24 abril, 2015
La rosca eterna: 15 días más para el próximo gobierno de Netanyahu
Pasó más de un mes del nuevo y aplastante triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones israelíes. Sin embargo en este tiempo no ha logrado formar gobierno por las exigencias de los distintos partidos que podrían integrar su coalición. Un complejo sistema político que refleja una compleja y fragmentada sociedad.

Primero fue su aplastante y sorpresiva victoria hace más de un mes. Después fue la recomendación (esperable dada su incuestionable victoria) al presidente Reuven Rivlin por parte de la mayor parte de los lideres del parlamento de que sea “Bibi” y no otro, quien se ocupe de formar un nuevo gobierno. Y desde entonces a la fecha, el eterno primer ministro israelí no ha podido concretar aquello que en un primer momento, parecía pan comido. El miércoles 22, día en que vencía el plazo para presentar su coalición de gobierno debió solicitar al presidente una prorroga de dos semanas adicionales.
Del sólido monopolio de los laboristas en los tiempos de la fundación del Estado a la época del dominio derechista de Likud entre los 70 y 80, mucha agua ha corrido bajo el puente. El sistema político israelí se encuentra hoy extremadamente fragmentado en pequeños partidos y corrido casi por completo hacia la derecha.
Lo insólito es que incluso habiendo conquistado Netanyahu y el Likud muchos escaños que tenían en su poder partidos políticos de derecha más pequeños, por las características del parlamentarismo israelí en la actualidad, estos agrupamientos siguen teniendo (aún con su fuerza reducida) un amplio poder de extorsión.
En estas semanas, al único líder al que Netanyahu ha podido contentar es a su ex ministro de Telecomunicaciones, Moshe Kahlon, quien obtuvo en su primera elección un buen resultado apelando (como ya lo había hecho Yair Lapid, antiguo socio de Netanyahu en la elección anterior), a las demandas de las clases medias y bajas israelíes, asfixiadas por el elevado costo de vida y especialmente, de la vivienda. Kahlon puso como condición para su apoyo la titularidad del Ministerio de Economía y piedra libre para emprender una serie de reformas dirigidas a mejorar esta situación.
Sorpresivamente, parece menos improbable que Likud (partido sionista de derecha pero más cercano a una versión secular de dicha ideología) termine por acordar primero con los partidos ultraortodoxos Shas (que representa a los judíos “sefaradíes” nacidos en los países del antiguo imperio otomano) y “Judaísmo Unido de la Torá”. A cambio de los pocos escaños que estos partidos disponen, pero que son clave para llegar a los 61 necesarios para formar gobierno, Netanyahu le otorgaría a Shas el Ministerio del Interior y el de Culto.
Menor ha sido la suerte con los otros partidos de ultraderecha no religiosa ortodoxa, “Hogar Judío” de Naftali Bennett (que representa sobre todo a los nacionalistas religiosos, que viven en colonias ilegales en territorio palestino) e “Israel Nuestra Casa” del ex ministro de relaciones exteriores Avigdor Lieberman (que representa especialmente a la comunidad judía proveniente de la ex URSS). Ambos partidos, cuya fuerza conquistada en elecciones anteriores les había permitido imponer a Netanyahu sus condiciones, no parecen querer reducir sus expectativas a pesar de la merma electoral, y exigen ministerios clave (nada menos que Defensa y Relaciones Exteriores respectivamente).
Pero además Netanyahu tiene un problema político de difícil solución: al intentar sumar piezas a su esquema desestabiliza la formulación inicial. Bennett y Lieberman, para el caso, exigen a Netanyahu no solo los ya mencionados ministerios a cambio de su apoyo, si no también, que las concesiones exigidas por la otra parte de la posible coalición sean “morigeradas”, por ejemplo, forzando un pacto tal que el liderazgo ultraortodoxo al frente del Ministerio de Culto, no permita a estos partidos retrotraer las reformas “liberalizadoras” que Israel ha venido llevando en materia de asuntos religiosos.
En definitiva, la compleja trama de alianzas y enfrentamientos expresa en buena medida la de la sociedad israelí. Una sociedad partida en varios sub-mundos casi irreconciliables (los colonos nacionalistas-religiosos, los ultraortodoxos, el mundo progresista o despolitizado tecnócrata de las grandes ciudades, la comunidad árabe-israelí etc.), que amenaza con estallar de un momento a otro, presa de sus propias contradicciones.
A este complicado escenario social y político se suma una problemática adicional: el creciente aislamiento internacional de Israel, que no ha cesado de profundizarse desde la desastrosa operación militar en Gaza del año pasado y que ha recrudecido todavía más a partir de las negociaciones occidentales con Irán en torno a su plan nuclear.
En este escenario, no sería descabellado que «Bibi» se inclinara por un gobierno de coalición con el laborismo, para intentar recomponer las relaciones con Estados Unidos y posicionar a Israel de manera más inteligente en el nuevo escenario. Si bien el líder laborista Isaac Herzog ha aclarado que no está dentro de los planes de su partido una solución tal, no se puede descartar nada por completo. Dentro de dos semanas se verá que solución logra hallar el eterno líder derechista a este complicado puzle político llamado Israel.
Joaquín Zajac – @joaquinitoz
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