7 enero, 2016
La revancha del mercado
Por Ulises Bosia. Si Néstor Kirchner construyó un estilo de gobierno basado en la idea de “poner a la política en el puesto de mando”, la llegada del macrismo es el escenario de una revancha virulenta de los mandamases de la economía, con el viejo manual del liberalismo bajo el brazo.

Por Ulises Bosia. Si Néstor Kirchner construyó un estilo de gobierno basado en la idea de “poner a la política en el puesto de mando”, la llegada del macrismo es el escenario de una revancha virulenta de los mandamases de la economía, con el viejo manual del liberalismo bajo el brazo.
No es la primera vez que un gobierno apela a gerentes de importantes corporaciones económicas nacionales o transnacionales para cargos decisivos en la función pública.
Puede recordarse, por ejemplo, la denuncia de la CGT de los Argentinos contra el gabinete dictatorial de Juan Carlos Onganía, en los años sesenta, al que identificaban como una “dictadura de los monopolios”. O los casos de José Alfredo Martínez de Hoz, durante la última dictadura cívico-militar, directivo de Acindar, y del efímero Miguel Ángel Roig, primer ministro de Economía de Menem, proveniente de Bunge & Born.
Pero en cualquier caso, en este terreno el gabinete nombrado por Mauricio Macri es un salto de calidad respecto de sus predecesores, algo que la propia trayectoria personal del presidente ya adelantaba. Nos gobierna un empresario, de una de las familias típicas del empresariado nacional, y su gobierno es un gobierno de empresarios, de manera transparente, tanto por sus nombres como por la orientación de las políticas que lleva adelante.
Lejos de ocultarlo, el macrismo hace jugar la carta de su perfil empresarial para aprovechar el descrédito que “los políticos” mantienen en una parte importante de la sociedad, principalmente la que nunca encontró en la simbología y los liderazgos kirchneristas las vías de un reenamoramiento con la política. Revela así su deuda de origen con la crisis de representación de 2001, reciclando los principales valores neoliberales -la modernidad, la eficiencia, la tecnocracia-, entonces cuestionados por sus consecuencias sociales, y asociándolos a la representación social emblemática del capitalismo: el empresario exitoso.
Evidentemente, en las profundidades del imaginario de nuestra sociedad, el prestigio del “empresario exitoso” y los valores del neoliberalismo que tiene asociados, permanecieron agazapados, esperando el momento oportuno para intentar reconstruir su hegemonía perdida, con la inestimable ayuda de los principales medios de comunicación.
Política y economía
La relación entre política y economía fue una de las definiciones que marcaron al kirchnerismo. Fueron tres gobiernos en los que “la política” ganó márgenes importantes de autonomía tras demasiados años en los que el poder económico se había acostumbrado a la gestión directa del Estado, y ni hablar en otras latitudes de este mundo globalizado donde esos márgenes de autonomía no tienen derecho de ciudadanía.
Las buenas condiciones macroeconómicas creadas -en un contexto internacional muy favorable- permitieron la recuperación del rol del Estado como garante del “interés general” de la sociedad, como “regulador” del mercado y como “árbitro” entre los distintos sectores sociales en caso de conflicto. Es uno de los puntos más fuertes que permiten interpretar al kirchnerismo como una suerte de “peronismo del siglo XXI”.
Pero el liberalismo, como ideología predilecta de nuestra clase dominante, históricamente siempre enfrentó esa interpretación del Estado. Y al contrario, buscó asociarlo con un obstáculo para el desarrollo económico, una fuente de ineficiencia, corrupción y atraso. El macrismo en este sentido sigue el manual al pie de la letra. Por eso selecciona a sus funcionarios entre quienes pueden acreditar un diploma de “éxito” en la ley de la selva del mercado, es decir, en la dirección de importantes empresas.
La enorme contradicción del liberalismo -del viejo y del nuevo- es que busca terminar con “las distorsiones” del Estado y “dejar hacer” al mercado mediante una durísima intervención del Estado. En este caso, mediante la política del decreto presidencial, que no respeta ni las leyes ni la Constitución, ni siquiera respeta lo que el propio macrismo y sus aliados decían hace uno o dos meses atrás.
Esta contradicción deja en evidencia que no hay mercado sin Estado, sin leyes, impuestos, fuerzas de seguridad, infraestructura ni ninguna de las manifestaciones concretas del Estado en la sociedad burguesa. Que la ideología liberal se asienta sobre una gran ilusión y que lejos de ser un obstáculo o un anacronismo, el Estado es una herramienta imprescindible para transformar la realidad, sea a favor de la clase dominante o de los intereses populares.
La burguesía lo tiene muy claro, por eso instrumenta grandes campañas de desprestigio estatal -hoy con el objetivo de reducir el empleo público- mediante los medios masivos de comunicación, y logra que sectores significativos del pueblo trabajador compren ese discurso.
¿Y estos de dónde salieron?
Los empresarios-funcionarios del macrismo no surgieron de la nada, ni son el resultado de una creación divina. Representan fuerzas sociales existentes durante los doce años de gobiernos kirchneristas.
Son las caras públicas de las distintas fracciones de un poder económico obligado por la fuerza de la movilización popular a aceptar las nuevas correlaciones de fuerzas sociales emergentes de la crisis de 2001. Y más adelante resignado a regañadientes a aceptar la construcción del Estado regulador que llevó adelante el kirchnerismo, a cambio de gobernabilidad y condiciones económicas necesarias para poder reiniciar sus negocios.
Pero el poder económico ahora cree que llegó el momento de avanzar sobre los intereses del pueblo trabajador y encontró en Cambiemos al sujeto político más propicio para ello.
Por esa razón, pensar hoy la construcción de un proyecto político capaz de organizar a una nueva mayoría social en torno de un gobierno popular, requiere analizar las razones por las que el poder económico logró salir fortalecido después de doce años de kirchnerismo.
¿Cuáles son las medidas principales que debería tomar un gobierno popular para afectar estructuralmente sus intereses? ¿Por qué el kirchnerismo no las tomó? ¿Se hizo todo lo que se podía? ¿Cuál puede ser el rol de la movilización y la participación popular en el enfrentamiento con los sectores más poderosos de la economía? ¿Qué relación debe entablarse con los países de nuestro continente para poder ganar en soberanía nacional? ¿Qué legislaciones debieron haberse modificado? ¿Hace falta una nueva Constitución en lugar del texto neoliberal sancionado en 1994?
Hacerse estas preguntas a fondo, con espíritu crítico y autocrítico, es parte importante de que la resistencia al gobierno de empresarios que tenemos enfrente pueda aportar al nacimiento de una nueva esperanza para el pueblo argentino.
@ulibosia
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