Batalla de Ideas

19 noviembre, 2015

Ballotage: ¿el juego de la política o la política en juego?

Por Juan Manuel Erazo. En un ballotage histórico, argentinos y argentinas elegirán entre dos candidatos similares, pero impulsados por fuerzas políticas y sociales distintas. Mauricio Macri sustenta su sueño de ser el próximo mandatario sobre la pesadilla del militante: el desinterés por la democracia y la antipolítica.

Por Juan Manuel Erazo. En un ballotage histórico, argentinos y argentinas elegirán entre dos candidatos similares, pero impulsados por fuerzas políticas y sociales distintas. Mauricio Macri sustenta su sueño de ser el próximo mandatario sobre la pesadilla del militante: el desinterés por la democracia y la antipolítica.

El domingo 22, diferentes fuerzas políticas se juegan victorias, derrotas y continuidades. El kirchnerismo (más aun el “cristinismo”), luego de hegemonizar durante 12 años la escena política y social, tendrá que poner a prueba un acumulado histórico que descansa centralmente en sus juventudes militantes, en una dirigencia más acostumbrada a los escritorios gubernamentales que a las calles y, obviamente, en la figura de su principal referente, Cristina Fernández.

El PJ tradicional aun enrolado dentro del Frente para la Victoria, entra en una batalla decisiva por posicionar en el centro de la escena a una de las principales figuras referenciadas por fuera de la órbita del kirchnerismo puro: Daniel Scioli. El actual gobernador bonaerense debe demostrar que está a la altura de las circunstancias. Otros nombres de peso como el del gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, podrían tomar más aire ante su derrota, disputándole una próxima carrera por el Ejecutivo.

Es así, que las diferentes fuerzas que conviven hoy dentro del FpV, se juegan el futuro de una interna abierta.

El Frente Renovador observa la situación con más calma. Los resultados del domingo dirán si en un eventual triunfo de Macri será necesario comenzar a tejer alianzas por fuera del aparato tradicional del PJ que ha sabido cooptar, o si ante un triunfo de Scioli será necesario jugarse a reagrupar y unir al PJ tradicional, cumpliendo el sueño massista de hacer desaparecer al kirchnerismo.

La izquierda también juega, pero en menor medida. La izquierda trotskista buscará demostrar el ascenso del Frente de Izquierda y de los Trabajadores con un “batacazo” del voto en blanco por el cual ha hecho campaña. Todo parece indicar que se juega a una quimera que no condice con la realidad nacional. La izquierda popular, pendiente del cambio en las correlaciones de fuerzas continentales que implicaría un triunfo del PRO, comprende que los trabajadores estarán en mejores condiciones de pelear y resistir cualquier ajuste en un gobierno del FPV, que en un gobierno de tinte amarillo.

Todos juegan en la arena cada vez más revuelta de la política. Algunos juegan sucio, otros intentan jugar limpio, otros hacen lo que pueden. Algunos incluyen al pueblo, otros le vendan los ojos. Otros, como el PRO, juegan a la anti política, al desinterés por la democracia, a la mera gestión.

La política que aborrece a la política

“Hemos preguntado durante diez años, ‘¿usted se interesa mucho, algo o no le interesa nada la política?’ La última encuesta se dio hace 15 días: se interesa mucho por la política, 18%. Se interesa algo 30%. Y a los demás no les interesa para nada la política”. ¿Hacer política o hacer marketing? Esa es la cuestión para Jaime Duran Barba, uno de los principales ideólogos del PRO.

Para Antonio Gramsci, filósofo marxista italiano, el ascenso de la derecha es siempre resultado de una revolución fallida. Ahora bien, contextualizando, en la Argentina actual no podemos hablar de revoluciones fallidas pero si de una revuelta popular como la del 2001 que no ha logrado transformar radicalmente las estructuras sociales, económicas y estatales (el «por qué no» merece largos balances que no abordaremos ahora). Esto derivó, a la larga, en un avance de la derecha y de los intereses del establishment.

¿Por qué no hablamos de revoluciones fallidas? Básicamente, porque hoy hablamos del kirchnerismo, quien recompuso el consenso y el crecimiento económico (que no siempre implica equidad) sobre la base de viabilizar la ampliación de derechos y la satisfacción de algunas demandas populares postergadas. Luego de 12 años de gestión, ante sus elementos de desgaste (el sueño frustrado de crear una burguesía nacional comprometida, el estancamiento en las condiciones de vida de las mayorías) avanza una nueva derecha.

Pero ¿Que tienen que ver Gramsci, el PRO, el kirchnerismo y los sucesos del 2001? Todo se relaciona en un fenómeno propio del declive de los gobiernos neoliberales hacia finales del siglo pasado: la antipolítica. Esta antipolítica, lejana de la radicalidad del “que se vayan todos” en el 2001 y más cercana al desinterés, es el caldo de cultivo para el avance de las nuevas derechas latinoamericanas, como el PRO.

Como diría el periodista español Ignacio Ramonet, “el elector deja de ser un ciudadano (al que hay que convencer) para convertirse en consumidor (al cual hay que seducir)”. Votar a favor o en contra de un presidente termina teniendo el mismo nivel de relevancia que poner o sacar un DT de fútbol.

A su vez, el avance del PRO se sustenta en la reinstalación del viejo discurso noventista que augura el fin de las ideologías como elemento de confrontación entre los hombres, para dar lugar a “la gestión” como única forma de organización pura. En palabras de Duran Barba, “lo que hay ahora es la comunicación con ese 80% de gente que odia la política, que odia la ideología. Pero en Argentina venimos de una década muy ideologizada”.

¿Pero por qué hoy el PRO puede sustentarse en la antipolitica y en el desinterés por la democracia? Porque en el panorama cultural actual, la política y la democracia representiva han dejado de ser actividades llenas de sentido y se interpretan como espectáculos propios de una casta ajena a las grandes mayorías. Sumemos a esto que, sin tapujos, siguen imponiendo la agenda los mismos de siempre, deslegitimando la capacidad de injerencia del Estado.

Evidentemente, en la última década no se han desarrollado, o han sido insuficientes, los mecanismos de participación popular, que hagan de la democracia una actividad participativa y protagónica para el pueblo. Un avance del PRO, escondido en un discurso de “ir juntos” implicaría una separación mucho más acelerada entre la sociedad y la política.

Cuando el pueblo no habla, otros hablan por él, y lejos de pensar que “la política aborrece al vacío”, seremos testigos de la política que aborrece a la política, básicamente porque entiende que ahí es donde se dan las grandes transformaciones, las mismas que podrían perjudicar sus intereses.

Sera menester de la militancia popular defender la política como una bandera vapuleada en un campo de batalla cada día más hostil.

@JuanchiVasco

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