8 noviembre, 2015
Visitar Israel para nunca más volver, por Caetano Veloso
Carta publicada por Caetano Veloso en la edición del día domingo 08 de noviembre de Folha do Sao Paulo. […]

Carta publicada por Caetano Veloso en la edición del día domingo 08 de noviembre de Folha do Sao Paulo.
Llegar a Tel Aviv desde Europa es como volver a Brasil. La ciudad tiene el aspecto de una de nuestras capitales nordestinas y su pueblo el aire altivamente descarriado de los cariocas.
Desde la primera vez que fui a Israel el contraste de la capital del país con las ciudades europeas, expresado en una arquitectura moderna indefinida y en el andar sensual de sus habitantes, me conquistó. Sentí una inmediata familiaridad con la ciudad playera y asoleada en el verano mediterráneo. Esa identificación me dejaba totalmente vulnerable ante la fuerza histórica que tenía que afrontar a cada paso. La conciencia de que estaba en Tierra Santa, las marcas de la fundación del país después de la Segunda Guerra Mundial, las experiencias socialistas de os kibutzim, el renacimiento del hebreo hablado y la tensión derivada de la amenaza permanente de ataque de hombres-bomba.
Volví a Israel unas pocas veces, con un intervalo mayor entre la penúltima vez y la actual. La primera vez fue en los años 80. En este último viaje sentí la diferencia desde el momento en que salí de Francia: nada de revisiones minuciosas ni de separación de los pasajeros en salas de espera. Y, en el aeropuerto Ben Gurion, ni de lejos tuve la acogida nerviosa de aquellas primeras visitas. Tel Aviv nos recibió sin caras desconfiadas y, ya en las calles, sin los otrora indefectibles (y, a pesar de todo, encantadores) soldados de ambos sexos cuidando cada esquina. Esa ausencia de señales de una defensa crispada hacía que la ciudad se pareciera aún más que años anteriores a una Fortaleza habitada por cariocas. La sensación de estar “en casa” fue más fuerte y conmovedora que nunca.
Era difícil reconocer que esa paz reflejaba el mayor poder adquirido por el Estado de Israel, su certeza de que la cúpula de protección construida por su defensa es firme. ¿Será, como dice Marcelo Yuka, la paz que no quiero?
Esa pregunta no surgía fácilmente de mi cabeza en la noche de mi llegada. Al día siguiente, sin embargo, no me abandonaba. Arreglé lo más temprano que pude para encontrarme con un grupo de israelíes críticos de la política oficial, miembros de Breaking the silence (Rompiendo el silencio), que me fuera sugerido por Jorge Drexler cuando nos encontramos en Madrid en la presentación de un show con Gil. Drexler escuchó cuán interesado estaba en ver lo que pasaba en Cisjordania y, como hijo de padre judío, no sólo me dio consejos sino que también prometió ponerme en contacto con los miembros del movimiento.
De esa conversación en Madrid nació el plan de una visita guiada a sectores de Cisjordania donde se pudiese sentir el peso de la ocupación israelí. Se lo conté a Gil y él dijo que quería que vayamos juntos. Fuimos todos, nosotros y nuestros dos equipos de producción. En una van espaciosa conducida por un palestino, íbamos nosotros, el periodista uruguayo Quique Kierszenbaum y Yehuda Shaul, el guía.
Yehuda hablaba con mucha claridad, en un inglés fluido de israelí hijo de padres anglófonos. Nos contó que había crecido en una familia conservadora. Fue soldado del ejército de Israel, veterano de la ocupación de los territorios palestinos. Después de vivir muchas situaciones de opresión, segregación y monstruosidades cotidianas, ya no pudo seguir viviendo sin denunciarlas y sin oponerse públicamente a ellas. Así se juntó con algunos de sus colegas e iniciaron un movimiento de protesta permanente. Luego de llamarnos la atención respecto de su kipá, nos dijo que era judío religioso y, a medida que comenzábamos a atravesar el desierto, nos contó atrocidades y nos explicó la situación geográfica e histórica de violencia de su país contra las poblaciones del margen occidental del río Jordán.
