23 marzo, 2016

El imperialismo en el siglo XXI

Por Lucas Villasenin. Si una palabra pretendió ser dejada en el diccionario del siglo pasado esa palabra es «imperialismo». Repensar su dinámica se presenta como un desafío para quienes se proponen enfrentarlo en el nuevo siglo.

Por Lucas Villasenin. Si una palabra pretendió ser dejada en el diccionario del siglo pasado esa palabra es «imperialismo». Repensar su dinámica se presenta como un desafío para quienes se proponen enfrentarlo en el nuevo siglo.

El imperialismo en el siglo XX

Lenin fue la principal referencia para dar cuenta de este fenómeno en el siglo pasado. Él asumió una postura que se oponía a que el mundo tenga que ser un botín de guerra a repartir entre las potencias capitalistas. Esa herejía iba a contramano de quienes legitimaban o justificaban la dominación política y económica sobre la llamada «periferia» del mundo.

Para el revolucionario ruso el imperialismo era «la fase superior del capitalismo», tal como acuñó en el libro que lleva ese título, y la lucha entre las principales potencias por dominar otros territorios fue una de las razones que llevaron la I Guerra Mundial. El sistema capitalista lejos de llevar el progreso y la civilización a los países que no gozarían de esos privilegios, con el imperialismo llevaba adelante la guerra y la barbarie. En lugar de promover la libertad de mercado que tanto proclamaban sus ideólogos, se había transformado en un lucha feroz entre monopolios.

Este imperialismo tampoco era igual a los casos de acumulación de riquezas que se generaron a partir de la conquista de América, las practicas de piratería en los mares o el saqueo de África. No era ya una cuestión simplemente de tropas armadas robando riquezas por el mundo. Había nuevas herramientas que predominaban como los monopolios empresariales y una nueva forma de apropiación de riqueza a través del capital financiero.

Luego de la II Guerra Mundial los procesos de descolonización e independencia política tuvieron como referencias a la Revolución Cubana y a la guerra de liberación de Argelia. Vencer al imperialismo era posible. Pero no en todos los casos se seguirían las lecciones de Lenin. El fin de una forma de dominación imperialista no fue necesariamente acompañado por un proceso de transformación orientado a superar al capitalismo.

¿Un capitalismo sin imperialismo?

Mientras en la década del ochenta 300 mil cubanos combatieron en África para terminar con el apartheid apoyado por Estados Unidos y el Reino Unido, escasos pensadores se atrevieron a cuestionar la existencia del imperialismo. Simultáneamente la Unión Soviética se desmoronó y el «socialismo real» pasó a la historia como el último intento fallido de intentar superar el capitalismo.

El imperialismo tal cual se había desarrollado en los siglos precedentes había sido derrotado en algunas de sus formas pero el capitalismo, al cerrarse el siglo XX, gozaba de tanta vida que hasta sus ideólogos se atrevían a clausurar la historia. Si de la vida del capitalismo no se podía dudar demasiado, respecto al fenómeno imperialista algunos prefirieron no hablar más al respecto.

La palabra imperialismo nunca dejó ser molesta para los defensores de las políticas neoliberales que multiplicaron la desigualdad en el mundo como lo demuestra Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI. Y, en la década del noventa, esta palabra también empezó a ser dejada de lado para las izquierdas que eran acusadas de hablar sobre cuestiones que en el mundo ya no existían.

Un intento de actualizar a la izquierda anti-neoliberal lo llevaron adelante los intelectuales Antonio Negri y Michael Hardt en el año 2000 publicando el libro Imperio que circuló en abundancia por los espacios de militancia política de todo el mundo. Según los autores, en los Estados ya no residía la soberanía. Decían: «La soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismo nacionales y subranacionales» (haciendo referencia a instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial).

La formulación teórica de Imperio se contraponía radicalmente a las formas de pensar el imperialismo precedentes. «El imperio no establece ningún centro de poder y no se sustenta en fronteras y barreras fijas», era una de sus definiciones del nuevo fenómeno. «Estados Unidos no constituye el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha terminado», sentenciaba el prologo del libro.

El capitalismo estaba desplegándose por primera vez en su historia a lo largo y ancho del planeta, pero el imperialismo para Negri y Hard ya no existía.

¿Y ahora qué?

Basta nombrar las invasiones a Irak, Afganistán o Libia impulsadas por Estados Unidos, la vigencia de anclajes coloniales como las Islas Malvinas, el cierre de fronteras al interior de Europa o de las formas de apropiación de riquezas a través del pago de deudas públicas o extracción bienes naturales en los países de Latinoamérica, África y Asía para dar cuenta de ejemplos que se contraponen a la idea de que el imperialismo ha muerto.

Tampoco se trata del mismo fenómeno que el de un siglo atrás. El imperialismo en el siglo XXI funciona con particularidades y actualmente se encuentra atravesando una de las peores crisis de la historia del capitalismo.

Una primera particularidad es la vigencia de la hegemonía estadounidense en la economía mundial sustentada en el predominio del dólar como moneda y en la acumulación de excedentes financieros del mundo. Con la II Guerra Mundial, el dólar se impuso sobre las monedas europeas que le competían y luego de que Richard Nixon en 1971 terminara con el patrón oro la misma mantuvo su hegemonía.

Entre 2007 y 2010 la crisis llevó a que, para evitar la quiebra de bancos, la Reserva Federal emitiera sin problema alguno 16 billones de dólares. En el dólar y en la acumulación de excedentes financieros a través de Wall Street se encuentra la clave de un país que acumula un sistemático déficit comercial y fiscal hace varias décadas. Si de parasitismo económico se trata, Estados Unidos está a la vanguardia.

Otra particularidad es cómo Estados Unidos y la Unión Europa llevan adelante los métodos de derrocamiento de gobiernos democráticos que se oponen a sus intereses. Las formas predominante ya no son los golpes de Estado liderados por las fuerzas armadas o las invasiones militares que abundaron en el siglo pasado. Si bien el gasto militar de las potencias imperialistas se ha multiplicado, las herramientas de ataque también.

El uso de los medios de comunicación y las ONG se ha transformado en un arma más potente. Los métodos de lucha «no-violentos» y «la política del jiu-jitsu» que propuso el filósofo Gene Sharp para asesorar a la CIA y a grupos de derecha durante la última década están más vigentes que nunca. Al respecto alcanza con destacar cómo se derrocó a Mel Zelaya en Honduras y a Fernando Lugo en Paraguay o como se intenta hacer lo mismo en Brasil y Venezuela en estos días.

El imperialismo, como fenómeno desplegado por las necesidad de acumulación de riquezas del capitalismo, existe. En el siglo XXI establece campos de batalla más complejos en el que los pueblos tendrán que aprender a pelear por su independencia.

@villaseninl

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