15 junio, 2016
Las revistas montoneras: una entrevista con Daniela Slipak (2)
Desde Notas dialogamos en exclusiva a Daniela Slipak acerca de “Las revistas montoneras: cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones”, recientemente publicado por Siglo XXI. Segunda parte de la entrevista.

Notas, Periodismo Popular conversó con Daniela Slipak sobre su libro Las revistas montoneras: cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones, recientemente publicado por Siglo XXI. En esta primera parte de la charla, Slipak indaga -sin concesiones- en el relato histórico del movimiento y en las lógicas que lo atravesaron.
-Tu libro discute con la idea de “desvío” según la cual se cree que los ideales defendidos se transformaron a mediados de los años setenta con la militarización y la burocratización.
-Parte del discurso de la disidencia es que se militarizaron, que se convirtieron en el “enemigo” y desvirtuaron los principios políticos originarios. Es la fundamentación de buena parte de la juventud peronista Lealtad, que se fue en el 73/74, diciendo que había un desvío. También en las disidencias posteriores hay algo de ello: explican que hubo un desvío de ciertos valores políticos, preservándolos de lo que pasó posteriormente. Justifican que la derrota fue porque se desviaron esos principios iniciales.
Yo discuto eso, aunque no para negar las transformaciones, que las hubo. Pero hay que marcar que buena parte de la simbología militar estuvo desde el principio. Lo militar estaba imbricado con lo político. De hecho en los primeros documentos, ellos están pensando en un ejército popular y toman esa simbología. Las agrupaciones de superficie son parte de esa estrategia bélica.
Sería demasiado lineal pensar que esto proviene de un desvío posterior y que la culpa la tuvo la imitación, esta cuestión del espejo de actitudes de otros, y no tratar de buscar en el propio derrotero de la organización una imbricación entre lo político y lo militar que explica en buena medida algo de lo que pasó después. Uno puede rastrear retrospectivamente que en el origen estaban ambos universos de sentido y que no es que lo militar sustituyó una simbología y unas prácticas políticas desprovistas de eso. Hay una amalgama desde el inicio y luego se intensificaron los aspectos militares, pero eso no significa que se hayan pervertido los principios iniciales.
-¿Cómo se da ese devenir?
-Ellos tenían al movimiento peronista montonero, que planteaba una política frentista con diversas ramas (juventud, política, sindical, etc). Es interesante eso porque, en la última etapa, el trabajo de lo que uno entiende, en sentido más restringido, por política se seguía haciendo. Se hacía propaganda política e incluso aparece una política frentista. De modo que, si uno tratara de explicar que primero viene lo político y después lo militar, estaría dejando vacíos por todos lados porque en la primera parte la simbología militar estaba y la simbología política también. Nunca se abandona la aspiración a una política de base. No es que después se transforman solo en el ejército montonero sino que también mantienen una estructura con diversos frentes. Por ejemplo, Puiggrós estaba en el movimiento peronista montonero. Otro ejemplo, en el 75, ya en la clandestinidad, hacen una alianza con una fuerza local de Misiones y se presentan como Peronismo Auténtico.
El argumento que dice que hubo un desvío tiende a reproducir la lectura militante del derrotero, que preserva los primeros valores políticos, clausurando su crítica y explicando que después se fueron desviando. O que la culpa fue porque llegaron las FAR (que tenían un origen guevarista) a Montoneros e introdujeron el foquismo y desvirtuaron sus raíces peronistas. Ese esquema es propio de los protagonistas de la época, quienes explicaron su filiación y luego su salida de la organización (por ejemplo, Lealtad). Eso contribuyó al mito de la propia disidencia.
Este tema lo estoy trabajando ahora. Es un mito de la propia militancia -que tiende a simplificar, al igual que en el juego político- y que varias investigaciones toman y reproducen. En ese sentido, es un esquema que es problemático porque oscurece situaciones más híbridas con entramados más complejos y tensiones que creo que las hubo. Eso es entendible para la dinámica política; pero creo que una investigación desde la sociología política puede hacer un aporte desde otro lugar, con otras herramientas. Es un problema cuando se idealiza esa militancia, se ven solo los aspectos que se reivindican y no se da lugar a zonas de grises que creo que son las situaciones históricas en general.
-También es interesante el recorrido que hacés de la memoria construida sobre los militantes.
-Solo recorro a grandes rasgos el lugar de los militantes en la memoria social y política. Y en los trabajos sobre el tema. En un primer momento prima más la noción de víctima, sin pertenencia política, para subrayar la condición humana. En los 90, la voz del militante vino a restituir identidad política, las adscripciones políticas, una militancia a la cual se le había negado su carácter político en pos de castigar el horror perpetrado a la condición humana. La aparición de la voz militante se dio en paralelo a cierta condena de la conducción.
El problema de estas lecturas que tienden a marcar una ruptura tan fuerte entre cúpula y militancia es que otra vez tienden a oscurecer que las responsabilidades y las tramas, si bien fueron jerárquicas y desiguales, fueron compartidas. Oculta el hecho que esos “perejiles” también persistieron en la organización y adscribieron a determinados ideales. La muerte de Aramburu, por ejemplo, era coreada en las manifestaciones. Eso no significa que todos lo mataron, desde luego, pero es cierto que hay un tipo de responsabilidad por haber participado en una trama política en la cual se coreaba la muerte de una figura vista como enemiga.
No se trata, hoy, de condenar sino de comprender, de observar que había una trama compartida de legitimación de un asesinato político sustentado en la figura de la justicia popular. Si no, uno cae en las lecturas simplificadoras como la que propone que Perón manipuló a los obreros. La misma estructura podría aplicarse a la organización: Montoneros manipuló a la militancia. Bueno, no. Las acciones y las adhesiones son decisiones políticas.
-Cuando hablás de responsabilidades pienso en la teoría de los dos demonios…
-Creo que podemos hacer una lectura densa que dé lugar a la espesura de esos años. Indagar los grises que en ciertos estereotipos de la memoria todavía no se reconocen. Muchas veces, los análisis que muestran estas cuestiones más antipáticas son censurados o considerados como defensores de la teoría de los dos demonios. Y eso obtura una discusión sobre la época que no necesariamente debería derivar ahí.
Analizar cómo se construyó una trama y mostrar las tensiones no es lo mismo que decir que Montoneros y los militares fueron lo mismo, o que no tuvieron nada que ver con las tramas sociales por detrás, ambos argumentos ligados a la teoría de los dos demonios. En fin, analizar los grises de una experiencia no significa negar los crímenes de lesa humanidad de los militares. Creo que ya circularon muchos debates sobre el período y cada vez hay más trabajos que demuestran que hay interés. Aprovechemos estas condiciones para poder dar un análisis político más complejo.
Fabiana Montenegro
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