Géneros

15 junio, 2015

Ni una menos en el banquillo: Cuando la justicia vuelve a golpear

Él la molía a golpes y un día ella lo mató. Daiana tenía 19 años cuando en un forcejeo le clavó un cuchillo en el cuello a Facundo. La condenaron a 3 años de prisión pero, después de cumplirlos, el fiscal apeló y pidió 8. El caso está en la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires. Frente a una justicia sin perspectiva de género, Daiana espera.

«Yo no te voy a dejar en paz. Si te veo con alguien te mato, no me importa nada. Sos una puta de mierda, te voy a matar y nadie te va a defender», respondió Facundo Saucedo cuando Daiana Fernández le anunció por teléfono que ya no quería volver a verlo. Fue a principios de octubre de 2011 y luego de meses de golpes y maltratos por parte de él. Dos semanas más tarde, en la madrugada del 16, una fiesta los cruzó. Entonces él se le apareció por detrás:

–Dale, quiero hablar con vos, vamos a tu pieza– le dijo lastimándole los brazos y tirándole del pelo.

–Yo no quiero hablar con vos, dejame, te digo que no– contestó ella.

A pesar de la separación, Saucedo seguía amenazándola.

Daiana picaba hielo para ponerle el vino cuando él la empezó a forcejear. En un reflejo defensivo, le clavó el cuchillo en el cuello. El joven murió dos horas después en el hospital.

El Tribunal Oral Criminal (TOC) N°3 de Lomas de Zamora la condenó a tres años y seis meses de prisión por homicidio preterintencional. En octubre de 2013 ya había cumplido su condena, pero la Cámara de Casación aceptó la elevación de la pena a ocho años por homicidio simple. Ahora la decisión depende de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, en tanto su subprocurador general, Juan Angel de Olivera, ya dictaminó en su contra.

Con un bebé de ocho meses, una pareja estable y un nuevo trabajo en un restaurant, Daiana, de 23 años, intenta rehacer su vida a la espera de una sentencia que, ciega de perspectiva de género, se vislumbra desfavorable.

***

Daiana y Facundo se conocieron por intermedio de un primo de ella, cuando tenían 17 y 21 años respectivamente. La joven estaba terminando el colegio y enseguida consiguió su primer trabajo formal en el aeropuerto de Ezeiza. No duró mucho: poco tiempo después empezó a vestir poleras y remeras largas para disimular los moretones de los golpes frente a sus compañeros y, finalmente, acabó renunciando. Los celos primero, los gritos después y los golpes al final conformaron el círculo de violencia en el que Daiana terminó atrapada, presa del miedo y la culpa inducida.

“Si me quiere va a cambiar, pensaba yo. Pero además tanto me decía que yo era la culpable que al final sentía que era así, que cuando me pegaba o peleábamos era por mi culpa», relata. Tiene el temple de quien pasó por los barrotes del encarcelamiento: una paso firme, una mirada segura, pero también llena de miedo.

Fue a los diez meses de relación que él le pegó por primera vez. Salían de un cumpleaños cuando la increpó: le dijo que un chico le había hablado al oído, que era una trola de mierda, y ahí nomás le dió una piña que la tiró al suelo. Cuando llegaron a la casa la encerró en su cuarto y la amenazó:

–Yo no le tengo miedo a nadie, aunque grites, yo le pego a tu papá o a quien sea.

“Él tenía un arma. Otra vez en su casa también me encerró: yo me quería ir y no podía porque me agarraba y me metía de nuevo para adentro. Gritaba que basta, que lo paren, no daba más yo. La familia escuchaba pero no se metía», detalla Daiana. Por ese entonces el desgaste físico y mental ya había surcado profundo en su personalidad. Día a día se miraba en el espejo, sollozando, y se preguntaba el porqué, envuelta en angustias.

–¿Por qué llorás?– la reprendía él.

–Porque me das miedo– respondía ella, asustada por su mirada.

–Ves que hacés circo, sos una cirquera, siempre dando lástima– la remataba.

