4 febrero, 2016
«No podés hacernos esto, Viejo, no podés hacernos esto a nosotros»
En “El descamisado. Periodismo sin aliento”, el periodista Ricardo Grassi recuerda sus años como director del periódico de Montoneros. Por aquella redacción notable pasaron grandes referentes del periodismo militante. El antes y después de Perón y la famosa plaza de los imberbes de 1974.

“Al escribir sobre aquellos vivos ahora muertos se cuela la contradictoria sensación de recuperar algo que está perdido pero está, que murió pero vive y que para satisfacer el deseo irracional de regresar a aquel nosotros apasionado bastaría extender los brazos, reacomodar un par de piezas y retirar a tiempo aquellas que desarticularán la ilusión y matarán a mis amigos. El deseo no permite cambiar el pasado ni prever qué infinitas cuanto improbables carambolas lejanas determinarán un presente. Entonces se vuelve a un dolor seco.
Todo es hoy y en el hoy que éramos en 1973 había demasiadas cosas que no sabíamos y muchas que no pudimos entender ni aceptar”
En su libro, Ricardo Grassi, quien fuera director de El descamisado, revive número a número, la energía de esa generación y de una época en la que -como expresó Lilia Ferreyra- “la euforia era tal y tanta, tanta luz que había ceguera para ver la oscuridad”.
Por su redacción pasaron intelectuales entrañables como Capdevila, Ricardo Roa, Dardo Cabo (quien se aventuró a aterrizar en Islas Malvinas con un avión secuestrado y plantó siete banderas argentinas), Enrique «Jarito» Walker, «La Pepa» Lili Massaferro (compañera de Paco Urondo), Lilia Ferreyra (compañera de Rodolfo Walsh), Jorge «Josesito» Lewinger, Héctor Oesterheld, los dibujantes Hugo Pratt, Francisco Solano López y Alberto Breccia, entre otros.
La crónica testimonial de Grassi -que tiene el valor agregado de ser uno de los pocos que sobrevivió para contarla- cubre desde mayo de 1973, los meses previos a la asunción de Héctor Cámpora, hasta septiembre de 1974, dos meses después de la muerte de Juan Domingo Perón; momento en que Montoneros anuncia su pase a la clandestinidad y el semanario es clausurado.
Los 63 números a los que llegó esta publicación militante dan cuenta de los vaivenes políticos de esas semanas que cambiaron el país: la inesperada y dramática ruptura entre el líder y quienes consideraban que ese gobierno se había conseguido gracias a la resistencia peronista y que debía construir el socialismo.
El contrapunto desatado en Plaza de Mayo entre Perón y Montoneros, el día del Trabajador, allá por 1974, refleja las discusiones ideológicas de ese momento, que llevarían a la ruptura final y al fracaso del sueño de la patria socialista.
En una plaza, claramente dividida entre la derecha peronista (adelante) y Montoneros (atrás), Perón pide silencio y comienza su discurso, enojado: “…pese a estos estúpidos que gritan”.
Hay un estupor general entre los manifestantes. Perón ya había usado tonos duros y amenazantes, pero nunca los había insultado -como volverá a hacerlo a lo largo de su discurso- frente a un público masivo en el que podía desatarse la violencia entre grupos.
Los de atrás respondieron cantando: “Qué pasa, qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Perón continuó defendiendo a aquellos con los que estaba gobernando.
Montoneros: “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical…”
Perón contraataca: “(…) Y hoy, resulta que estos imberbes pretenden tener más méritos que los que durante veinte años lucharon”.
Otra vez: “¡Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”.
Perón subió el tono y cerrando el puño dijo que “el Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer sus dirigentes asesinados”. La referencia a José Ignacio Rucci -asesinado meses atrás- era evidente.
De la plaza se escuchó: “Rucci, traidor, saludos a Vandor”. Rematado con “Montoneros, carajo”.
A la consigna “Conformes, general” que se había decretado como único cántico permitido para ese día, Montoneros respondió reformulándola: “¡Conformes, conformes General, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar”.
Cuenta Grassi, que “al son de la última frase, las columnas de atrás empezaron a retirarse de la Plaza cantando: ‘Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va’. Perón había oficializado la ruptura del Movimiento”.
“En Diagonal, un hombre viejo golpeaba fuerte su puño contra un afiche con la foto de Perón. ‘No podés hacernos esto, Viejo, no podés hacernos esto a nosotros”.
Un paso sin retorno. Según Grassi: “No hay razón alguna para pensar que (Perón) fuera un aliado de quienes con determinación querían eliminar el potente y prepotente impulso revolucionario del Cono Sur, ya que tampoco el plan antiimperialista de Perón podía gustarles. Sin embargo, el General no quiso, no logró o no supo impedir la tragedia en ciernes”.
La reconstrucción político/periodística de estos años que propone el libro de Grassi nos invita a seguir indagando sobre una historia polémica que, a pesar de las más de cuatro décadas transcurridas, sin dudas continúa proyectando sus consecuencias hasta nuestra compleja situación política actual.
Fabiana Montenegro
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