Respondiendo a una pregunta nuestra acerca de cómo veía la reacción anti-Israel de otros grupos de musulmanes, más allá de la resistencia palestina, Yehuda nos dijo que continúa dispuesto a matar y a morir por su patria, siempre que ésta sea amenazada por fanáticos que no admitan su existencia, pero que no acepta la ocupación de territorios palestinos porque eso “no es kosher”. Luego comparó la ocupación con un cáncer que matará al Estado de Israel si no es extirpado a tiempo.
Algunos simpatizantes de BDS, movimiento internacional de boicot contra Israel, nos habían buscado a Gil y a mí en su intento de disuadirnos del viaje a Tel Aviv. Por lo que oí de boca de Yehuda -y de Nasser, el palestino de Susiya que luego él nos presentó- todas las quejas de los participantes del BDS son fundadas. Lo que los radicales del movimiento dicen acerca de Breaking the silence es que este movimiento, aún siendo crítico del gobierno de Israel, sigue siendo sionista. Lo que Yehuda nos dijo es que BDS, aunque proteste contra lo que él también odia, tiene como búsqueda de fondo la erradicación del Estado de Israel. El único comunicado que Gil y yo recibimos que sugiera tal cosa fue el del Sindicato de los Metalúrgicos de São Jose Dos Campos. Aquí una muestra del tono del documento: “Nuestra lucha es por justicia, libertad e igualdad. Nuestro sindicato se suma al movimiento BDS por entender que ésta es una importante herramienta para el fin del Estado de Israel”. Izhar Patkin, un artista plástico israelí, me dijo en Tel Aviv que encuentra buena la existencia de cualquiera de estos movimientos: ellos hacen el ruido que la cuestión merece y gritan al mundo lo que él ya escuchaba en los discursos de Yeshayahu Leibowitz hace muchos años.
Colectiva
Poco antes de abandonar Brasil me buscó un ciudadano israelí de origen brasileño, llamado Davi Windholz. Él había leído acerca de nuestro viaje a Tel Aviv en mi página de Facebook e intentó entrar en contacto conmigo a través del mail. Davi dirige una escuela para niños palestinos y judíos, ubicándose a la izquierda del establishment político, y quería acordar un encuentro nuestro con estudiantes y grupos disidentes de la política oficial del país. Cuando ya estábamos en Europa -en vísperas del viaje a Israel- nos llegó un mail del promotor local proponiéndonos una entrevista colectiva para la prensa en la Fundación Shimon Peres.
Yo, ya interesado por las propuestas de Drexler y Windholz, no estaba inclinado a aceptar lo que el promotor proponía y le consulté el tema a Windholz por mail. Él me dijo que Peres era “mainstream” y concluía: “Ciertamente intentarán usarlos a favor de Israel, pero ustedes sabrán cómo esquivarlos”.
Mientras tanto Gil, que cuando era ministro de Cultura había tenido agendado un encuentro con Peres que finalmente no se concretó, se decidió a aceptar la entrevista colectiva en el predio de la fundación del ex Primer ministro, ex ministro de Defensa y premio Nóbel. Peres fue compañero de Yitzhak Rabin (1922-1995) en los más avanzados intentos de negociación con los palestinos, interrumpidas por el asesinato de Rabin por parte de un joven fanático israelí. Acordamos, entonces, una reunión con Windholz luego de la entrevista colectiva con Peres.
Pero el viaje a Cisjordania precedió a todo eso. En la entrevista colectiva la única pregunta realmente pertinente fue hecha por el periodista brasileño Rodrigo Alvarez, corresponsal local de TV Globo. A él le pude responder que había ido a Susiya, llevado por un ex soldado del ejército israelí y que eso me había agitado. La mención de Susiya (que estaba en los titulares de los diarios de todo el mundo por estar sufriendo agresiones por parte del ejército de Israel, lo que generó un comentario poco amigable respecto de Israel de un miembro del Departamento de Defensa de los Estados Unidos) provocó un silencio incómodo en la sala.
