Medio Oriente

2 diciembre, 2015

Arabia Saudita y el polvorín en Medio Oriente

Los conflictos en Medio Oriente han observado una acelerada cadena de eventos que han elevado su temperatura, a medida que los diversos actores regionales y externos buscan acomodar sus movimientos a una coyuntura volátil. Arabia Saudita y su intervención al margen de las tapas de los diarios.

Los conflictos en Medio Oriente han observado una acelerada cadena de eventos que han elevado su temperatura, a medida que los diversos actores regionales y externos buscan acomodar sus movimientos a una coyuntura volátil. Arabia Saudita y su intervención al margen de las tapas de los diarios.

Mientras Alemania accede a unirse a las operaciones aéreas de la coalición que encabeza Estados Unidos contre Estado Islámico y evalúa el despliegue de tropas en el terreno, Rusia ha escalado sus represalias contra Turquía tras el derribo de un avión de combate ruso, la primera pérdida en la campaña en apoyo al gobierno de Bashar al Assad. Esta vez ha extendido su respuesta al congelamiento de importaciones e intercambios comerciales, al tiempo que aumenta el envío de apoyo material al ejército sirio con el despliegue de baterías de misiles antiaéreos, una advertencia nada sutil dirigida no contra los insurgentes, sino contra los ejércitos occidentales y sus aliados en la región.

Pero un actor fundamental en el tablero regional se ha movido al margen de la cobertura mediática. Arabia Saudita y sus socios dentro del Consejo de Cooperación del Golfo cuentan con una gran cuota de responsabilidad en la dirección que han asumido los eventos en la región, desde Yemen hasta Siria; guarecidos detrás de la “relación especial” que han sabido construir con los centros de decisión en Washington y Europa, sus acciones siguen sin embargo una agenda de intereses con tantas coincidencias como conflictos con los objetivos de sus aliados occidentales.

El reino de Dios de en la tierra

Sirviéndose de su rol privilegiado en el mercado energético y el circuito de las finanzas a nivel mundial, el Reino de Arabia Saudita ha extendido su influencia ideológica a través de una vasta red de instituciones y organizaciones privadas a lo largo del mundo. Esta política tomó particular entidad durante la década de los 80, cuando la monarquía absoluta de la familia Saud encontró en la intervención militar soviética en Afganistán y en la expansión del la revolución islámica iraní el desafío ante el cual propagar su propia campaña ideológica.

Desde entonces Arabia Saudita ha hecho uso de una legitimidad que emana del estatus que recibe el reino por albergar en su territorio los sitios más sagrados del Islam en las ciudades de La Meca y Medina, para así promover como una visión única y monolítica de la forma en que las sociedades musulmanas han de ordenarse. Política la cual ha sido tolerada por sus socios occidentales en tanto ha servido para perturbar los intereses de rivales que tienen en común.

De esta manera, no puede terminar de entenderse el móvil detrás de los miembros del Estado Islámico (EI) y otras organizaciones extremistas sin comprender el discurso y la visión que alimenta su máquina propagandística y su política de adoctrinamiento: una versión particularmente rigurosa y puritana de interpretar el Islam, el wahabismo, enraizado en la Península Arábiga, especialmente en Arabia Saudita, donde sirve como base ideológica del Estado.

La prohibición de toda forma de disenso, el exilio de la mujer al ámbito de la servidumbre doméstica (recién este año las mujeres podrán votar por primera vez en instancias municipales), la ausencia total de tolerancia hacia otras religiones (incluidas otras formas de entender el Islam) y el uso irrestricto de la brutalidad en los castigos físicos, son algunos de los muchos elementos en común entre la monarquía saudí y el autoproclamado “Califato” del EI.

El bombero pirómano

Hallándose enfrascada en una disputa por la hegemonía regional con Irán, la Casa de los Saud ha recurrido a una variedad de estrategias. Desde la presión económica (avalando la caída en los precios del petróleo rehusándose a reducir su producción), la ofensiva diplomática (buscando configurar una coalición que englobe a una variedad de Estados identificados como sunitas, con diferente grado de éxito), hasta la acción militar directa (la intervención en el vecino Yemen contra el movimiento Houthi, afín a Irán) o indirecta, a través de la financiación y apoyo de diverso tipo a organizaciones y movimientos armados con los que comparte un enemigo en común en el Estado persa y sus asociados.

Esto se ha acentuado con el giro adoptado por EEUU en su política hacia la región durante la administración Obama, que ha optado por desvincularse de formas de intervención directa tras las desgastantes experiencias de las guerras de Irak y Afganistán junto a las secuelas del caso libio.

La política exterior saudí ha asumido un acento más guerrerista e intransigente, traducidas en el apoyo irrestricto que sus servicios de inteligencia y donantes privados han otorgados a extremistas en Siria, como el Frente al Nusra, la rama siria de Al Qaeda, otorgándole diariamente millones de dólares, cobertura diplomática y avanzado armamento de origen occidental. Empeñado en ver la caída del gobierno de Bashar al Assad, significando así un golpe a los intereses de su rival iraní, los líderes del Golfo ven con pragmatismo (e incluso simpatía) el posible ascenso de un gobierno islamista, de la misma manera que promovieron el ascenso talibán décadas atrás.

En el caso yemení, el reino corre sin embargo el peligro de alimentar a sus propios demonios, mientras la ofensiva militar que lidera junto a otros nueve Estados árabes no ha podido dar vuelta la balanza contra la resistencia Houthi, causando daños humanitarios y económicos irreversibles para la población civil. Al costo diplomático, económico y humano de su aventura militar se suma el potencial de convertir el sur de su frontera en un foco de inestabilidad permanente, en donde el vacío político ha sido territorio fértil para el surgimiento de organizaciones extremistas.

Lejos de un fenómeno ajeno a la acción humana, asentado en factores culturales imponderables y milenarios, los actuales conflictos en la región aunque complejos forman parte de un proceso bien moderno y reciente, donde más allá de las declaraciones diplomáticas hay actores que han encontrado beneficios en la propagación del caos.

Julián Aguirre – @julianlomje

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