Cultura

21 julio, 2015

Sense8, otro engendro de los creadores de Matrix

Los Wachowski brothers desmbarcaron en la televisión con Sense8, una producción exclusiva de Netflix en la que combinan lo mejor que el dinero puede comprar en materia técnica con una avalancha de lugares comunes y obviedades. Pero, eso sí, todo muy diverso y políticamente correcto.

Sense8 es el último producto pergeñado por los hermanos Lana y Andy Wachowski, junto a J. Michael Straczynski (conocido por la serie de ciencia ficción Babylon 5), con el que han concretado su desembarco en la televisión a través de una producción exclusiva de Netflix.

Formalmente son 12 capítulos, pero en realidad la serie está estructurada casi como una miniserie de 12 horas de duración, pensada para ser consumida en modo binge-watching o maratón, con lo que ya que no importa tanto la estructura de capítulo tradicional.

Luego de sus últimos fracasos cinematográficos (Speed Racer costó 120 millones de dólares y recaudó 93, Cloud Atlas 102/130 y Jupiter Ascending apenas ganó 5 millones) se veía al desembarco televisivo de los hermanos casi como su última oportunidad dentro de la industria. Así es que Sense8, además de un moderado festejo de público, consiguió algunas críticas positivas que destacaron sus aspectos técnicos, su soundtrack o intención de visibilización de la diversidad. Pareciera más difícil criticar algo tan pero tan políticamente correcto.

Aquí al cóctel típicamente wachowskiano de ciencia ficción y filosofía barata new age se le agregan los componentes un desmesurado exotismo cultural y una explícita declaración de amplitud sexual (incluso con numerosas líneas casi autoreferenciales sobre la experiencia de cambio de género de Larry/Lana Wachowski). En la serie Daryl Hannah y Naveen Andrews (el Sayid de Lost) buscan por el mundo a 8 jóvenes con percepciones especiales, mientras son perseguidos psíquica y físicamente por unos malos malísimos. Los personajes principales son, previsiblemente, 8. Se les llama “sensates” y pueden percibir a través de otras personas con las que están conectadas misteriosamente.

En el primer capítulo se los presentará a todos/as. Ellos/as son:

-Wolfgang Bogdanow (Max Riemelt) es un joven mafioso alemán. Toda su familia es mafiosa. Su padre fue preso y murió luego de fallar en el robo de una caja fuerte. Él se mea en la tumba de su padre (al que se lo muestra en flasbacks como violento y abusivo) pero se ha entrenado toda su vida para vencer a esa caja inviolable.

-Nomi Marks (Jamie Clayton) es una bloguera política transexual y hacker. En una Gay Pride de San Francisco discuten ella y su novia afroamericana con unas feministas lesbianas radicales que no aceptan a los hombres de ninguna manera. Luego van a ver una obra de teatro gay, de un director gay, con público gay, sobre temática gay. En la previa, gays viejos recuerdan con orgullo las Marchas del Orgullo de los 80. Luego en la obra un ballet de hombres en jeans hace algunas coreos modernas mientra una desgarrada voz en off de joven blanco y rico habla del SIDA y la eutanasia.

-La joven química india Kala Dandekar (Tina Desai) ama a su padre, respeta las tradiciones y va al templo. ¿A adorar a qué dios? A Ganesha, por supuesto. Y le lleva una torta de maníes de ofrenda. (“No le ofrezca maní a mi Dios, señor Homeros”). Gracias a un matrimonio arreglado por la familia está por casarse con un hombre que no ama y por ello le cuenta sus cuitas al dios elefante mientras por atrás pasan indios e indias profesionales, impecables.

-Capheus (Aml Ameen) es nigeriano negro, pobre pero bueno, que cuida a su madre enferma de SIDA y maneja un bus que tiene pintado a Jean Claude Van Damme en un costado. Son pobres pero buenos, tanto él como su amigo. Y hay mucho caos de tráfico, polvo y pobreza. Pero digna y limpia.

