Batalla de Ideas

21 abril, 2016

Drogas, fiestas y diversión encapsulada

Por Diana Broggi. La conmoción y el impacto social por el episodio sucedido este fin de semana en la fiesta Time Warp de Costa Salguero reabre una serie de escenas y contextos que desde hace tiempo están latentes y coexisten con la realidad más cotidiana de una época signada por el consumo. La garantía de acceso superficial a una realidad diferente y el horror de sus consecuencias.

Por Diana Broggi*. La conmoción y el impacto social por el episodio sucedido este fin de semana en la fiesta Time Warp de Costa Salguero reabre una serie de escenas y contextos que desde hace tiempo están latentes y coexisten con la realidad más cotidiana de una época signada por el consumo. En esta, las drogas como elemento de control social aparecen en un doble estándar permanente: entre la garantía de acceso superficial a una realidad diferente: linda, excitante, divertida; y el horror de sus consecuencias cuando hechos como la muerte de cinco jóvenes y varios otros internados peleando por sus vidas, develan entramados de negocios millonarios sustentados en consignas de fiesta y diversión.

Desarmar la escena para entenderla supuso en estos días que se caiga al fin el velo de lo nefasto: armado de fiestas mutitudinarias, venta de drogas, construcción de escenarios de diversión orquestada entre el mundo de la imagen y todo lo que no se sabe, se dice, se decía y ahora con el diario del lunes parece evidente: que se toma éxtasis para bailar más tiempo música electrónica, que las drogas de diseño son una condición necesaria para estas fiestas tipo rave, que se consiguen muy muy fácil, que cortan el agua de los baños, que el agua es carísima, que el negocio es redondo.

El tratamiento del tema llama la atención, una vez más la indignación parece ser selectiva y más profunda cuando todo el entramado de oscuridad que supone el mundo de las drogas se lleva jóvenes de clase media alta que van a la universidad y tienen padres presentes que se preocupan por ellos.

En este sentido la polémica frase de la vicepresidenta Gabriela Micchetti acerca de que las drogas hay que combatirlas entre todos/as porque no afecta solo a los pobres si no también a «gente normal», además de ser absolutamente estigmatizadora muestra como la vara de la indignación sube, y la empatía mediática aumenta más allá de que todos los días en nuestro país convivimos con pibes destruidos por el paco y otras drogas, que duermen en la calle, que mucho menos van a la escuela o a una fiesta y se mueren por consumo o enfermedades derivadas de lo que el consumo genera, se mueren todos los días sin ningún padre que los reclame, y con un Estado cada vez más ausente.

Igualemos la indignación. Las drogas, o como bien es adecuado decir: la problemática de consumo problemático de sustancias, afecta a todas las clases sociales efectivamente, pero sus efectos son muy distintos y las consecuencias se juegan en distintos planos de acuerdo a las oportunidades reales que se brinden para que el consumo no sea condición para vivir, para escapar, para divertirse, para crear otra realidad.

Consumo para existir

Quienes trabajamos con personas afectadas por el consumo problemático de sustancias sabemos desde la experiencia que nadie consume porque si, que la “droga” no es un cuco que anda por ahí y te atrapa, al que hay que decirle que no y darle la pelea porque sino te mata. Es más difícil.

Y es más difícil porque en verdad más allá de lo que se consuma, si bien no es lo mismo (en niveles de riesgo) consumir marihuana que cocaína o éxtasis todos los fines de semana, el hecho esta en la aceptación social con la que convivimos acerca de estos mecanismos para soportar la existencia en un mundo donde cada vez más los valores son los de mercado y cada vez más las personas somos objetos.

En este marco los jóvenes son carne de cañón del sistema. Cuando lo que domina es una oferta permanente de vida sin límites, de “consumo ilimitado” como bien reza un famoso eslogan de una gran compañía de celulares, la construcción de identidad pasa necesariamente por ahí, existir para este sistema pasa por consumir tal o cual cosa.

Uno de los testimonios de una chica de 19 años que estuvo en la fiesta ese sábado, dejaba ver esto: “Cuando llegue un chabón me dijo, ey estas re careta ¿no querés una pasti?”. Estar re careta es lo antipopular en una fiesta, es estar atado a la realidad sin poder ir mas allá y en cambio para ir mas allá, para dejarse llevar por la música y que fluya la diversión el estímulo esta de la mano de una sustancia, sino te aburrís.

Pastillas contra el aburrimiento

Cuando indagamos acerca de los motivos por los cuales se recurre al consumo de sustancias la respuesta acerca del antídoto que proveen frente al aburrimiento es clave. Una persona puede no consumir cotidianamente, tener una vida encuadrada en responsabilidades e inclusión pero sin embargo recurrir al consumo en determinadas situaciones sociales. El caso del consumo de drogas sintéticas en las fiestas electrónicas suele coincidir con esta descripción.

Entonces solemos escuchar frases que apelan al consumo responsable donde se manifiesta el famoso “yo la controlo, ella no me controla a mí”; “sólo consumo los fines de semana y luego voy a trabajar”. Existe un pacto social que avala esto como hábito y como forma de vida en un sector de las clases medias. La pregunta es cuánto hay de control si la diversión pasa por ahí, si es necesario el estímulo excitatorio que producen las sustancias psicoactivas para pasarla bien en una noche cualquiera.

Fiesta de negligencias e irresponsabilidades

Las declaraciones de muchos funcionarios oficiales en torno a este tema son alarmantes por lo pacatas y retrogradas. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, declaró: «Mi mirada es que tenemos que ser más estrictos y trabajar junto con los padres, que también tienen que ser más estrictos”.

Si hay algo que quedó claro en las últimas décadas es el fracaso de los modelos prohibicionistas y abstencionistas en el abordaje del consumo. Simplemente porque en una sociedad en la cual este se promueve permanentemente a partir de valores y cultura del mercado, prohibir como punto de partida acentúa la valorización centrada en las sustancias y no en el problema de fondo que son la falta de oportunidades, la ausencia de referencias simbólicas basadas en otro tipo de valores, la división de clase a la hora de medir el impacto de ciertos sucesos, y la ausencia de una promoción y prevención desde el Estado con herramientas efectivas que lleguen a los barrios, a las escuelas, a las redes, a la publicidad, a los clubes, a todos los espacios que emanan mensajes hacia la juventud dictaminando como esta tiene que ser.

En paralelo la responsabilidad tiene que ser y es una demanda de justicia. La gravedad de lo sucedido, las vidas perdidas y el desconsuelo para siempre de familiares y amigos de las victimas merece el más profundo respeto y un forma de reparación única que es en el camino de los derechos humanos, que es en la condena a los responsables, que es diciendo basta de permitir que los empresarios digiten nuestras vidas y nuestras muertes, que es parándole la mano a los negociados de todo tipo que franquean las barreras de un Estado que mira hacia otro lado, que lanza respuestas insuficientes e irritantes como las del jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodriguez Larreta, acotando sus declaraciones en cuanto al “doloroso momento” y manifestando acompañamiento a familiares y amigos.

El compromiso no cumplido por parte de autoridades, funcionarios, ministros y jefes de gobierno en este momento debe ser parte de la indignación y un reclamo en lucha que nos involucre a todos/as. Para dejar de cerrar los ojos ante lo que vemos a diario y son los miles de jóvenes expuestos a mensajes de diversión empastillada, o de ruptura con una realidad cruda fumando porquerías.

* Psicóloga especialista en problemática de consumo de sustancias psicoactivas

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