23 abril, 2015
La vida de todos
Se presentó en el BAFICI La vida de alguien, la cuarta película del director argentino Ezequiel Acuña. Filmada parcialmente en Mar del Plata, toca un tópico ya reconocido por su autor: la juventud, los amigos que siempre están y la música.

Se presentó en el BAFICI La vida de alguien, la cuarta película del director argentino Ezequiel Acuña. Filmada parcialmente en Mar del Plata, toca un tópico ya reconocido por su autor: la juventud, los amigos que siempre están y la música.
No es ningún secreto que el cine de Ezequiel Acuña nos lleva a esos lugares a los que, de tanto en tanto, siempre queremos volver: las vacaciones con amigos, la sala de ensayo con los pibes o el colegio secundario. La vida de alguien reúne todo eso en sí misma y la ordena para luego, sagazmente, volver a desordenarla.
Guille (Santiago Pedrero) es un pibe en sus primeros treinta que, luego de enterarse que una discográfica decidio editar un material que había grabado ocho años atrás, intenta volver a reunir a su banda. Tras encontrarse con su viejo amigo Pablo (Matías Castelli) y darle para adelante con la vuelta, se encuentra con que no sólo los miembros de la banda deben ser otros por ausencias y disidencias, sino que el propio Guille ya no se siente igual con las canciones.
Al enfrentarnos a la cuarta película de Acuña debemos entender que La vida de alguien es un musical sin estructura de musical. Canciones completas de la ficticia banda del protagonista son tocadas para nosotros mediante las imágenes cuidadosamente compuestas y montadas por su director y fotografiadas por el llamativo Fernando Lockett, moviendo su inquieto foco al ritmo de la música, realizada especialmente para la película por la banda Foca.
Entre canción y canción vemos cómo Guille enfrenta las idas y vueltas de la vuelta: el recuerdo de la anterior ruptura de su banda tras la pérdida de su mejor amigo y fundador Leo, extraviado en un viaje por América Latina; el ingreso de Ailín, una excéntrica chica que hará coros e intentará llegar al corazón del protagonista o la aparición de los nuevos miembros de la banda y la ambivalente relación con su compañero y amigo Pablo.
La construcción del relato que hace Acuña es lo más interesante de esta obra. Intercalando los recuerdos de Guille, ya sea evocando un ensayo con la formación original de la banda o vacacionando con su amigo desaparecido Leo con el presente de la vuelta, refuerza la idea del camino sinuoso a la hora de revivir proyectos.
En su obra anterior, Excursiones, el director (que también la escribió) nos proponía una vuelta, esta vez al secundario. Lejos de repetirse, Acuña nos dice a través de sus películas que revisar el pasado no es necesariamente retornar a una zona de confort. A veces es, justamente, una manera de incomodarse y comenzar a disfrutar un poco más de un presente que, al menos para su cine, parece ir encaminado.
Iván Soler – @vansoler
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