15 junio, 2015
La Patota: Sincronía, ideología y fin de ciclo (I)
El próximo jueves se estrenará La Patota, remake de Santiago Mitre de la famosa obra de Daniel Tinayre, luego de haber tenido un exitoso paso por el Festival de Cine de Cannes. Al igual que con El Estudiante, el director desembarca con un tema que hoy encabeza la agenda mediática en tiempos de Ni una menos. Violencia de género, marginalidad y conservadurismo pos-kirchnerista.

El próximo jueves se estrenará La Patota, remake de Santiago Mitre de la famosa obra de Daniel Tinayre, luego de haber tenido un exitoso paso por el Festival de Cine de Cannes. Al igual que con El Estudiante, el director desembarca con un tema que hoy encabeza la agenda mediática en tiempos de Ni una menos. Violencia de género, marginalidad y conservadurismo pos-kirchnerista.
Santiago Mitre tiene, sin dudas, sentido del momento histórico. Es indudable que hay mucho de suerte, también. Ya en 2011 supo diagramar un retrato de época en El Estudiante, película que cuenta la historia de Roque, un joven muchacho del interior que arriba a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y, tras darse cuenta que los libros no son lo suyo, se mete a militar en la organización estudiantil La Brecha un poco por curiosidad y otro poco por calentura.
Allí descubre que la política universitaria no es más que un entramado de manejos espurios donde quien ejerce el poder es el que más habilmente negocia y él negocia bien. La película y su recepción tuvo un impulso generoso al haber sido producida en tiempos de toma de la facultad, del asesinato de Mariano Ferreyra a manos de una patota sindical y de la propia muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Estos sucesos se sintieron con especial sensibilidad en la locación principal de la película donde Mitre, ni lento ni perezoso, no dudó en captar la influencia de los sucesos con su cámara e incorporar el aire de época de lleno en su historia.
Lejos de ser El Estudiante un encadenamiento de hechos documentados con algo de ficción en el medio, la película tiene una hábil construcción del relato sustentada por una puesta de cámara que toma la mejor tradición del Nuevo Cine Argentino, con un lente que todo lo espía detrás de aulas y bancos.
Hoy con La Paulina (tal y como se distribuyó la película de manera internacional por una cuestión idiomática) ocurre algo parecido. Con el reconocimiento del FIPRESCI bajo el brazo, esta película hecha por el encargo de Ignacio Viale para homenajear la obra original de su abuelo (La Patota, Daniel Tinayre, 1960) y producida por Axel Kuschevatzky a través de Telefónica Studios llega en tiempos de Ni Una Menos, lo que no es un hecho menor.
La Patota cuenta la historia de Paulina (Dolores Fonzi), una joven abogada a punto de doctorarse que decide ir a ponerle el cuerpo a un plan de educación y formación política rural en el interior de la provincia de Misiones. Fernando (Oscar Martínez), su padre y un reconocido juez a cargo del plan, no puede más que oponerse ante la decisión de su idealista hija. La situación es presentada de una manera clara y esquemática a través de un cuidado plano secuencia de casi nueve minutos, que hace nada menos que abrir la película.
Mitre, en el guión escrito junto a Mariano Llinás, sabe comunicar las posiciones tanto de Paulina como de Fernando. Sabe de lo que habla y lo hace de una forma orgánica a la historia, sin forzarla.
La muchachada maoísta
“A mí no me vas a correr con la trampita del padre conservador”, le dice Fernando a su hija “porque ya hice esa experiencia es que te digo que si querés cambiar las cosas tenés que hacer carrera en la Justicia y llegar muy alto, tener poder de decisión para impartir justicia donde corresponde y de la manera que corresponde”, agrega.
“Mirá si te escuchan tus amigos del PCR”, le responde la joven, rápida de reflejos. Quizás en esta, la primera escena de la película, se resuma el arco arugmental que determinará la trama. Sucede que La Patota es, ante todo, la historia de un padre y su hija. Un ex-idealista y ex-militante, producto del tiempo y la violentamente cambiante coyuntura política y social de la Argentina que, ante todo, sigue siendo padre.
No son suficientes los pragmáticos argumentos de Fernando (como ella lo llama, intentando separarse de su relación filial) y aún así decide seguir adelante con el proyecto educacional en el que se vio involucrada desde su génesis.
Tras un breve encuentro con su novio (Esteban Lamothe), Paulina tiene su primer contacto con la selvática Misiones. “La idea fue trabajar sobre una marginalidad rural, en un lugar específico, con los paisajes únicos que proveen la selva y la tierra roja”, dijo Mitre a Mariano Kairuz en una entrevista para el suplemento Radar de Página/12.
El primer acercamiento con los lugareños da cuenta del tipo de relato al que se viene acostumbrando Mitre: la joven muchacha criada en el seno de la clase media urbana observa a un puñado de muchachos que la mira llegar desde lo lejos, subidos a un terruño, en una toma que recuerda las viejas películas sobre antropólogos aventureros de los cincuenta.
El recorrido del director en La Patota es el inverso al que hizo en El Estudiante: mientras que en 2011 era el interior el que se aventuraba a la gran ciudad y sus esquemas, ahora es la ciudad la que va al desconocido interior. Queda, entonces, indagar qué tipo de relato construye este director que en este 2015 sin dudas dará que hablar a partir de la terrible realidad a la que someten a Paulina.
Iván Soler – @vansoler
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