18 mayo, 2015
Sin hijos, con futuro
Se estrenó Sin hijos, la cuarta película de Ariel Winograd. Protagonizada por Diego Peretti y la española Maribel Verdú, esta comedia familiar captura lo más entrañable de la (ya no tan) nueva comedia norteamericana y la resignifica para beneplácito del público argento.

Se estrenó Sin hijos, la cuarta película de Ariel Winograd. Protagonizada por Diego Peretti y la española Maribel Verdú, esta comedia familiar captura lo más entrañable de la (ya no tan) nueva comedia norteamericana y la resignifica para beneplácito del público argento.
Hablar de una “nueva comedia argentina” sería repetirse y apelar a un recurso ya desgastado para robar unas cuantas letras del teclado. Sin embargo hay una verdad certera: el oficio de hacer reir en el cine vernáculo ya le ha escapado al siempre noble pero oxidado costumbrismo barrial de Esperando a la carroza para oxigernarse y escabullirse hacia otros horizontes. Es necesario entonces ver cómo empapa esto a Sin hijos, la cuarta obra de Ariel Winograd.
Gabriel es un tipo en sus 40 que, tras haber visto truncada su vida en varios aspectos (está a tres materias de recibirse de arquitecto hace diez años, se divorció de su mujer, no se habla con su padre), focaliza todas sus energías en sembrar una fuerte relación con Sofía, su hija de 9 años. Tanto es así que poco le interesa revivir su vida amorosa, muchas veces llegando incluso a boicotearse en plena cita.
Esto es así hasta que se topa con Vicky, un viejo amor que vuelve luego de muchos años al país cargada de experiencias pero sobre todo de una gran y curiosa certeza: odia a los chicos. Es así como Gabriel debe ingeniárselas para volver a las andanzas amorosas y a la vez poder evitar que su avispada hija no aparezca para repeler a la atractiva mujer.
Lo que quizá pueda parecer una trama conocida (surgida a partir de una idea de Pablo Solarz y con guión de Mariano Vera) se potencia a través de la certera cámara de Winograd. Su estilo, a través de una enorme cinematografía a cargo de Félix Monti, termina de afianzarse luego de ya varias películas de gran producción (la última, Vino para robar). Es así como el relato se diversifica a partir de varios elementos que levantan la narración: el director entiende la importancia de una construcción firme en torno a los personajes secundarios, entrando en escena Keko, el hermano menor de Gabriel, que muchas veces logra llevarse la mayor parte de las risas a partir de un Piroyansky ya titular en cualquier plantel de la comedia actual; y la nueva pareja de la ex-esposa de Gabriel encarnada en un gran Pablo Rago que, lejos de ponerse en el papel de amenazante nuevo macho, elige por el lugar de compinche de Gabriel.
Este tipo de ramificación que empodera personajes secundarios comienza a pisar fuerte en esta gesta de realizadores. Ya sean los posadolescentes tardíos de 20.000 besos o los propios amigotes-del-novio de Mi Primera Boda, la complicidad con el espectador suele establecerse más a partir de las andanzas de estos personajes que con las peripecias de los protagonistas.
La eficacia del relato no surge de un repollo. Diego Peretti nada tiene que demostrar a estas alturas y se para firme en el rol de padre de mil embrollos, estableciendo una conexión natural con su co-equiper Maribel Verdú. Es necesario, aún así, reconocer el trabajo de la pequeña Guadalupe Manent en el papel de Sofía, dejando bien lejos cualquier prejuicio en cuanto a personajes infantiles que se pudiera tener. Este tridente ofensivo lleva adelante las desventuras que debe afrontar Gabriel al intentar ocultar todo rastro de convivencia con un infante a los ojos de Vicky, la militante anti-niños.
Sin Hijos no intenta ofrecer una vuelta de tuerca a lo Nolan en su historia. Tampoco lo quisieron hacer Superbad (Greg Mottola, 2007) o Road Trip (2001) en su momento. La intención de este tipo de cine que está (final y eficazmente) aterrizando a nuestro país es ofrecer buenos momentos (a través de correctas puestas de cámara, por qué omitirlo) y sobre todo elaborar frescos sobre determinados momentos de la vida.
Si Cara de Queso retrataba la infancia y el paso a la adolescencia y Mi primera boda la juventud y el paso a la adultez, es interesante pensar a Sin Hijos (si nos salteamos Vino para robar) como el paso de la adultez a la crisis de los 40 entendiendo al cine de Winograd como su visión sobre el paso del tiempo a lo Linklater. Pero yendo aún más lejos y con una mirada más amplia también podemos, si así lo deseamos, componer un círculo que une a Piroyansky y la juventud en Voley, De Caro y la adultez en 20.000 besos y Wino y la madurez paternal de Sin Hijos. La comedia argentina se la está jugando, y no podemos más que disfrutar.
Iván Soler – @vansoler
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