-Una DJ islandesa super cool conocida como Riley Blue (Tuppence Middleton) habla con un grupete de jóvenes imbéciles yonquis newage. Uno de los personajes explica lo que es la resonancia límbica (lo que da nombre al primer capítulo), que viene a ser como que todos estamos conectados, sólo que esta vez parece que no es a través de internet ni de unas maquinolas infernales sino que es algo químico. Las drogas abren las puertas de la percepción.

-Sun Bak (Bae Doona) es un alta ejecutiva coreana oprimida por su hermano, que a duras penas logra contener la violencia que le despierta ese machismo tan típicamente oriental. Parece que hace kick boxing, como todos los orientales.

-El actor español Miguel Ángel Silvestre interpreta a Lito Rodriguez, un actor español en Ciudad de México. Es lindo, alto, moreno, con barbita de varios días. Mientras ensaya sus parlamentos en el trailer se calienta y se frota contra los muebles. Viste cómo son los latinos, calentones. Una actriz vestida de monja (viste cómo son los latinos, religiosos) lo avanza pero él la rechaza porque ya tiene una persona a quien ama. Presumiblemente una mujer, pero si fuera un tipo estaría todo bien. Acá lo de la libertad de elección sexual es un catecismo. Bueno, la cuestión es que ama a otra/o. Viste cómo son los latinos, románticos.

-Will Gorski (Brian J. Smith) es policía en Chicago. Es joven y musculoso, descendiente de rusos, por si faltaba algo de diversidad geográfica. En una de esas va con su compañero policía latino a un barrio de negros traficantes. Un agente se pregunta si es «natural» que los policías odien a los negros traficantes y viceversa, «como perros y gatos». El que lo dice es el latino, como para mostrar que no es una cuestión de racismo. Nada que ver. El policía blanco parece que también tiene daddy issues. Todos tienen. Aquí se percibe un patrón.

Bueno, los ocho sensates en cuestión son de diversas nacionalidades y están en 8 ciudades del mundo pero en todos lados se habla inglés. Y no sólo inglés sino además, según la locación, inglés con el acento con el que se hacen los chistes de extranjeros en Estados Unidos. Entran un hindú, un ruso y un japonés a un bar…

Al lado de Sense 8, la Babel de Inárritu es una obra maestra de sutilieza, relativismo cultural y penetración antropológica. Las propagandas de United Colors of Bennetton son menos groseras en su apuesta marketinera a una diversidad estrictamente balanceada y siempre bella, moderna y bien peinada.

Se sabe que las locaciones pueden ser un personaje extra en algunas producciones, pero en el caso de la última producción de los Wachowski su noveno pasajero comparte plenamente las limitaciones de los 8 anteriores. Los países de rodaje (México, San Francisco, Chicago, Londres, Islandia, Berlín, Nairobi, Mumbai y Seúl) son mirados siempre desde la más prejuiciosa y previsible mirada norteamericana. En comparación la trilogía turística de Woody Allen (Roma, París y Barcelona) casi llega a parecer interesante.

Eso sí, todo técnicamente impecable. Pero siempre con un mal gusto y un amor por la obviedad que a veces parece anunciar un gran chiste que finalmente nunca sucede. No hay chiste. Lo que ves es lo que hay. Y los diálogos, ay, los diálogos. Los que están por morir tienen «un poco de frío», una chica que canta «usa un lengua de puras emociones», un chabón le dice a su amada «Sos muy hermosa. Y no me refiero sólo a lo físico. La calidez reboza de tu corazón».

Todo así. Una acumulación interminable de lugares comunes, tópicos y obviedades. Está bien que Matrix tampoco era la gran cosa. Mucho afano a Dark City, Neuromante y cientos de otros clásicos, remixadas con música punchi punchi y pseudofilosofía. Pero estuvo bien y al menos parecía haber criterio para robar y algunas novedades técnico/estéticas. Pero no, parece que no había nada más. Si las producciones posteriores de los hermanos ya venían delineando claramente esta deriva, Sense8 aparece como una última e innecesaria confirmación de un vacío tan absoluto como pretencioso.

Netflix, solías ser chévere.

Pedro Perucca – @PedroP71

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