1 diciembre, 2015
El mismo amor, la misma tanga
Primera parte de la entrevista exclusiva a la actriz trans cordobesa Camila Sosa Villada donde relata como comenzó en el teatro, la discriminación, la empatía con el público, sus trabajos y perspectivas.
Camila Sosa Villada nació en Córdoba en 1982, estudió Comunicación Social y Licenciatura en Teatro. Entre sus trabajos teatrales se destacan: Carnes Tolendas, Retrato escénico de un travesti, Evocaciones dramáticas sobre Tita Merello y Billie Holiday y Llórame un río. En 2014 estrenó su primera obra como directora, Los Ríos del Olvido y fue protagonista de El Bello Indiferente en el Centro Cultural San Martín, de Capital Federal.
“Una actriz trans de Córdoba. La gente dice eso: ¿La conocés a esa mina?, es una actriz trans de Córdoba… Bueno, esa soy yo”, dice. Se podría agregar que desde que debutó en La Cochera con Carnes Tolendas, su carrera siguió una trayectoria diversa. En estos días está presentando Despierta Corazón Dormido, un homenaje a Frida Kahlo donde despliega todas sus facetas actorales. Escucharla es aprender.
Por debajo de la risa
– La gente se emociona con vos, Camila, yo soy uno de ellos.
– Sí, es un poco un karma. Mis amigos me cargan siempre porque dicen que las devoluciones del público para mí siempre son «Ay, me hiciste llorar», «Ay, cómo me emocionás» (se ríe).
– ¿La pasás bien cuando te dicen eso?
– Sí, qué se yo… Me gusta también. Mi mejor amigo dice que la paso mejor de lo que creo.
Mientras la moza trae el café y el té que pedimos, cuenta que hizo unas funciones de Carnes Tolendas en una cárcel de mujeres. Es una obra muy personal, donde cuenta mucho de sí misma, dirigida por María Palacios y estrenada en la sala de teatro La Cochera, en Barrio Güemes, mítica residencia del grupo de teatro independiente Los Delincuentes, que dieron todas las vueltas de la mano de Paco Giménez.
– Fue una experiencia muy fuerte, cuando volví, tipo seis y media de la tarde, me acosté a dormir y al otro día me levanté a las 12 del mediodía, de tanto que me había impresionado. Y esta vez que a la de mujeres, las sentí obviamente hoscas al principio… Ellas realmente miden a las personas. Toman un exámen y para pasarlo está en juego tu ego también, o por lo menos a mí me pasaría que me decepcionaría mucho de mí misma si no pudiera atravesar ese examen que te hacen. Porque además es entrenamiento con el público, nada más que eso, eso es saber seducir al público.
-¿De dónde sos? ¿cómo llegaste a estudiar teatro en Córdoba?
-Me había venido de Mina Clavero con la idea de estudiar biología y, no sé por qué, me parece que me fijé mal la fecha y me anoté en Comunicación, evidentemente porque también me gusta. Yo me tenía que venir sí o sí a Córdoba a estudiar porque si no con mi viejo nos íbamos a terminar matando. Pero más allá de todo eso me gustaba la carrera, a veces pienso en volver. Me apuré, como una boluda. Y bueno, en tercer año con el Gordo Marco, un amigo, mi primera historia de amor de amigos de la facu, imaginate, gracias a Dios todavía tengo amigos de ahí. En esas historias de amor y amistad que parecen más un romance que una amistad, nos dijimos, vayamos a estudiar teatro, porque hacíamos talleres en la facu, pero nada que ver.
Y lo que me pasó en teatro fue que tuve la certeza o la revelación de que me tenía que quedar ahí, que podía hacer cualquier cosa con mi vida, pero que tenía que estar en esa facultad. Me sentía bien tratada por los profesores, por los compañeros, como muy pocas veces. Alguna vez tuve una historia de discriminación, pero casi que no. Entonces me dije que me tenía que quedar ahí porque estaba ampliando mi cabeza también. Conocí las cosas más lindas que tengo en mi vida.
– ¿Y las cosas que ibas viviendo afuera, mientras cursabas, también están incorporadas al recuerdo de esos momentos?
– No, porque eso otro era sórdido, por eso sentía que me tenía que quedar ahí, para seguir con el ritmo de juntarme a ensayar con mis compañeras. Tenía como una vida paralela alrededor, no era una vida que pertenecía a ese mundo. Para mí fue sabio eso también. Creo que estuve bien en hacer eso que hice, en mantener como una vida aparte. En un momento entré en crisis, porque me daba cuenta de que no estaba haciendo bien las cosas y dejé la facu. Y también me apuré, hice lo mismo que con Comunicación.
– ¿Por qué entraste en crisis?
