5 octubre, 2015
Rusia, nuevo actor protagónico en Medio Oriente
Desde el miércoles pasado, la fuerza aérea rusa ha ejecutado docenas de ataques sobre territorio sirio en apoyo a las fuerzas pro gubernamentales que combaten para el gobierno que encabeza el presidente sirio, Bashar al Assad. Se trata de la primera intervención de este tipo efectuada por una fuerza extranjera ajena a la OTAN en la región.

Desde el miércoles pasado, la fuerza aérea rusa ha ejecutado docenas de ataques sobre territorio sirio en apoyo a las fuerzas pro gubernamentales que combaten para el gobierno que encabeza el presidente sirio, Bashar al Assad. Se trata de la primera intervención de este tipo efectuada por una fuerza extranjera ajena a la OTAN en la región.
También es la primera operación de esta envergadura que realizan fuerzas rusas en un territorio lejano a su zona de influencia inmediata (los Estados de la ex Unión Soviética) desde la intervención en Afganistán (1979-1989). Desde Washington, que encabeza su propia operación aérea contra el grupo Estado Islámico (EI), se ha criticado a Moscú porque, además de atacar blancos pertenecientes a EI, también ha actuado contra los rebeldes apoyados por EEUU y sus aliados regionales.
Por la razón o por la fuerza
Varios factores se han ido desarrollando a lo largo del último año, en los aspectos militar, político y diplomático, que explican cómo y por qué fue posible la iniciativa de fuerza adoptada por Moscú.
La cooperación con Siria se remonta a los tiempos de la Guerra Fría, siendo la URSS un aliado vital en materia económica y militar para el gobierno que en ese entonces dirigía Hafez al Assad, padre del actual presidente de Siria. Es así que desde los años 70 que la marina rusa cuenta con una base de aprovisionamiento para su flota en la ciudad portuaria de Tartus, única base extraterritorial que permite a Rusia proyectar su presencia sobre el mar Mediterráneo. Hoy se añade una nueva base aérea en la provincia vecina de Latakia, custodiada por un contingente de casi dos mil infantes de marina.
La decisión rusa de bombardear territorio sirio se trata, en primer lugar, de suplir la merma en los recursos humanos y las capacidades operativas de las fuerzas armadas sirias, resultado de años de bloqueo comercial y la destrucción de la economía y su infraestructura generada por la guerra y la fragmentación territorial del país.
Ante esta situación, las fuerzas progubernamentales han optado por una retirada táctica a fin de consolidar el control y la defensa de la zonas consideradas críticas por su importancia económica y su densidad poblacional.
Además, Rusia interpreta la posible caída del gobierno sirio como una cuestión de seguridad doméstica, enmarcándola en el discurso de la “Guerra contra el terrorismo”, ya que entre los contingentes de voluntarios y mercenarios que nutren las filas de organizaciones armadas extremistas como el EI, hay un número no menor de ciudadanos de países de la ex URSS, los cuales podrían volver a sus tierras de origen para recrear la experiencia actual en el Medio Oriente.
Por ello, desde el Kremlin se interpreta que, de no contenerse el conflicto y producirse un derrumbe del Estado sirio, el vacío de gobernabilidad creado haga posible que estas organizaciones extiendan su influencia a los territorios de población musulmana dentro de Rusia.
La decisión del gobierno encabezado por Vladimir Putin supone a la vez una apuesta por parte de Rusia por imponer un salto hacia delante que garantice una resolución del conflicto favorable a la estabilización de la región, arrebatando la iniciativa a los EEUU y sus aliados regionales, que incluya la continuidad del gobierno sirio. Rusia ha buscado elaborar su propia hoja de ruta diplomática para allanar el camino hacia una transición política que incluya al gobierno y a la oposición moderada dentro de una coalición de unidad nacional, aislando así a los elementos más extremistas.
En virtud de esto el ministro de Exterior ruso, Sergei Lavrov, ha dirigido varios encuentros a lo largo del año con el fin de sentar al gobierno y la oposición en la mesa de negociaciones. A su vez, a lo largo de septiembre en una nueva gira regional por el Medio Oriente, Putin se ha reunido con dignatarios y ministros de varios países que tienen algún grado de incidencia en el conflicto sirio como Qatar, Arabia Saudita, Turquía e Israel.
Sin embargo, la propuesta se encontró con el rechazo tajante a concebir alguna forma de continuidad del actual gobierno dentro de acuerdo alguno. El agotamiento de esta iniciativa diplomática y la negativa de EEUU a incluir al gobierno de al Assad dentro de la coalición que combate al EI, dispuso a Moscú a recurrir a la opción militar, avalada por el pedido de asistencia del gobierno sirio. Rápidamente se llevaron reuniones bilaterales entre representantes militares rusos y occidentales para demarcar sus áreas de actividad respectivas y así evitar un choque accidental entre ambas fuerzas.
Ajedrez regional
Junto con el nuevo escenario militar que abre la participación rusa, juega un rol importante el elemento disuasorio, tanto militar como diplomático. En estos años, ante la posibilidad de desborde del conflicto hacia los países vecinos, ha sido barajada la opción de una intervención extranjera que siga el modelo aplicado en Libia. El veto dado por Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU impidió este escenario.
Sin embargo esto no ha logrado contener episodios de choques e incursiones armadas en las fronteras protagonizados por las fuerzas de Turquía como también de Israel, países hostiles al gobierno sirio y que han mantenido algún grado de cooperación y afinidad con los grupos armados que combaten al ejército local.
A partir de ahora, el gobierno en Damasco cuenta con una garantía de protección ante cualquier posibilidad de intervenciones extranjeras.
Estos eventos suponen un salto cualitativo en los últimos sucesos políticos de la región. Rusia se consolida así como un actor decisivo en una región que hasta hace poco era un terreno bajo hegemonía casi exclusivamente estadounidense. En el nuevo escenario que abrió el acuerdo nuclear con Irán, existe una leve atenuación del intervencionismo estadounidense, escenario que es aprovechado por Moscú para proyectarse como una nueva potencia con derecho propio a incidir sobre los procesos regionales.
También se abre la posibilidad que, ante la acentuada dependencia de sus aliados externos para sobrevivir, el gobierno de Bashar al Assad disminuya su intransigencia ante la posibilidad de una salida política concertada con fuerzas de la oposición. En este sentido, desde Occidente cada vez se fortalece la interpretación de que, para solucionar el conflicto abierto con el gobierno sirio, no hay que dirigirse a Damasco sino a Teherán o Moscú.
Julián Aguirre – @julianlomje
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