Derechos Humanos

20 octubre, 2015

Mariano Ferreyra: juventud y militancia

El 20 de octubre de 2010 Mariano Ferreyra moría y los jóvenes del país nos preguntábamos qué significaba entonces ser joven y militante para una sociedad que los elogiaba o los condenaba según su signo partidario. Porque ese día todos nos sentíamos Mariano. A todos nos hervía adentro su misma urgencia y su misma Juventud.

Mariel Martínez

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Los últimos meses del año 2010 encontraban a las organizaciones sociales en la calle gritando sus heridas. Al sangriento desalojo del parque Indoamericano en diciembre, llegábamos con la muerte de Mariano Ferreyra a cuestas y la vida de Elsa Rodríguez pendiendo de un hilo.

Los límites, las contradicciones, las deudas o como quiera llamarse a las aristas más oscuras del sistema político se materializaban y se adherían como peste a nuestros compañeros y compañeras, truncando vidas concretas. El problema de la tierra, la vivienda y del trabajo ya no sólo eran despecho y pan duro; se habían transformado en balas, en gases, en golpiza. Nos habían atravesado, nos habían arrancado, nos habían roto.

La nada espontánea sorpresa de algunos medios siempre desmedidos en su parcialidad, tuvo que ver con que Mariano no era ni un obrero del ferrocarril ni un tercerizado. Claro que trabajador, pero también estudiante, y además de militancia partidaria; varias de las primeras reacciones, increíblemente, se preguntaban que hacía Mariano allí. Lógico: qué hacía ahí un pibe que no tenía problemas acuciantes. Qué hacía ahí un universitario. Qué hacía ahí Mariano Ferreyra que, como tantos de nosotros, forjó su infancia y sus primeros aprendizajes sociales en los 90, la década que no se cansaba de predicarnos un quietismo cómodo, un confort cínico, una individualidad placentera. Que hacía estando tan plenamente ahí, sin reservarse nada de lo propio.

Que Mariano haya estado tanto, tan en primera persona del plural, tan transformándose en un nosotros, no habla sólo de él, sino también de aquellos que tuvieron y tienen la práctica de no estar. Los que retacean el cuerpo porque tercerizan sus podredumbres y sus miserias; los que buscan otros cuerpos igualmente miserables para desparramar muerte, los que compran brazos asesinos para desligarse de la responsabilidad fatal de apretar el gatillo.

Un 20 de octubre de hace ya once años, otra vida joven y comprometida entera en la búsqueda de un mundo más justo y más humano volvía a chocarse contra la ausencia mezquina del Estado, la presencia asesina de la burocracia y la siempre vista gorda de la policía. Mariano Ferreyra moría y los jóvenes del país nos preguntábamos qué significaba entonces ser joven y militante para una sociedad que los elogiaba o los condenaba según su signo partidario. Porque ese día todos nos sentíamos Mariano. A todos nos hervía adentro su misma urgencia y su misma Juventud.

El mundo futuro y justo de Mariano y de tantos otros que se hicieron hogar de sus coherencias y de sus sueños es joven, militante, trabajador, villero y eternamente inconforme; de la inconformidad que nos mueve a no aceptar las cosas como están dadas, la que no nos permite ni acomodarnos ni dormirnos, la que nos obliga a sentir que si lo posible es esto, vamos a poner nuestra vida al servicio de las más justas imposibilidades.

Que tiemblen los de alma vieja, los burócratas, los asesinos, los cómodos y conformes, los que no supieron estar a la altura de sus responsabilidades históricas. Que empiecen a buscar en qué infierno van a tostar sus culpas. Porque las vidas de tantos de los de este lado no sólo transpiran en la construcción de otro mañana: también sudan para que el pasado entero pague de a una sus cuentas. Somos muchos. Somos jóvenes. Y tenemos la verdad a nuestro favor.

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