Cultura

16 marzo, 2016

Y cuánto vale ser el cine nuevo

Con una nueva edición del porteñísimo BAFICI en ciernes, el director y docente Juan Villegas se aventura a plantear los desafíos que tiene el festival en este nuevo escenario que lo encuentra con un nuevo director artístico. Cambio de gobierno, nuevas perspectivas y viejos debates.

Con una nueva edición del porteñísimo BAFICI en ciernes, el director y docente Juan Villegas se aventura a plantear los desafíos que tiene el festival en este nuevo escenario que lo encuentra con un nuevo director artístico. Cambio de gobierno, nuevas perspectivas y viejos debates.

Las chicas se sientan en sus bútacas. Pícaras, entran un fernet escondido en un termo de acero. El aroma revela el sabor dulzón del aperitivo. En la pantalla, un tosco Rodolfo Ávalos le roba besos a una intensa Natacha Méndez. Las chicas del fernet miran azoradas la escena. No la entienden, la repudian. Esas actuaciones, propias de uno de los directores más prominentes del más reciente cine nacional, parecen no tener posibilidad en su lógica. Putean la pantalla y se van de la proyección.

Pasión y Martirio, la octava obra de José Campusano, continúa avanzando en su trama, impávida ante la deserción de las embriagadas muchachas. Este tipo de situaciones sólo puede tener lugar en espacios como el que ofrece el BAFICI, festivales independientes donde los espectadores se le animan a películas que durante el resto del año no tendrían espacio en sus agendas.

A fuerza de festivales, el cine del director quilmeño pudo avanzar a pasos agigantados, así como el de muchos otros realizadores primerizos desde el primer Buenos Aires Festival Internacional de Cine, parido en 1999. Juan Villegas es uno de ellos y en un artículo publicado en el portal Otros Cines arriesgó algunas anotaciones acerca de los desafíos del cine argentino actual en este festival que este año llegará a la mayoría de edad.

Participante y además integrante de varias mesas chicas del festival ahora presidido por Javier Porta Fouz, Villegas fue preciso en varias cuestiones que considera urgente revisar para que nuestro cine pueda destacarse en la programación de este y muchos otros eventos similares: desde revisar las temáticas muchas veces lacónicas de los argumentos (y lo formal) hasta la situación del cine latinoamericano en general, el director de Ocio repasa superficialmente algunos de los aspectos que ya tienen años de debate en los círculos de la crítica.

Juguetes perdidos

Lucrecia Martel, realizadora indiscutible del cine argentino de los últimos años, elaboró un hipótesis igual de certera como necesaria en una entrevista brindada en febrero al portal chileno La Fuga: el cine argentino sigue estando en manos de una sola clase social en nuestro país; las elites siguen monopolizando las cámaras y eso se nota en la pantalla. Se entiende: las historias, sean sobre las clases más pudientes como las populares siempre fueron contadas por directores y directoras de las capas blancas de nuestra sociedad.

Desde Adrián Caetano y Pablo Trapero hasta María Luisa Bemberg (o la propia Martel) provienen de sectores con cierta comodidad económica. Esto determina de lleno la clase de historias a mostrarse. Sean relatos sobre familias oligarcas en decadencia o policías del conurbano aprendiendo las viejas mañas, las miradas siempre son las mismas.

Esto no es nuevo: Pier Paolo Pasolini ya en los años 70 en sus Cartas Luteranas advertía sobre esto. No basta con ser suelto de boca y lograr articular ciertos conceptos acerca de las clases populares para administrarlas en la pantalla de manera beneplaciente; hay cosas que simplemente no entendemos por no haberlas vivido. Tan simple como eso. Se podrán incluir películas de mayor variedad visual e incluso más elocuentes que las que estamos acostumbrados a ver en el minimalista cine nacional, el resultado siempre será el mismo. De lo que se trata no es de correr más rápido sino de pasar la pelota.

Dos directores surgieron en los últimos años que lograron mover el estante blanco y bienpensante del cine actual: José Celestino Campusano y Camilo Blajaquis. Toscos en su estilo pero sinceros en su hablar, no hicieron más que contar las historias que conocían. Ya sean motoqueros en las calles de Berazategui y Quilmes o pibes corriendo con la visera veloz por los pasillos de las villas, lograron generar un sismo en las pantallas al inmiscuirse entre los rollos de un cine que, igual de hipócrita que bien intencionado, intentaba quitares el micrófono de la boca.

Preso en mi festival

La forma de entender la cultura es clara: el último domingo la pelea por el rating estuvo copada por la rivalidad Mirtha Legrand vs. Polémica en el bar. Esto da cuenta de una realidad bien difícil para los productores nuevos y, sobre todo, los realizadores audiovisuales.

Alejandro Cacetta, flamante director del INCAA, en la entrevista brindada a la edición de enero de Haciendo Cine anticipó un recorte de créditos para los nuevos realizadores. La intención con esto es producir menos y así afinar la puntería para generar contenidos que logren “llevar gente a las salas”.

Este último verano, vale decir, por primera vez en diez años bajó la cantidad de entradas cortadas. La gente en nuestro país sigue considerando al cine como un bien suntuoso del cual desprenderse ante un panorama de crisis. No hay lugar para una nueva forma de filmar bajo esta lógica.

Esto escapa al análisis (noble, sincero y siempre coherente con su forma de hacer cine) de Juan Villegas. Hay un síntoma claro: la mayoría de los trabajos del festival provienen de reconocidas escuelas de cine como la ENERC y la FUC, cuando no de realizadores que estudiaron en el exterior.

En los últimos años el INCAA fomentó el estudio de nuestro arte en universidades de todo el país así como organizaciones sociales pusieron a disposición herramientas comunitarias para el fomento del cine entre las clases populares. Ni hablar del fomento del AFSCA para las productoras comunitarias.

La solución al riesgo de que la relación entre el BAFICI con el cine argentino sea cada vez más endeble está en nuestro ego. Debemos dejarle lugar a nuevos actores. La última gran revolución del cine pasó por lo técnico, esta vez debe pasar por lo comunitario. Si realmente queremos transformar el cine debemos dejar de contar historias que no nos pertenecen.

Iván Soler – @vansoler

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