La verdad es que me sentí triste en esos momentos en la Fundación Shimon Peres. Salimos de allí y nos fuimos al salón de recepción de nuestro hotel para encontrarnos con Davi Winholz y su pandilla de críticos de las políticas israelíes. Allí estaban un grupo de mujeres judías y árabes que ayunaran durante 50 días en protesta por los ataques contra Gaza, que en julio cumplían un año; el músico David Broza y una platea de personas (sobre todo jóvenes) que aplaudió fuertemente apenas escuchó la palabra Susiya, lo que contrastaba con el silencio incómodo de los presentes en la Casa Shimon Peres. Y ovacionaron las palabras “paren la ocupación, paren la segregación, paren la opresión”, que cerraron mi relato del viaje a Cisjordania.
Cartas
A partir de las cartas que nos enviaran Roger Waters y Desmond Tutu -y las visitas de dos jóvenes brasileños ligados al BDS- empecé a buscar más y más cosas para leer acerca de la cuestión israelí-palestina. Aún estaba haciendo presentaciones del show “Abraçaço” y necesitaba usar el tiempo restante para ensayar con Gil y lograr un espectáculo medianamente profesional. Pero me hacía tiempo para leer y ver videos. Con la carta de Windholz, redoblé mis investigaciones.
Al volver a Brasil recibí mails con actualizaciones de Breaking the silence. Uno de los mensajes tenía adjunto un video en el que Nasser, el palestino con el que hablamos en Susiya, era apaleado por jóvenes israelíes moradores de un asentamiento.
Es una imagen brutal. Soldados del Ejército de Israel asistían a la escena impasibles. Ahora que se esboza una tercera intifada -y de que Netanyahu se encuentra aislado no sólo por la oposición sino también por correligionarios que lo acusan de no lograr proteger a Israel- constato, desde lejos, que la paz que creía ver en Tel Aviv -y que comenzaba a considerar como la paz que no quiero- era, como lo sabía todo el tiempo, frágil, superficial e ilusoria.
Jóvenes
Antes del viaje le dije a Pedro Charbel y a Iara Haazs, los jóvenes de BDS con los que conversamos, que Israel me gustaba tanto desde siempre que me sentía como un israelí que se opone a las políticas de estado de su país. Iara es israelí (judía brasileña criada en Israel), pero ella misma no se sentía cómoda con esa ubicación mía. Son jóvenes militantes, lo que puede resultar en formas altivas de intolerancia.
Un amigo de ellos, Gabriel, estaba en Susiya el día que llegamos. Esquivo y de mirada inquisidora, exhibía una silenciosa impaciencia respecto de la sutileza de nuestra situación de visitantes: ellos nos querían como parte de la lucha clara de los que boicotean a Israel y deploraban cualquier matiz, cualquier sugestión de complejidad. Yo quiero esa paz que se muestra como imposible desde siempre. Pero ahora la quiero sintiéndome mucho más cercano a los palestinos de lo que jamás me imaginé y mucho más lejos de Israel de lo que podía suponer mi corazón hace apenas un año. Y quiero que Gabriel, Iara y Pedro lo sepan.
Al salir de Brasil le mandé un mail a Hany Abu-Assad, el gran cineasta palestino que nos dio “Paradise Now”, contándole de nuestro viaje y de la presión que sufrimos por parte de BDS. Él me respondió que estaría contento de vernos ya que recordaba el tiempo que pasó en Río como uno de los mejores de su vida. Pero que prefería que atendiéramos a la demandas de BDS: “Son mis amigos”, dijo. Además afirmó que, si finalmente decidíamos ir, asistiría al show. Cuando fuimos, nos mandó un mail diciendo que no podría concurrir porque se encontraba en Europa terminando su nuevo film. Es un hombre que, cuando en Salvador le pregunté si era religioso, respondió: “Nunca lo fui, no tengo fe, pero hoy me considero religioso musulmán por razones políticas”.
