23 septiembre, 2015
La oposición en el jardín de la “República”
Por Ulises Bosia. Una vez revocada la nulidad de las elecciones provinciales y confirmados los resultados, queda pendiente una reflexión sobre la base ideológica sobre la que trabajan los ideólogos de Cambiemos, un explosivo combo de antiperonismo, republicanismo y desprecio de lo popular.

Por Ulises Bosia. Una vez revocada la nulidad de las elecciones provinciales y confirmados los resultados, queda pendiente una reflexión sobre la base ideológica sobre la que trabajan los ideólogos de Cambiemos, un explosivo combo de antiperonismo, republicanismo y desprecio de lo popular.
Según los fundamentos del fallo de nulidad firmado por los dos jueces de la Sala I de la Cámara Contencioso Administrativo de Tucumán, “las prácticas clientelares conspiran precisamente contra la expresión de libre voluntad que constituye un presupuesto indispensable del ejercicio del sufragio”. Por esa razón, los magistrados se consideraron en condiciones de juzgar la voluntad popular y amonestarla como no libre, de manera que sin ahondar en pruebas concretas la declararon nula.
Lo absurdo de esta decisión se pone de manifiesto en que si la existencia de “prácticas clientelares” fuera una causal razonable de nulidad de una elección, difícilmente exista una elección desde 1983 que pase la prueba, en Tucumán o en cualquier otra provincia. Pero además porque incluso aceptando por un momento la concepción de “clientelismo” de los jueces tucumanos, nadie puede decir cómo hubieran garantizado que en las nuevas elecciones que ordenaron no se dieran estas “prácticas clientelares”.
Salvo que -en un acto de buena voluntad- se quiera ver ingenuidad en la idea de que las relaciones entre el sistema político tucumano y los sectores populares de la provincia se podrían reformar por un fallo judicial, es evidente que la intención era otra.
La Corte Suprema de la provincia revocó esa decisión y restableció la legitimidad de la elección, pero la jugada política ya estaba hecha. Se trata de la estrategia de asociar al peronismo con el fraude electoral y deslegitimar el resultado de las urnas, que puede gustar o no, pero debe ser respetado. Y construir un perfil opositor republicano, pulcro y decente. Ambas convicciones sostienen uno de los rostros de la clase media, de larga data en la historia argentina.
Que setenta años no es nada
Casualmente un 19 de septiembre de 1945 -hace casi 70 años exactos- en la Ciudad de Buenos Aires una compacta movilización que la historia calcula de hasta 200 mil personas se desplazó desde el Congreso Nacional hasta la Recoleta, dejando entrever en su propio recorrido el carácter de clase de sus integrantes. Se trató de la denominada “Marcha de la Constitución y la Libertad”, convocada por la oposición al gobierno de Farrel en el que despuntaba la figura del entonces coronel Juan Domingo Perón.
Participaron dirigentes radicales, socialistas, comunistas y conservadores -prácticamente todos los sectores políticos existentes hasta entonces-, que más adelante conformarían la Unión Democrática para intentar alcanzar la presidencia en las históricas elecciones de febrero de 1946, que desembocaron en cambio en el primer gobierno de Perón. No casualmente, también participaron de la marcha el entonces rector de la UBA y el secretario de la Corte Suprema de Justicia.
Las consecuencias de la “Marcha” fueron importantes y desataron la agudización de una situación de crisis política que concluyó en octubre con el apresamiento de Perón en la isla Martín García. Claro que entonces nadie esperaba que el subsuelo de la patria llegara al rescate ese 17 de octubre que cambió nuestra historia para siempre, ni mucho menos que esa mayoría se impusiera en las elecciones a los pocos meses.
Las reformas laborales impulsadas por Perón no sólo habían dado lugar a una nueva conformación de la clase trabajadora, sino que también habían generado por oposición el nacimiento de una nueva identidad política y cultural, que a lo largo de esa década iría adquiriendo rasgos de duradera persistencia en los que se iría identificando una porción de la sociedad que cada vez más se llamaría a sí misma clase media.
Setenta años equivalen a mucho tiempo, y si bien la identidad de las clases y sectores sociales se va rehaciendo y transformando permanentemente -las nieves del tiempo van plateando su sien-, al mismo tiempo es evidente que hay ciertas estructuras que permanecen -y dan a entender que setenta años no es nada-.
Clientelismo y clasismo
El carácter clasista que se esconde detrás de la noción de “clientelismo” se desnuda al tomar conciencia de que siempre va asociada a la pobreza, a la que a su vez se niega un pensamiento y una voluntad auténticos y legítimos.
¿Escuchó acaso alguna vez una denuncia de “clientelismo” a una empresa que recibe un subsidio o una exención impositiva? Por supuesto que no, en ese caso es un incentivo a la inversión, o un impulso a la competitividad de la economía.
La alianza nacional Cambiemos -que reúne a tres de los exponentes más estereotipados del republicanismo: Elisa Carrió, Ernesto Sanz y Mauricio Macri- se hace fuerte en las clases medias urbanas opositoras al kirchnerismo, que no son un porcentaje despreciable de la población argentina. Pero difícilmente en condiciones normales puedan alcanzar para construir una mayoría.
No puede existir ningún proyecto político popular que desprecie las razones del voto popular. La denuncia de las estructuras políticas funcionales a las oligarquías provinciales -como la del gobernador Alperovich- no puede asumir nunca los argumentos racistas y clasistas en los que el antiperonismo cae y recae a lo largo del tiempo, so pena de ubicarse a la derecha de esas mismas estructuras. Lo que no deja de ser un prodigio, pero no conduce a ganar elecciones.
@ulibosia
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