Mundo Gremial

22 mayo, 2015

«En el sindicato todo lo que hacemos lo hacemos en función de lo colectivo»

Daniel Yofra tiene 47 años y es el Secretario General de la Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso de la República Argentina. En esta primera parte de la entrevista nos cuenta sus comienzos en la militancia sindical y la importancia de la formación política.

Daniel Yofra tiene 47 años y es el Secretario General de la Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso de la República Argentina. Nos encontramos con él en la planta de Dreyfus de General Lagos.

Allí, los trabajadores vienen llevando adelante una huelga nacional por tiempo indeterminado que comenzó el lunes 4 de mayo, cuyo principal reclamo es un salario mínimo de 14.931 pesos para un trabajador que recién se inicia, poniendo en el centro del debate el salario mínimo vital y móvil.

En esta primera parte de la entrevista nos cuenta sus comienzos en la militancia sindical y la importancia de la formación política.

– ¿Cómo fueron tus comienzos en la militancia sindical?

– El 15 de diciembre de 1993 fui elegido delegado acá en la Dreyfus de General Lagos. Somos un grupo que arrancamos en 1992 a laburar en la fábrica. Yo era uno de los más chicos, tenía 25 años pero ya tenía cinco años en celulosa.

Si bien no hubo una continuidad de dirigentes de los 70 la sangre está, indefectiblemente era muy difícil, nos iban a tener que matar a todos para que se terminen los dirigentes combativos.

En ese momento éramos 16 aceiteros en una fábrica de 150, el resto estaban en empleados de comercio y otros gremios, a partir de ahí empezamos a hacer reuniones clandestinas ya que no teníamos la fuerza para proteger a los compañeros. Éramos un grupo chico pero muy unido.

Ahora estamos todos juntos pero antes existía una línea imaginaria que dividía la fábrica: de un lado teníamos un gerente muy hijo de puta y de este lado había un gerente más piola, se notaba la diferencia en las bajas. En cinco años de este sector se habían ido dos compañeros y del otro 52 (muertes, despidos, renuncias). Se notaba mucho el hostigamiento hacia nosotros pero bancamos.

– ¿En qué momento empiezan a cambiar la correlación de fuerzas, a consolidar la organización dentro de la fábrica?

– A mí las cosas importantes me pasan cada diez años, en el 2003 lo conozco a Horacio Zamboni. Hicimos un encuentro de formación y lo conocí. Nosotros ya veníamos de paritarias pero Horacio fue una bisagra muy grande, no solo para mí como dirigente, sino para el resto de los trabajadores, nos cambió la mentalidad totalmente.

Teníamos inquietudes pero nos faltaba la conciencia de clase que tiene que tener un dirigente, la técnica, la preparación, todo eso nos lo enseñó Horacio. Al principio nos daba vergüenza pedir aumento, parecía que estábamos suplicando. Fuimos avanzando de a poco.

Los primeros meses de la negociación que tuvimos acá en Dreyfus con el asesoramiento de él fueron muy traumáticos para mi, el venía con un empuje, me acuerdo que me decía “vos tenés que putearlos a los patrones, ¡son unos hijos de puta!”, y yo le decía «pero a mí no me sale», “bueno, entonces llorá”. Lo disfruté diez años y aprendí mucho con él.

Ahí empezaron a jugar otros factores que eran un puñal para la empresa: cuánto tiene que ganar un trabajador, que el salario no lo fijan las coyunturas económicas, ni las posibilidades de la empresa, ni el mercado, el salario lo fijan las necesidades de los trabajadores. Y que las empresas debían poner sobre la mesa los balances. Dos ejes centrales que nos ordenaron la perspectiva.

– Por esos años dieron una lucha importante para pasar a todos los trabajadores a planta y encuadrarlos en el gremio.

– Sabíamos que para generar confianza y conciencia teníamos que empezar a ganar y a partir que conseguimos el primer aumento del 2004 empezó a haber otra movida. Acá estábamos muy atomizados, pero de los 120 de 1993 en el 2004 ya éramos casi el doble de trabajadores de planta. Después teníamos contratistas que para nosotros eran compañeros invisibles, no los registrábamos. Cambiaban a cada rato porque los despedían o encontraban algo mejor, no tenían estabilidad, pero para nosotros era normal, lo naturalizábamos.

Ese fue el otro gran eje del cambio, pelear por los contratistas. En 2006 se prende de este tren vertiginoso Adrian Davalo, el Mono, que es el secretario general de Rosario. El Mono es de esos tipos bárbaros, con un carisma muy especial y nos complementamos mucho. Fuimos generando un grupo que le sirvió a muchos, detrás nuestro hay un montón de compañeros que vienen creciendo.