Antes de entrar al escenario en Tel Aviv pensé en dedicarle el show a Hany. Pensé también en reiterar el homenaje a la memoria de Franklin Dario, el judío pernambucano que compuso “Ana Vai Embora”. Pero en el escenario, al lado de Gil y delante de una platea inmensa, decidí que dejaría hablar por sí mismo al show. En la van en la que fuimos a Susiya le había preguntado a Yehuda qué le parecería que yo gritara “Break the silence” durante el show. El se quedó callado unos momentos y finalmente me respondió: “No sé. Puede ser interesante, me gustaría ver cómo reacciona el público”. Finalmente, haciendo un gran esfuerzo interno, opté por un total silencio político.
Segregación
El recuerdo de la canción de Rappa me trae a la memoria escenas de la segregación informal (no pocas veces formalizada “ad hoc”) que se ejerce en Brasil. Éramos un grupo de brasileños los que mirábamos aquel campamento palestino con banderas elevándose por sobre las viviendas provisorias y por eso éramos capaces de ver las similitudes de la escena con un asentamiento del MST.
Tres hijas de Nasser, dos aún niñas y una adolescente (lo que la llevaba a usar velo) jugaban alrededor. Yo necesitaba ir al baño y le pregunté a Paulinha Lavigne qué hacer. Ella estaba mucho más entusiasmada con las niñas de lo que me resultaba posible calcular. Sin una lengua en la que se pudieran comunicar con las niñas palestinas, las mujeres de nuestro grupo ya habían conseguido dialogar con ellas, que eran bonitas y sonrientes. Me dirigieron hacia un baño aislado y Gabriel, el joven vinculado al BDS, contribuyó a indicarme el camino.
Nasser había salido de vehículo para resolver alguna cosa no lejos de allí y al volver se reunió con nosotros en una tienda. Nos contó las escenas de destrucción de casas por parte del Ejército de Israel y nos explicó las excusas legales usados por el Poder Judicial para darle continuidad a la violencia de la ocupación.
Me vinieron a la mente las favelas brasileñas. Yo no quería caer en un reduccionismo político y usar un esquema único para evaluar cuestiones brasileñas a la luz de la situación palestina, pero las imágenes de los fracasos puntuales de las UPPs en Río (no sólo en el caso de Amarildo) me venían a la cabeza. Nosotros, los visitantes, no éramos extraños a las deshumanizaciones que presenciábamos en Oriente medio. Era imposible no hacer paralelismos con las situaciones que vivimos en Brasil.
Locura
En internet vi el discurso del hijo de un general judío, héroe de la Guerra de los Seis Días, expresando su más violenta oposición no sólo a la política israelí sino a la propia existencia de Israel y fundando sus argumentos no en aquella guerra sino en la Nakba, la catástrofe que fue, para los árabes de Palestina, la fundación del Estado judío. Vi a una mujer que decía que no era razonable cambiar paz por tierra. Cambiar paz por tierra, repetía queriendo plantear un no a las tesis que se proponen acabar con la ocupación y con los asentamientos. Vi mucha locura de ambos bandos.
Vi un dibujo animado que expresaba la propuesta de dos Estados en un territorio (“2 States, 1 Homeland”), en el que se sugería que toda la extensión que va desde el Jordán al Mediterráneo fuera compartida por árabes y judíos en igual medida, cada uno con su gobierno. Hay muchos israelíes conservadores diciendo que eso implicaría ahogar a la población judía en una inmensa multitud árabe. Aún así, esa es la hipótesis que Davi Windholz anuncia que va a defender en presentaciones aquí en Brasil.
Pero quien más me impresionó fue Yeshayahu Leibowitz (1903-1994), el maestro que habló de judeo-nazismo al gritar contra el ministro de la Suprema Corte israelí que aprobó la tortura como método legal para hacer hablar a los árabes y mantener protegido al Estado de Israel.
Leibowitz no fue solamente un religioso que defendió la separación entre religión y Estado, anticipándose a los enemigos de Israel al detectar los aspectos nazis de la política del país, sino que también, aún definiéndose como sionista, se opuso violentamente a la Guerra de los Seis Días y a la invasión al Líbano. También fue pionero en hacer el paralelismo entre Israel y Sudáfrica. Hubiera debido dedicarle nuestro show a su memoria.
Me gusta Israel físicamente. Tel Aviv es un lugar mío, que extraño casi tanto como a Bahía. Pero creo que nunca más volveré.
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