Batalla de Ideas

18 febrero, 2016

La integración regional en disputa

Por Manuel Bertoldi. El nuevo escenario político que se abre en Latinoamérica luego de los retrocesos, más o menos parciales, que significaron las derrotas electorales en Venezuela y Argentina, junto al latente pedido de impeachment en Brasil, ponen en crisis los procesos de integración que se gestaron durante los últimos años.

Por Manuel Bertoldi. El nuevo escenario político que se abre en Latinoamérica luego de los retrocesos, más o menos parciales, que significaron las derrotas electorales en Venezuela y Argentina, junto al latente pedido de impeachment en Brasil, ponen en crisis los procesos de integración que se gestaron durante los últimos años en nuestra región al calor de la derrota del ALCA y el ascenso de gobiernos progresistas en países importantes en términos geopolíticos.

La reciente cumbre de la CELAC, con la ausencia del primer mandatario argentino y los debates que afloraron desde los diferentes países sobre la perspectiva de la integración regional, muestran las tensiones en las que hoy está inmerso nuestro continente. Allí se incluye la discusión en torno a la solidaridad entre los países de la región, particularmente frente a la difícil situación que se vive en Venezuela; y las posibles soluciones para enfrentar la crisis que se vive a nivel global frente a la baja de los precios internacionales de las commodities.

En América Latina se encuentran en disputa tres proyectos políticos: el neoliberal, el neodesarrollista y el antiimperialista. Ninguno de estos ha encontrado todavía la posibilidad de construir una marcada hegemonía sobre el resto. El proyecto neoliberal es el que más se ha fortalecido en los últimos años, sobre todo en el último tiempo a partir del retroceso y entrada en crisis de los proyectos que asumieron un modelo neodesarrollista en los marcos nacionales, como Brasil y Argentina, y de carácter de integración capitalista a nivel regional.

Los procesos de integración que se han construido con el cambio de época latinoamericano se impulsaron con una fuerte impronta del proceso bolivariano de Venezuela y el liderazgo de Hugo Chavez, en alianza con el segundo bloque de países como Argentina y Brasil, que buscaban mayores márgenes de autonomía frente a las potencias mundiales sobre todo de la injerencia estadounidense en la región. Es así que surgió la UNASUR, como culminación de un proceso iniciado en 2004 y finalizado en el 2008 con la creación de la instancia con sede permanente en Quito, Ecuador.

En segundo término, en este devenir, en diciembre del 2011 fue fundada la CELAC, un proyecto más ambicioso aún, que reúne a todos los países del continente dejando por fuera a Estados Unidos y Canadá. Este organismo alternativiza a la Organización de Estados Americanos (OEA), incorporando -en una reivindicación histórica- a la Cuba socialista expulsada de la OEA en la década del 60 luego del triunfo de la Revolución Cubana.

El cambio de escenario regional que estamos transitando ha debilitado estos mecanismos de integración, estratégicos para consolidar pisos desde donde proyectar procesos emancipatorios en el continente.

El próximo mes de marzo debería realizarse, con sede en Montevideo, Uruguay, una próxima reunión de la UNASUR, donde Venezuela debería hacerse cargo de la secretaría pro-tempore. Con el antecedente de los cruces que hubo entre el gobierno argentino y el venezolano en la última Cumbre del Mercosur, se prevé que este recambio previsto por los acuerdos institucionales no tenga buena aceptación en el macrismo. El primer mandatario argentino está presionando al presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, para suspender la instancia y hasta la fecha todavía no hay certezas de que se realice.

Desde las diferentes fuerzas progresistas y movimientos populares del continente se deben hacer los esfuerzos necesarios y presionar para la realización de la Cumbre y bregar por el normal funcionamiento tanto de la UNASUR como de las diferentes instancias de integración regional. Esta presión debe darse con una perspectiva de seguir disputando al interior de las mismas el necesario protagonismo de las instancias organizadas de los pueblos, porque es indispensable que la integración se piense, trabaje y proyecte desde una perspectiva de integración popular.

Hasta ahora, el único mecanismo que previó en su organigrama formal esta perspectiva a través del consejo de movimientos sociales, fue la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP). Aunque su funcionamiento fue deficiente y con bastante problemas, fue un paso importante para la concreción y el avance en esta perspectiva.

El ALBA, proyecto más afín a las aspiraciones populares, tiene por delante una batalla clave para todo el continente, que es el referéndum del próximo domingo 21 de febrero en Bolivia. Es prioridad para los movimientos populares rodear de solidaridad y trabajar para que el pueblo boliviano salga victorioso de este desafío.

Más allá de lo que suceda en Bolivia, es necesario unir esfuerzos para la realización de la cumbre de UNASUR y la participación de las organizaciones sociales, sindicales y políticas en Montevideo, para rechazar y enfrentar la ofensiva conservadora en América Latina. Una región en la que, a pesar de las dificultades, están depositadas las esperanzas de pensar un mundo alternativo al que propone el capitalismo, a partir de las luchas de los movimientos populares en todo el continente.

@m_bertol

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