12 febrero, 2016
Jorge Lanata y la teoría de los dos demonios
Por Felipe Etkin. En su columna del domingo, Jorge Lanata escribió en el diario Clarín un artículo titulado “Sobre la militancia”. Allí considera que la dictadura fue un mal menor antes las muertes que podría haber generado la guerrilla. Una falacia que busca legitimar la represión.

Por Felipe Etkin. En su columna del domingo, Jorge Lanata escribió en el diario Clarín un artículo titulado “Sobre la militancia” en el que intenta realizar una radiografía de los militantes y las supuestas características que los definirían. Entre todas las cosas que uno esperaría encontrar en palabras de Lanata hubo una que llamó inmediatamente la atención del público lector. El periodista lanzó la pregunta: “La dictadura provocó 30.000 muertes; ¿cuántas hubieran provocado los montoneros?”.
Luego citó al intelectual búlgaro Tzvetan Todorov quién en el año 2010, luego de una visita fugaz a la Argentina, escribió un artículo para el diario español El País. El artículo de Todorov, quien confiesa que era la primera vez que visitaba la Argentina y que permaneció solo una semana, se centra fundamentalmente en su recorrido a la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y al Parque de la Memoria. El semiólogo, sumamente crítico del concepto de memoria propuesto por dichos espacios, indica que le llamó la atención la falta de referencias a las acciones de las organizaciones armadas de izquierda.
Lanata lo citó: “Como fue vencida y eliminada [la guerrilla], no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población”.
Asimismo en la edición digital de El País repiten la misma frase sintetizada en letras grandes y resaltadas: “Los Montoneros y otros grupos asesinaban, secuestraban, atracaban y volaban edificios. El genocidio camboyano mató al 25% de la población. La represión argentina, el 0,01%”.
No es necesario ser un experto en lógica formal para entender que la frase puede ser sintetizada en un silogismo: A es igual que B, por lo tanto C es mejor, o al menos el mal menor.
Antes que nada Todorov se equivoca totalmente en el porcentaje (Lanata tampoco lo corrige): o bien en la Argentina de 1976 había 300 millones de habitantes o las víctimas del terrorismo de Estado fueron menos de 3 mil. De cualquier manera, la comparación y proyección con el genocidio comandado por Pol Pot y los Jemeres Rojos en Camboya no busca más que ver a la dictadura argentina como un mal menor frente a los guerrilleros argentinos cuya inferioridad y derrota militar ya para 1976 era irreversible.
El argumento del semiólogo búlgaro es una falacia, no sólo errónea sino también perjudicial. Imaginar crímenes potenciales entre actores distintos, en continentes distintos, en contextos diferentes, simplemente en base a una retórica “de izquierda” compartida o una raíz ideológica reclamada por ambos es una operación muy poco seria.
La teoría de los dos demonios y la lenta construcción del consenso
La construcción del “enemigo público” es un aspecto fundamental para la hegemonía y legitimidad de un gobierno; esto es: crear una figura o entidad que resuma todo lo malo, deleznable y moralmente opuesto al grupo que ejerce el poder. A partir de los años ’60 la doctrina de seguridad nacional funcionaba como el marco ideológico y estratégico desde el cual se buscaba eliminar la subversión marxista con cabeza en la Unión Soviética.
Entrenados en la Escuela de las Américas de la mano de grandes oficiales estadounidenses y franceses, los militares argentinos impulsaron una estricta táctica de aniquilamiento del entonces “enemigo interno”. La denominación de “guerra sucia” marcó la propuesta del gobierno de facto de legitimar lo que en realidad era un genocidio sistemático y planificado de la población. Los guerrilleros, el enemigo público de turno, fueron la justificación para el secuestro, tortura y muerte de militantes sociales, sindicalistas, trabajadores, curas tercermundistas y ciudadanos en general.
No obstante el artículo de Lanata, y este mismo, no tienen como objetivo la reflexión histórica; sino el presente. La propuesta del reconocido periodista fue realizar consideraciones sobre la militancia en la actualidad. ¿Qué reacciones podemos esperar de un escrito que caracteriza la militancia partiendo de que Montoneros probablemente hubiera replicado el genocidio de Camboya en Argentina?
Montoneros fue una agrupación guerrillera de las muchas que existieron en el país, como así también existieron cientos de miles de militantes que escaparon con mucha distancia a las lógicas de la lucha armada. Y hoy nadie se lo plantea como una opción.
La analogía resulta sumamente peligrosa en momentos de incertidumbre política, más aún al calor de un nuevo gobierno que por ahora no promete mucha tranquilidad para movimientos y organizaciones sociales en materia de derechos humanos. Como agravante hay que considerar el caso de Milagro Sala, quien actualmente se encuentra presa acusada de “instigación a cometer delitos y tumultos”, de acuerdo con una denuncia realizada por el gobierno de Jujuy, a raíz de un acampe en la capital provincial.
Hoy, ante la ausencia de un enemigo público definido y altas posibilidades de que la conflictividad social se agrave con la implementación de políticas neoliberales y antipopulares (como es el caso de las olas masivas de despidos y el ajuste económico), la construcción de consenso a favor de señalar a los militantes y organizaciones sociales como enemigos del bien público no es extremadamente cercana, pero para nada distante.
Lograr el consenso de las masas en una situación de conflicto y disputa de intereses implica lograr que algo determinado sea concebido como de sentido común. Esto a su vez, es lograr un consenso a favor de una serie de políticas posibles a implementar, lo que significa legitimación y, en suma, hegemonía.
En esta batalla por la construcción del sentido común, los medios de comunicación tienen un rol fundamental. El pasado 23 de noviembre de La Nación publicó un editorial titulado “No más venganza” en el que señalaban que la elección de un nuevo gobierno “es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”, haciendo referencia a los juicios por delitos de lesa humanidad como una “cultura de la venganza” orquestada por la “represión subversiva”.
En vísperas del aniversario de los 40 años del golpe militar de 1976 las declaraciones de Lanata y La Nación, sumadas a las de funcionarios del gobierno nacional, van marcando la hoja de ruta de las disputas pendientes, ahora reeditadas al ritmo del enrarecido clima nacional.
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