24 mayo, 2016
El acuerdo que forjó Medio Oriente
El 16 de mayo se cumplieron 100 años de la ratificación del “Acuerdo Sykes-Picot”, tratado secreto entre Gran Bretaña y Francia para dividir y repartirse los territorios del Medio Oriente en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Tras dar forma a fronteras aún vigentes, sus cláusulas aún reverberan en los conflictos que asolan la región un siglo después.
Hace un siglo se firmaba el acuerdo que sobre una mesa europea dio forma a las líneas divisorias de gran parte de las naciones del Medio Oriente. Su nombre se debe a los diplomáticos que encabezaron las negociaciones secretas: el coronel británico sir Mark Sykes y el abogado francés François Georges-Picot.
Un acuerdo de caballeros
La Gran Guerra (1914-1918) aún tardaría en llegar a su fin, pero los aliados ya habían comenzado a planificar la división del botín. En este caso, se trataba del moribundo Imperio Otomano. El acuerdo original también contemplaba a la Rusia Imperial como participante. Pero el súbito final del régimen de los zares a manos de la Revolución Rusa eliminó su parte. Británicos y franceses no estaban entusiasmados con ceder ganancia alguna a los comunistas. Al fin y al cabo, fueron los diarios bolcheviques Izvestia y Pravda los que divulgaron primero las cláusulas secretas para escándalo internacional.
El objetivo del acuerdo estaba dirigido a alcanzar un orden de posguerra que satisficiera a las potencias vencedoras, a fin de limitar tensiones como las que llevaron al conflicto que devoraba Europa en ese entonces. Además, tenía primordial atención el control de las ricas reservas petrolíferas en la región, particularmente en Irak y la Península Árabe.
Al delinear los límites finales, los franceses recibirían lo que hoy son Siria y Líbano, extendiéndose hacia el norte y el este en territorio turco, y hasta Mosul en el norte de Irak; mientras que los ingleses se quedarían con las actuales Jordania y el grueso de Irak, y prolongarían su zona de influencia a Persia, el actual Irán.
Con la ocupación de Tierra Santa durante el transcurso de la guerra y la conformación del Mandato Británico de Palestina en 1923, Londres se aseguraba la protección del Canal de Suez, arteria vital para la ruta comercial que todavía conecta el Mediterráneo con la India y el Lejano Oriente.
Frutos de discordia
El acuerdo fue concretado a espaldas de las poblaciones de la región, las cuales cumplieron un papel nada menor en la concreción de sus objetivos. Especialmente los británicos, a través de sus servicios secretos, construyeron una red de inteligencia con el fin de incitar y apoyar las rebeliones árabes contra el dominio turco para debilitar al enemigo desde dentro.
Pese a sus pretensiones de liderar el mundo islámico como la única potencia musulmana a la par de los poderes europeos, la brutal respuesta dada por las autoridades turcas no hizo más que presentarlos como un ejército ocupante a ojos de las poblaciones locales.
Durante esta primera oleada de insurrecciones es que se habría de engendrar el sentimiento nacionalista árabe. Pero la promesa de dar lugar a una gran nación árabe unificada que los británicos hicieron al Shariff de La Meca Hussein bin Alí (máxima autoridad musulmana en aquel entonces) a cambio de su apoyo en la guerra, se desvaneció tan pronto como los turcos fueron derrotados. A esto se sumó la publicación de la “Declaración de Balfour”, donde fue expuesto a la luz el visto bueno hecho por las autoridades británicas hacia la idea de crear un “hogar judío” en Palestina, maniobra dirigida a ganar el apoyo de influyentes partidarios del movimiento sionista.
De esta serie de maquinaciones por parte de las potencias triunfantes surgió un orden territorial y político a expensas de los intereses locales. En lugar de una gran nación árabe surgiría un fragmentado mapa de Estados con una autonomía de fachada. No sería hasta que la Segunda Guerra Mundial hiriera de muerte a los viejos imperios europeos que se desarrollaría la verdadera transición.
Pero antes de su fin, las autoridades coloniales se encargaron de dejar su marca. El rebelde Hussein bin Alí seria desplazado de La Meca, y su lugar cedido al jeque Abdulaziz del Clan Saud, fundador de la actual Arabia Saudita y afín a los intereses occidentales. Rebeliones estallarían en Siria e Irak a principios de los ’20, cuya represión registró el primer uso de armas químicas e incendiarias contra poblaciones civiles. Como irónica compensación, los hijos del desplazado Hussein, Faysal y Abdullah, acabarían por convertirse en monarcas de Irak y Jordania respectivamente.
Cien años de qué sirven
Otro perdedor del acuerdo sería el pueblo kurdo, cuyo territorio ancestral se vería dividido entre cuatro Estados. La idea de un Kurdistán independiente, ubicado en el corazón geográfico de la región y con acceso a aquellas ricas reservas petrolíferas, era vista por las nuevas autoridades como un peligro potencial que sería mejor abortar antes de que naciera.
La consecuencia está al alcance de los ojos: décadas de luchas armadas respondidas con persecución étnica que continúan hasta hoy marcando la causa nacional kurda.
El Acuerdo Sykes-Picot reverbera hasta el día de hoy como una de las bases indisolubles de una región en constante convulsión. El carácter artificial e impuesto de los territorios nacionales heredados del periodo colonial ha servido como motivo central de los innumerables movimientos emancipatorios e insurreccionales del último siglo.
A tal punto llega su peso que, en uno de sus característicos movimientos propagandísticos, el grupo Estado Islámico proclamó la disolución de “las fronteras de Sykes-Picot” tras haberse hecho con el control de la frontera sirio-iraquí en 2014. Aunque sus motivaciones e ideología difieren de las del nacionalismo árabe de mediados del siglo XX, que esta nueva generación de islamistas aún haga del rencor hacia el viejo orden una bandera habla de lo hundidas que se hayan las raíces del pasado-presente colonial en la región.
Julián Aguirre – @julianlomje
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