– Porque quería ser actriz. No quería fumarme Historia ni ninguna materia así. Quería actuar. Después entendí que un actor no puede ser ignorante, que un actor no puede ser una persona corta de cabeza o poco elocuente, que tiene que ser una persona preparada y tiene que conocer el mundo para poder ser distintas clases de persona. Pero eso lo aprendí después. En ese momento creía que no lo necesitaba, porque me apuré, porque era pendeja, porque estaba enojada y me fui. Con la suerte de que mis mejores amigos, la Tortu y el Gordo Marco, me mantuvieron cerca suyo, entonces me hizo muy bien estar en contacto con esa parte de la facu, me llamaron para hacer una obra, lo hicimos. Yo descubrí que tenía pasta como actriz, descubrí que tenía algo para ofrecer que las otras actrices de mi generación contemporánea no tenían.
– ¿Tuvo algo que ver tu sexualidad con ese proceso?
– Yo entré siendo Camila. Me empecé a travestir a los 15 años, lo cuento en Carnes Tolendas. Me empecé a travestir a los 15 y ya a Córdoba me vine como Camila. Hay leyendas urbanas de porqué dejé la facu, pero nada que ver. (Se ríe)
– Pero entonces no fue que te fuiste dolida de la facu…
– Para nada. Y te vuelvo a repetir esto que te digo de que para mí fue un momento de mucho crecimiento de acá (se toca la cabeza) y de acá. De muchísimo crecimiento. Después, todo lo demás que pude aprender lo aprendí sola, pero ahí, acompañada, fue en ese momento. Con Paco (Giménez). Con Carnes… fue así: María me ofreció hacer Yerma para su tesis, cuando empezamos a leerla dijimos: «Ésto es para que lo haga una travesti» y para hacer el paralelo entre esa Yerma de Lorca con una travesti en nuestra realidad.
– Ese fue como la bomba de tu carrera, ¿no? Después de eso todo te empezó a salir muy bien.
– Sí, supe moverme muy bien también, pensaba que podía llegar a… (Pausa) Lo que no quería era extinguirme, ¿me explico?
– Sí, es tremendo lo que decís.
– Me parecía que era un punto para poder torcer mi vida y si no lo hacía en ese momento después me iba a juzgar mucho, me iba a sentir muy decepcionada de mí misma,porque lo tenía todo para que me salieran bien las cosas.
– ¿Y cómo lo lograste? Porque en general, cuando uno consigue después de un rato se te pudre.
– Tuve mucha suerte. Me llamaron para hacer Mía donde, además, gocé de una particularidad, que era ser travesti, entonces, como yo era particular me dije «no me tengo que parecer a nadie, tengo que poder mostrar mi universo». Sabía que lo que yo tenía para mostrar iba a ser muy atractivo para mucha gente.
– Fuiste y volviste de Buenos Aires un montón de veces, escribiste guiones, hiciste la obra El bello indiferente allá ¿Cómo te llevás con vos misma entre todas esas idas y venidas?
– Me gusta mucho Córdoba. Voy a Buenos Aires cuando me calientan mucho los proyectos, sino no. Me interesa trabajar con Javier (Van der Couter), el director de Mía, siempre que él me llame. Eso fue otro puntapié como actriz para mí. Me fui a Buenos Aires siendo de una manera, hice esa película y volví siendo de otra. Me hizo crecer muchísimo como actriz trabajar con él. Cada vez que me hace una marcación me modifica, es como si se me bajara una aplicación nueva al celular. Bueno, tiene que ser un proyecto interesante, me tiene que llamar la atención, sino no voy. De hecho, casi siempre pierdo dinero porque no son proyectos de gran magnitud, me sale más caro el pasaje que lo que puedo ganar en un bolo.
Lo bueno es que estoy en un circuito muy prestigioso de alguna manera. Para darte un ejemplo, fui a México y los representantes de Sbaraglia y otros actores de cine se peleaban para representarme, para ver quién me sacaba la mejor foto. La verdad, todo me parecía tan falso. Pensaba: «Nunca me van a conseguir un trabajo». (Risas) Soy un personaje que no es para ellos, no es para eso, me rechazarían. La gente común me rechazaría. Para ellos debería ser de otra manera, para atraer ese tipo de público debería ponerme tetas o algo así. Que también, te digo, no me termina de desagradar. Es un tipo de público que a mí me interesa mucho y es un público que también tengo. No es que ese público no me vaya a ver. Las viejas con tapado de piel también vienen a mis obras.
– Eso es re lindo, ‘un público que también tengo’.
– Sí, totalmente, las jubiladas, los jubilados, los chetos. Tengo unas minas en Facebook que yo digo, ¿cómo pueden ser amigas mías esas mujeres?
(Después de reírnos, esta vez juntos, nos callamos por un rato. La conversación sigue en la segunda parte).
Gustavo Kreiman – @donnarrusa
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