Una de las características del sindicato de aceiteros de Rosario es la libertad sindical que hay, nosotros tenemos la libertad de no estar atados a ningún partido político y todas las ideas son en función de los compañeros, todo lo que hacemos lo hacemos en función de lo colectivo. Sé que en algún momento, cuando los compañeros lo decidan voy a volver acá, a mi puesto en la fábrica.

Entonces en 2006 empezó una historia distinta donde los contratistas fueron los primeros que pegaron el salto. En ese momento éramos 24 compañeros y los compañeros de limpieza que estaban en carga y descarga eran 140. Venía y me paraba acá en la puerta a afiliar como quien venía a vender una rifa, seguíamos con la clandestinidad, había que proteger a los compañeros que aún no estaban organizados, eso era muy importante.

Hasta que un día cortamos todos los accesos y paramos la producción, eso fue a las cinco de la mañana, a la cinco y media de la tarde teníamos arreglado que todos los compañeros de carga y descarga pasaban a aceiteros y de cobrar 800 a 2100 pesos, un aumento de más del 100%.

– A partir de ahí empiezan a cobrar referencia a nivel nacional dentro del Sindicato ¿Cómo fue esa lucha desde Dreyfus hacia el resto del país?

– En agosto de 2008 éramos todos aceiteros y empezamos a pasar a todos los contratistas a planta. En ese momento logramos tener todos los sueldos equiparados, contratistas y de planta teníamos los mismos sueldos.

Ese fue el punta pie del resto de las fábricas, haber logrado que todo los compañeros sean aceiteros era nuestro sueño cuando empezamos, fue el disparador de todo lo que vino después.

En el congreso del 2008 de la Federación Nacional en Córdoba nos dieron por primera vez la palabra, se equivocaron. Nos dieron la palabra y en el 2009 ganamos las elecciones, habíamos llevado un documento que escribimos con Horacio que se titulaba “Contra la crisis: pleno empleo y salario mínimo vital y móvil”. Era lo que nosotros habíamos conseguido.

Cuando empezamos con la historia del Salario mínimo teníamos un sindicato muy conservador como la mayoría. Imaginá lo que fue llevarlo a Zamboni. En nuestro sindicato no se gritaba ni un gol y el viejo te revolucionaba todo, hasta nuestros compañeros se nos cagaban de risa cuando decíamos que lo que correspondía por la Constitución era el Salario mínimo que en ese entonces (2004) estaba en 1534 pesos.

En Dreyfus estábamos cerrando lo que creíamos un golazo de media cancha y el viejo me dijo “si vos firmas eso salgo a decirle a los trabajadores que los estás cagando” y me empezó a explicar, hasta que entendí. Así que fui y dije que no firmábamos, el abogado de la empresa me dijo “¿así que un pirincho quiere ganar más que yo?”, “y si boludo”, le dije, “si un pirincho gana esta cifra vos vas a ganar mucho más”. Ahí arrancó esa historia de Dreyfus que fue imparable, con muchas trabas, más de los sindicalistas que de las propias patronales, es más fácil enfrentar a la patronal que a los propios sindicalistas que se te arriman y te cagan.

– ¿Cómo llegan a estar al frente de la Federación?

– En la Federación arrancamos en 2009, fuimos juntos con el Mono. En 2013 armamos un grupo de compañeros muy fuerte, fuimos a elecciones, nosotros sabíamos que había algo turbio porque incluso cambiaron la sede del congreso que históricamente se hizo en La Falda y ese año lo habían llevado a Necochea a unas instalaciones que prestó el Momo Venegas.

Nos esperaban 70 patovicas a los tiros. Un compañero recibió un tiro en una pierna. La verdad que uno sospecha pero no imaginamos que el propio secretario general iba a mandar a tirarle a los compañeros.

Por suerte en ese momento hicimos una movida muy grande, llevamos como 200 compañeros todos trabajadores. En total habíamos ido como 350 de Rosario y es muy difícil, cuando vos trenes conciencia de clase, que te puedan parar. No te para ni la patota, ni los tiros. La gente avanzó contra eso y los llevó por delante cuando fue el momento.

Hubo un nuevo congreso en La Falda donde ganamos con el 95% de los votos y ahí arrancó una nueva etapa. ¿Es la final? No, nunca es la final porque siempre hay resto de miseria en todos, tenemos que estar muy atentos a eso, nosotros también corremos el riesgo de que nos pase.

Cuando uno escucha a algún compañero hablar del salario mínimo y resulta que es solo para los aceiteros, ese compañero no tiene una verdadera conciencia de clase. Lo que decimos es que el salario mínimo no es para los aceiteros, es para todos los trabajadores, ese es el punto de partida. Si vos tenés posibilidad de duplicar ese salario, bárbaro; pero el punto de partida es el salario mínimo vital y móvil.

Carla Millán y Esteban Fridman

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