16 marzo, 2015
El punto final
Por Martín Ogando. La Convención Nacional de la UCR del pasado fin de semana donde se resolvió participar de las elecciones junto con el PRO fue el definitivo e irremontable Punto Final del partido centenario que, hace mucho, dejó de ser el movimiento de raigambre popular que alguna vez fue.

Por Martín Ogando. No voy a hacer una evaluación política de lo ocurrido en Gualeguaychú. Después de la Alianza, del 2001, de la masacre de Plaza de Mayo había quedado claro para todos que el radicalismo no era sencillamente gente con dificultades para gobernar, era algo bastante más oscuro, más nefasto, más coaligado a lo peor del poder económico y social en la Argentina.
Sin embargo, leyendo los diarios lo primero que se me vino a la mente no fue una evaluación política sino varios recuerdos de la infancia. Es que, parte de mi familia, la parte a la que le importaba un poco la política, era radical.
Creo que nunca me voy a olvidar del entusiasmo que generó en mi casa Alfonsín en en las elecciones de 1983. Yo tenía ocho años y fui a no menos tres o cuatro movilizaciones, con mi banderita de plástico roja y blanca, y hasta había una dotación de boinas blancas en el armario. Obviamente, con lo limitada que fuera mi conciencia de los acontecimientos, fui parte de ese entusiasmo que contagiaba, de esa nueva ilusión, de esa nueva esperanza. Claro, yo en ese momento no terminaba de entender mucho qué carajo pasaba, pero estábamos saliendo como pueblo de la más profunda oscuridad. Y Alfonsín era en ese momento, de los dos partidos mayoritarios, el que más encarnaba esa ruptura con el pasado, la denuncia del pacto «sindical-militar», esa ilusión renovada en la militancia y en la política.
Recuerdo la 9 de julio repleta, el Obelisco, uno de los actos más grandes de la historia argentina y yo en andas de mi vieja para ver algo. Recuerdo los festejos, las concentraciones en el Comité Nacional de Alsina y en el Capital de la calle Tucumán. Para mi limitada intelección de los hechos el 30 de octubre de 1983 habían ganado «los buenos».
Después sabemos como terminó la história, en qué se fue transformando la esperanza, me acuerdo que en mi casa el clima fue cambiando, que empezamos a pasarla mal, me acuerdo del Diego, de la epopeya en el Azteca, de la Copa del Mundo en el balcón, del los juicios a las juntas y de las leyes de impunidad, de los alzamientos militares y de la hiper y de un sinnúmero de situaciones que fueron desilachando esas esperanzas.
Mucho tiempo después uno construyó una explicación política, una caracterización, una posición más madura y más propia de aquellos procesos. Pero no importa mucho eso, porque lo que este domingo se me vino a la cabeza en seguida no fueron los libros que leí sobre el periodo alfoncinista, ni la obediencia debida, ni mis ideas socialistas, ni mis opiniones actuales, ni mi propensión casi natural a repulsar el gorilismo habitual del ideario radical, ni siquiera De la Rua y la Plaza de Mayo. No. Lo primero que se me vino a la cabeza fue mi vieja con la boina blanca, mi abuela con su testaruda defensa de Illia, fue ese pibe de ocho años años con su bandera roja y blanca, de plástico. Y sentí pena, sentí tristeza.
Por esa vieja, por esa abuela y por ese nene. Que por suerte para ellas y para él, ya no están. Y por una militancia que, me consta, en algún momento depositó su entusiasmo y su esperanza, dedicó sus horas y sus dias, confiando en construir un país mejor, más inclusivo, más democrático, mas libre. Hace mucho tiempo la UCR había dejado de ser el movimiento de raigambre popular que alguna vez fue, lo de este sábado fue el definitivo e irremontable punto final.
@MartinOgando
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