12 junio, 2015
Pasaje de vida: De la militancia fabril a las armas
La película guionada y dirigida por Diego Corsini aborda los años 70 en nuestro país, período que continúa vigente en la memoria colectiva. Un relato sobre la militancia y la violencia de esa época, y también sobre el amor, los ideales, la juventud, la memoria y la identidad que atraviesa la vida de los sujetos.

La película guionada y dirigida por Diego Corsini aborda los años 70 en nuestro país, período que continúa vigente en la memoria colectiva. Un relato sobre la militancia y la violencia de esa época, y también sobre el amor, los ideales, la juventud, la memoria y la identidad que atraviesa la vida de los sujetos.
Mario (Javier Godino) vive en España, exiliado. No le gusta el mate. “Es amargo, como la Argentina” dice. Un gesto que le permite mantenerse alejado de sus orígenes y de su historia. Su padre, Miguel (Miguel Angel Solá), sufre una grave enfermedad neuronal, una especie de amnesia que le afecta la memoria y lo vuelve al pasado. Con el transcurso del tiempo terminará por olvidarlo todo. Es esta situación la que interpela al hijo a indagar sobre lo que durante cuarenta años ha negado.
Pasaje de vida logra, con una excelente ambientación, recrear el espíritu de la época: los años oscuros de la Argentina, previos a la última dictadura militar, cuando el joven Miguel («Chino» Darín) se convierte en Montonero y se enamora de una compañera de armas, Diana (Carla Quevedo). La película reflexiona sobre sus ideales previos al Golpe de Estado, la militancia fabril, el paso de la lucha política a la lucha armada, y lo que significó la decisión de pasar a la clandestinidad, abandonar el país o terminar muertos.
Pero también habla de eso que no se habló. Del silencio que marcó a gran parte de la generación de los hijos de esos militantes que sobrevivieron al genocidio, que lograron zafar y que tuvieron que reinventarse varias veces, como explica en una nota para Página/12 su director.
“Creo que hasta los Kirchner todavía había miedo de decir que habían sido militantes en los ’70. En los ’90 era imposible, pero en los ’80 todavía estaba el miedo de que los militares podían volver, como lo intentaron los carapintadas”, sostuvo Corsini.
En este sentido, la reconstrucción del pasado reciente en nuestro país implica revisitar la idea naturalizada de que “los que está muertos eran todos héroes, los que están vivos es porque colaboraron”. Un fantasma que recorre el imaginario y que pone bajo sospecha a los sobrevivientes. En Traiciones, Ana Longoni cuestiona esos “lugares comunes socialmente instalados en torno a los desaparecidos que reaparecieron”.
También, de la búsqueda de la identidad. “Dime la verdad por una puta vez en tu vida”, le reclama Mario a su padre, en un español acuñado a fuerza de exilio. Como en un puzzle, a medida que la enfermedad de Miguel avanza, Mario intenta recomponer las piezas sobre la historia de sus padres, a partir del borrador de una novela de una compañera de militancia.
Si bien la película no pretende polemizar sobre la «complejidad» de la problemática y por momentos plantea situaciones maniqueas y estereotipadas, atravesada por una mirada sentimental sobre el ayer, obra como un homenaje a toda una generación que vivió esos años oscuros movidos por la intensidad de la pasión y poniendo en riesgo la vida con la convicción que se podía cambiar el mundo.
Y nosotros, simples espectadores de esas vidas, lloramos acodados sobre las butacas porque, al igual que ellos, desearíamos “parar el tiempo” porque aunque «es difícil entender porque todo terminó para la mierda. Esos fueron los mejores años de nuestras vidas».
Que se sigan haciendo estas películas puede ser síntoma de una necesidad de seguir hablando del tema, y que no nos gane -como expresa Marta Dillon en su reciente libro Aparecida– nuestro “propio sistema de amnesia, como lo tenemos todos, incluso los que declamamos que no hay olvido ni perdón”.
Fabiana Montenegro
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