Batalla de Ideas

10 diciembre, 2015

Cristina, Macri y la oposición

Por Mariel Martínez. La oposición del periodo que se termina hoy estuvo hegemonizada por la derecha más rancia. Podrá analizarse cuánto de esto es trabajo de La Nación, de Clarín, de la Sociedad Rural, o incluso del propio gobierno; pero lo que no puede negarse es que la oligarquía dueña de este país fue la más ferviente detractora del kichnerismo y, sobre todo, de la presidenta saliente, Cristina Fernandez.

Por Mariel Martínez. La oposición del periodo que se termina hoy, mal que les pese a muchos socialistas bien intencionados y a los otros también, estuvo hegemonizada por la derecha más rancia. Podrá analizarse cuánto de esto es trabajo de La Nación, de Clarín, de la Sociedad Rural, o incluso del propio gobierno; pero lo que no puede negarse es que la oligarquía dueña de este país desde hace más de dos siglos fue la más ferviente detractora del kichnerismo y, sobre todo, de la presidenta saliente, Cristina Fernandez.

Como una vuelta al antiguo testamento, se proyectaron sobre su figura las más claras manifestaciones de los pecados capitales. En el año 2012, la revista Noticias la graficó ebria de goce y lujuria. Sobran por todos lados los ejemplos de diferentes medios y sujetos haciendo alusión a su soberbia y a su ira. Todo movimiento usual e inusual fue enmarcado en su ambición de poder, en su avaricia eterna.

Los calificativos de yegua y de cretina circularon casi como dos extremos lingüísticos de clase, que estos años transformaron en sinónimos. En septiembre del 2013 presidió un acto político envestida en unas calzas negras y catapultó un escándalo nacional. De qué se ríe y por qué se enoja. Hubo ataúdes con su nombre. Se dijo que dominaba a su marido. Se dijo que su marido la dominaba. Se la llamo loca, histérica, enferma. Conchuda. Zorra.

Fueron estas las razones que la oligarquía, siempre cipaya y siempre tilinga, arguyó para votar a la fiebre amarilla, embanderada de libertades individuales (y liberales). Y en espejo, otra vez, la clase media que quiere ser oligarquía y los pobres que quieren ser clase media, empezaron a imitarse por lo ideológico. A ver si pensando como los que tienen plata, brota algo más de plata en los bolsillos. A ver si votando como los cogotudos se adquiere un poco más de estatus.

Y nosotros decimos: nunca fueron esos los argumentos para ser oposición. No constituían razones verdaderas. Eran puro flujo seco, residuos del odio de género y de clase. Porque Cristina negra no es, pero hay mucho negro contento con Cristina.

Y también habemos otros negros que no tanto. Porque sabemos que el capitalismo humanizado sigue siendo al fin capitalismo, y en el capitalismo el que manda es el capital. Porque no se han modificado las estructuras que garantizan que el poder económico se perpetúe en las mismas pocas manos. Porque el aborto legal y gratuito nos ha sido negado una y otra vez. Porque en la calle los pibes, y la maldita policía, y Julio López y Luciano Arruga. Porque la ley antiterrorista entera y la ley de medios, a medias. Porque como se anda diciendo, si no se profundiza de verdad, se retrocede.

Pero ahora hay que esperar, hay que darle una oportunidad, vamos a ver. Son las frases que más se escuchan en la calle en estos días. Una confianza ciega y desmedida en el futuro del nuevo gobierno que ya se ve, que ya se sabe, que ya anuncia desde discurso, ideología y tantos años de gestionar la Ciudad de Buenos Aires, qué es lo que hay que esperar.

Parece ridículo, pero ser hombre, blanco y de ojos claros es ser pura ventaja. Y tener una esposa bien anclada en el lugar tradicional de primera dama es lo que se espera en un país de bien. Y además Mauricio no va a robar porque ya tiene suficiente dinero, para qué va a querer más. La revolución de la alegría es tradición, es familia y es propiedad. Y confianza absoluta en Don Dinero.

Insólitamente algunos dicen que menos mal. Que ahora nos va a ser mucho más fácil ser oposición. Una  derecha nítida, clarita. Sin vericuetos o contradicciones confusas que nos fuercen a reflexiones incómodas. Una derecha de empresa, de multinacional. Una derecha pro yanqui, privatista. Un gobierno de ajuste, de represores y meneadito. Los patrones que andábamos necesitando.

Porque así va a ser sencillo ser oposición. Más claro. Más zurdo, seguro: una oposición de derecha al macrismo rebalsaría los límites de la democracia -burguesa, pero democracia- que de tan buena salud se piensa para el próximo período. Seremos una oposición sin contradicciones. Bien cerradita y pura, aunque algunos estemos seguros de que la contradicción ha sido siempre un lugar desde dónde avanzar.

Y no vamos a hacer lo mismo. No vamos a vaciar de contenido al neofascismo. No vamos a criticar su acento de barrio norte, su forma espasmódica de mover la cadera o su ausencia de capacidad intelectual. No vamos a mirar qué tiene puesto, ni cómo desafina cuando canta Freddie Mercury.

Nos superan en sobremanera las razones para llenar la calle de opositores. De oposición de la de en serio. De la que a la antipolítica le apunta política. De la que a la revolución de la alegría, le opone resistencia, lucha y organización.

 

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