche que dio en llamarse “de los bastones largos”. El 29 de julio de 1966, la policía Federal Argentina reprimía y desalojaba violentamente cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA), siendo las más afectadas por la brutalidad la de Ciencias exactas y la de Filosofía y Letras.

Estudiantes y docentes, nucleados en la defensa de una universidad autónoma y democrática, fueron reprimidos esa noche de julio del sesenta y seis por la dictadura de la denominada “Revolución Argentina”, comandada por Juan Carlos Onganía. Hasta aquel momento las universidades públicas funcionaban bajo el régimen del co-gobierno (estudiantes, docentes y no docentes participando del gobierno de la universidad) y sostenían el principio de la autonomía universitaria, conquistas de las luchas encarnadas por los reformistas de 1918.

Con la intervención de la dictadura militar -que golpeó de lleno sobre aquellas conquistas- y con la expulsión, el despido o el exilio forzoso de cientos de estudiantes, docentes e investigadores, se produjo en el país una “fuga de cerebros” que marcó el fin para la universidad de una época llamada “de oro”, en donde el desarrollo de una educación crítica, masiva y de excelencia empezaba a ser un horizonte palpable.

Medio siglo después, recordamos. Recordamos porque ejercicio de recordar, de no dejar que se vayan de la memoria histórica los cómos y los porqués, debe servirnos también para hacer conciencia de nuestro presente. Porque siempre, el pasado nos explica.

Del poder y del saber

Esta intervención a la universidad no se dio en cualquier momento de la historia. Después de la instalación de la gratuidad de los estudios universitarios en 1949, la universidad se masificó y triplicó su matrícula en la primera década, dando inicio a su llamada época de oro; en este período se fundó la editorial Eudeba garantizando libros a precios populares, se impulsó la extensión universitaria -intentado así romper el cerco entre las casas de estudios y la sociedad en general- y se favoreció el desarrollo de una universidad que tuviera también como uno de sus principales objetivos la investigación.

En la Facultad de Ciencias Exactas, un curso de ingreso por circuito cerrado de televisión garantizaba que más y más estudiantes tuvieran acceso a la experiencia de la reflexión crítica y allí también, en el instituto de cálculo, funcionó la computadora “Clementina”, primera en América Latina utilizada para fines científicos.

Es casi esperable que el desarrollo científico trajera también debate y politización, enemigos acérrimos de cualquier régimen totalitario. Es también esperable que todo régimen totalitario esté hermanado con los sectores de poder que, en nuestro país, fueron y son los ligados a un modelo productivo primario y agroexportador, que no precisa de más desarrollo tecnológico o científico que el comprendido en su sector de intereses.

Quizás aquí esté una de las claves a partir de las cuales comprender por qué la represión más encarnizada se dio en la facultad de ciencias exactas. Laboratorios enteros fueron destruidos, cientos de científicos expulsados o detenidos.

Hoy, con Cambiemos en el gobierno y cincuenta años después de aquella noche, en Tecnopolis -una de las experiencias impulsadas por la gestión gubernamental anterior con el objetivo de masificar las reflexiones sobre la ciencia y la tecnología- los espacios dedicados a las universidades públicas han desaparecido. En su lugar se enseña cómo ser más popular en las redes sociales, y cómo ser una joven mujer con glamour y estilo.

Del poder y lo simbólico

El presidente Mauricio Macri , un año antes de su campaña presidencial, manifestó su desacuerdo con la democratización de los estudios universitarios. “Qué es eso de abrir universidades por todos lados”, había dicho acompañado por el entonces decano de la Facultad de Cs. Económicas de la UBA José Luis Giusti, quien debió renunciar a su cargo acusado de corrupción y es ahora un funcionario porteño.

Los homenajes planeados en conmemoración a la fatídica noche de julio del sesenta y seis estarán encabezados por el ministro de educación nacional Esteban Bullrich, responsable del despido de más de 200 trabajadores y trabajadoras del ministerio que encabeza y del desmantelamiento de los programas de Memoria y de Educación Sexual Integral, y uno de los más fervientes deslegitimadores del conflicto universitario en el que estudiantes y docentes defendieron la universidad pública en mayo de este año. Alberto Barbieri, que por ser rector de la Universidad de Buenos Aires también dirigirá el homenaje, arrastra desde su decanato en la facultad de Ciencias económicas numerosas denuncias por corrupción.

Pero el plato fuerte del cinismo lo da quizás la invitación especial formulada al ministro de cultura, Pablo Avelluto, público defensor de la teoría de los dos demonios. Avelluto propone, entro otras cosas, echar a todos los docentes que ejerzan su legítimo derecho a huelga.
También este 29, en una ¿casualidad? perversa, el presidente Mauricio Macri se reunirá con su par mexicano Enrique Peña nieto, responsable entre otras tantas aberraciones de la desaparición de estudiantes y el asesinato de trabajadores docentes durante el junio pasado.

En este contexto, recordar, debe ser para nosotros y nosotras un acto de resistencia. Debe significar no olvidar que cuando el orden de la conservación gobierna no sólo ataca a la educación pública desde el vaciamiento material sino desde la disputa por lo simbólico. Que se intenta otra lectura del pasado para que un presente desigual e injusto sea más aceptable.

La noche de los bastones largos no fue un exabrupto ni de las fuerzas de represivas ni de la dictadura de Onganía. Fue el inicio pensado y planificado incluso por universitarios, del lugar que la larga noche dictatorial asistida de a ratos por respiros democráticos, le adjudicaría a la producción y democratización del saber al servicio de un proyecto de país justo y soberano.

Por suerte, práctica o convicción, la comunidad académica no olvida. Se esperan mañana jornadas de repudio y memoria.

@Mariel_mzc

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