Batalla de Ideas

29 julio, 2015

Sopa de números: otra vez las encuestas bajo la lupa

Por Germán Oliveto. Las pasadas elecciones en Santa Fe, Córdoba y el ballotage de la Ciudad de Buenos Aires (por mencionar solo los casos más resonantes) volvieron a sembrar un manto de sospecha sobre las consultoras y sus mediciones electorales. La pregunta recurrente es siempre la misma: ¿por qué no aciertan las encuestas? Nos proponemos en las próximas líneas aportar a una mirada crítica de la cuestión.

Por Germán Oliveto*. Las pasadas elecciones en Santa Fe, Córdoba y el ballotage de la Ciudad de Buenos Aires (por mencionar solo los casos más resonantes) volvieron a sembrar un manto de sospecha sobre las consultoras y sus mediciones electorales. La pregunta recurrente es siempre la misma: ¿por qué no aciertan las encuestas? Nos proponemos en las próximas líneas aportar a una mirada crítica de la cuestión.

El margen de error estadístico

La explicación que rápidamente dieron las consultoras para defender su trabajo fue el llamado margen de error estadístico. ¿Tan solo una excusa para esconder un trabajo mal hecho, o peor aún, intencionalmente tergiversado? De momento nos limitaremos a plantear una cuestión: el margen de error estadístico es una realidad objetiva de toda medición cuantitativa que trabaje con marcos muestrales acotados (que en ocasiones pueda ser utilizado para “tapar” otro tipo de “errores” es una cuestión que analizaremos más adelante).

Para plantearlo de forma simplificada: la teoría nos dice que es posible obtener proyecciones sobre lo que piensa, hace y siente una población determinada seleccionando solo una muestra de la misma, pero esto a condición de tener bien presentes dos cuestiones: 1- deben respetarse de forma rigurosa una serie de criterios metodológicos que eviten cualquier sesgo en la muestra seleccionada, y 2- aún así se debe aceptar la existencia de un margen de error estadístico, que habitualmente se sitúa entre el 3% y 5%,  dependiendo fundamentalmente de la relación entre la muestra obtenida (cantidad de personas encuestadas) y el universo a representar (magnitud de la población objetiva del estudio).

El único tipo de abordaje cuantitativo que trabaja sin margen de error estadístico es un CENSO, donde todos los miembros de la población en estudio deben responder, y aun así no es garantía de que no se hayan cometido otro tipo de errores metodológicos. Para plantearlo en el terreno que aquí nos compete, hipotéticamente hablando, una encuesta electoral sin margen de error sería un sinsentido (a demás de absurdamente costosa), puesto que eso es precisamente el momento de la elección, solo que esta última es de carácter vinculante.

La ética profesional

Claro que si nos limitáramos a plantear que “el margen de error existe” esto sería una exposición simplificada de conceptos teóricos, más que una reflexión crítica sobre una situación que pone un manto de sospecha sobre todos los que trabajamos (y creemos) en la investigación social aplicada.

Para decirlo claramente: la distancia entre los pronósticos de muchas consultoras y lo que efectivamente ocurrió en las elecciones no pareciera limitarse al margen de error estadístico (de hecho en muchos casos supera ampliamente las cifras aceptadas como tal). Entonces aquí tenemos que hablar ya no de cuestiones de metodología, sino de ética científica (ambas son parte de la teoría de la ciencias sociales, aunque a veces lo segundo pareciera quedar en el olvido).

Nos referimos a las situaciones en que los datos publicados no reflejan los resultados reales de un estudio, o a cuando estos se encuentran intencionalmente manipulados en una dirección determinada. Esto se debe a que las encuestas tienen un carácter eminentemente performativo, a saber, producen efectos en la realidad social que buscan describir y en ese mismo acto la modifican. Frecuentemente esto constituye una “tentación” para las más diversas operaciones políticas que bajo el nombre de “encuestas” o “mediciones de opinión” no buscan en verdad dar cuenta de un estado de situación, sino incidir en el mismo.

Estas prácticas se encuentran cada vez más extendidas, al punto en que es sabido que muchos candidatos cuentan con diferentes tipos de consultoras: las que les dicen cuanto miden realmente y las que les permitan publicar en su nombre aquello que les resulte más conveniente para medir más. Para que esto ocurra es necesaria la connivencia de políticos y “consultores” que en su afán de lucro y poder afectan severamente la credibilidad de los estudios de opinión. Se trata de una cuestión que excede lo metodológico y afecta la ética científica y solo pareciera posible aminorar sus efectos a partir de una rigurosa vigilancia epistemológica que permita distinguir las “mediciones” de las “operaciones” electorales.

Cómo leemos e interpretamos las encuestas

Partimos de enunciar las limitaciones reconocidas por la teoría científica, luego cuestionamos éticamente las prácticas de consultores y políticos que buscan operar sobre la realidad social antes que describirla. Pero para completar el cuadro del problema queda por analizar una cuestión: qué publican (y demandan) los medios de comunicación masiva y, aun más, cómo interpreta los resultados la opinión pública.

Vivimos en las llamadas sociedades de la información donde la velocidad e instantaneidad de los datos son algunos de sus rasgos característicos. Las noticias e informaciones circulantes pueden cambiar en cuestiones de minutos y se demanda una actualización permanente. En ese marco, el acceso a la información “más reciente” y/o en “exclusiva” constituyen dos pilares fundamentales de la competencia mediática. Esto lleva muchas veces a ver publicado bajo el nombre de “encuestas” a cosas que realmente no lo son, o a difundir datos sin brindar elementos fundamentales de la ficha técnica que permitan evaluar la seriedad de los mismos (forma de relevamiento; características de la muestra; fecha; etc.).

Por último, la forma en que son interpretados los resultados, acorde a las expectativas que se ponen en los mismos, también constituye un problema. Una encuesta no es una anticipación del futuro, sino la foto de un momento determinado que puede permitir interpretar tendencias (para lo que es necesario contar con mediciones sistemáticas) en una dirección. Esto tampoco es una “excusa”, sino una precisión que consideramos pertinente realizar, puesto que muchas veces se pierde de vista el factor dinámico de la realidad social en general y que las mediciones electorales en particular se realizan en el marco de uno de los momentos de máximo esplendor de la vida política: las campañas.

Dicho de otro modo, el objetivo de las encuestas no pasa por acertar a los resultados de una elección meses, semanas o aun días antes de la misma, sino en permitir analizar tendencias y proyecciones en perspectiva, cuyo punto culmine es el día de la elección.

* Sociólogo. Consultor independiente. Maestrando en Investigación en Ciencias Sociales (UBA). Docente en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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