Batalla de Ideas

9 junio, 2015

El pogo más grande del mundo

Por Ulises Bosia. La sociedad argentina mantiene un ritmo de movilización y activismo notables, que desborda los límites de la democracia representativa, como volvió a demostrarse el 3 de junio. Que el sólo de Skay no termine nunca.

Por Ulises Bosia. La sociedad argentina mantiene un ritmo de movilización y activismo notables, que desborda los límites de la democracia representativa, como volvió a demostrarse el 3 de junio. Que el sólo de Skay no termine nunca.

Si repasamos este 2015 encontramos grandes jornadas de movilización, de distinto carácter y significado, con epicentro en la Ciudad de Buenos Aires, pero en la mayor parte de los casos replicadas en grandes y pequeñas ciudades del país. El 18 de febrero a un mes de la muerte de Nisman, el 1 de marzo ante la última apertura de las sesiones legislativas del mandato de Cristina, el 24 de marzo en un nuevo aniversario del golpe militar de 1976, la semana de mayo coronada por la numerosa concentración del 25 en la Plaza de Mayo, el contundente paro nacional del 31 de marzo y el del día de hoy, el 3 de junio del #NiUnaMenos que atravesó clases sociales, edades, géneros y geografías.

Con una saludable ingenuidad sociológica digamos que no es normal, en el sentido de que no es lo que ocurre en la mayor parte de los países de nuestra región, mucho menos en otras zonas del mundo. ¿Qué es lo que motiva a la movilización, al reclamo, a salir a las calles? ¿De dónde sale la convicción de que nos merecemos y podemos vivir mejor?

Nuestra sociedad está marcada por una obstinada aspiración de progreso, que recorre nuestro imaginario histórico. La numerosa clase media argentina encarna la esperanza del ascenso social, el principal mito que nos moviliza a los argentinos y argentinas, y sanciona su hegemonía cultural, vigente con fuerza al menos desde 1983.

La movilización aparece cuando un obstáculo para las posibilidades de progreso social es visualizado y debe ser removido.

La democracia se desborda

La acción directa en las calles fue percibida socialmente a partir de 2001 como un camino más para obtener conquistas políticas, sociales o culturales. A tal punto que siendo un método proveniente de las izquierdas, hasta la derecha apeló a los cacerolazos y los cortes de ruta para impulsar sus demandas.

En muchos casos la explicación es: “Estamos acá porque el Estado no se hace cargo de sus tareas y no nos queda otra que reemplazarlo”. Sin embargo, con el paso del tiempo y la recuperación -no total pero sí significativa- de la legitimidad del Estado y la política, esa interpretación corre el riesgo de quedarse corta y de subestimar el protagonismo popular.

Supone la premisa de que en “un país normal” -otro de los mitos movilizadores de la clase media- el Estado funciona bien y por lo tanto la sociedad no debe involucrarse en cuestiones públicas sino desarrollar su vida individual libre de impedimentos. Es un aspecto más de la profunda inserción de la mentalidad liberal.

Sin embargo, también es posible interpretar la movilización y el activismo social como un hábito de participación y protagonismo social directo, como un ansia de involucramiento y un genuino rasgo comunitario. Como un espíritu de participación que no se agota en las elecciones y en las instancias institucionales, sino que habita en las miles de formas de asociación existentes: clubes sociales y deportivos, sociedades de fomento, agrupaciones, ONGs, asociaciones civiles, cooperativas, movimientos y partidos políticos, colectivos culturales, grupos parroquiales, ferias, mercados, mutuales, colectivos ambientales, feministas o de derechos humanos, etc. Inicios de poder popular que esperan un impulso y un marco propicio para extender su influencia.

El sistema político de conjunto no siempre acierta en relacionarse con este ansia de protagonismo popular, y en lugar de nutrir sus propuestas y su práctica de él, muchas veces lo vive como una amenaza, le teme porque no lo controla. Plebiscitos, instancias participativas, convocatorias democráticas, son más una excepción que una regla.

El proyecto de una democracia superadora, participativa, protagónica, activa, tiene raíces y puede apoyarse en el carácter inquieto y combativo de nuestra sociedad.

#NiUnaMenos

Esta consigna logró que el trabajo de años y décadas de los movimientos feministas y de mujeres pudiera cobrar un grado de masividad nunca antes visto en nuestro país.

Su simpleza por un lado logró incomodar a algunos activistas de la izquierda y el feminismo que lo vieron un tanto vacío, incompleto o genérico. Temían que diera lugar a que por puro oportunismo pudieran adherir a la convocatoria personajes a los que habitualmente repudian por sus prácticas o discursos machistas y patriarcales. Como de hecho ocurrió. Aunque lejos de ser una debilidad del movimiento se transformó en un logro, porque amplificó la convocatoria.

Por otro lado esta consigna convocó a personas de las más amplias características a salir a la calle, unidas, con una masividad pocas veces vista, se contactó con la bronca y la impotencia de tantos días sufriendo un caso de femicidio tras otro, y logró correr el eje por primera vez en largos años de la polarización “k-anti k”.

Para reflexionar mejor lo que implica que una consigna se haga carne masivamente en una sociedad, vale la pena recordar que, salvando las distancias, casi cien años atrás una revolución popular se desataba detrás de tres sencillas palabras: “paz, pan y tierra”, imposibles de obtener bajo el dominio del zarismo y el imperialismo, en las heladas estepas rusas. O por qué no, también aquel consejo de Marx: “Un paso adelante del movimiento real vale más que mil programas”.

@ulibosia

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