***

Un día Daiana se animó: le dijo que no quería que salieran más. Él fingió aceptar, pero con la condición de pasar una noche más en su casa. Hubo mutuo acuerdo. Pero la mañana siguiente, cuando Daiana se levantó para asistir al turno que tenía pautado con su ginecólogo, él quiso retenerla y obligarla a tener sexo. Sólo logró zafarse diciéndole que sí, que volvían. Más tarde, cuando atendió una de las decenas de llamadas que él le realizaba compulsivamente, se desmintió. Lo había dicho para que la dejara ir. Las amenazas e insultos cayeron como rayos.

***

El 16 de octubre de 2011, dos semanas después de la separación, Daiana tenía una fiesta de 15. Y también tenía miedo: todavía miraba para todos lados cuando caminaba por la calle y le resonaban en el corazón y el cuerpo los “puta de mierda“ de su ex cada vez que vestía una calza o pollera que él consideraba inapropiadas. Sin embargo, sus primas insistieron. “Vayan ustedes y avísenme si él está. Si no está yo voy», pidió. Como no estaba, se cambió y fue.

Llegó cerca de las dos. Y a las seis parte de la fiesta se trasladó a su casa. “Al rato veo que (Saucedo) está del otro lado del portón. Ahí la chica del 15 me dice que entremos a preparar un trago y vamos. Estaba picando hielo cuando siento que me agarra por atrás y me empieza a forcejear”. Con el dolor de sus manos apretándole los moretones todavía inflamados de sus brazos, Daiana se dio vuelta y, en un intento de zafarse, le clavó el cuchillo en el cuello.

Lo llevaron al hospital, pero Saucedo murió dos horas después.

Ya detenida, un médico forense la revisó: el perito de la policía científica de Ezeiza, Marcos Frías, escribió en el expediente: “Se constatan hematomas en brazo izquierdo de 9 cm. En brazo derecho de 7 cm. Equimosis en glúteo izquierdo. Hematoma de larga data en hombro izquierdo, chichón en parietal izquierdo y cicatrices de heridas cortantes en antebrazo“. A las marcas las caratularon como lesiones leves.

Los jueces Omar Camino, Rafael Villamayor y Marcelo Dellatorre la condenaron: “Si bien pudo sorprenderse de que él estuviese en el cumpleaños, fue ella quien trasladó la fiesta a su domicilio, pese al temor que decía tener”, se lee en el fallo.

La perito psicóloga María Fernanda Collins escribió: “No es posible hablar de víctima de maltrato, en tanto cada uno es responsable de sus actos. Ella ha sido parte activa del vínculo”.

“Hablan de relación violenta. Eso es un eufemismo para no decir sometimiento brutal. ¿Dónde están los golpes de él?”, se indigna Patricia Sanmamed, la abogada de Daiana. Y remata: “Sólo de casualidad no estamos leyendo el informe de su autopsia“.

***

El 17 de octubre de 2013, Daiana consiguió la libertad condicional. Pero el fiscal Sebastián Scalera apeló para cambiar la carátula de homicidio preterintencional a homicidio simple, y elevar su reclusión a ocho años. El 11 de febrero de 2014, Casación la condenó.

Fue entonces que la defensa apeló y ahora la decisión depende de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. Pero el último octubre, el subprocurador general, Juan Angel de Olivera, dictaminó en favor de Casación. La espera de la decisión es cada vez más espesa.

Daiana vive en su casa con su pareja y su bebé. Sale cada día a las 6:30 para abrir el restaurant en el que trabaja. Su novio es remisero. Es un viejo conocido del barrio y empezaron a salir cuando ella estaba presa. Algunos familiares de Saucedo todavía la insultan cuando la cruzan en la calle y la incitan a que se vaya. Pero ella no se va. Sigue caminando. Y esperando.

Carolina Rosales Zeiger – @caroerrezeta

Foto: Daiana en su casa de Ezeiza, hace un año, con 4 meses de embarazo. Credito: Daniela de Vega

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