Cultura

16 marzo, 2015

Lollapalooza o la suma de las partes

Se acerca una nueva edición del mítico festival de música alternativa ideado por Perry Farrell. Con largos años a cuesta, el próximo fin de semana tendremos en Argentina recién nuestro segundo año de esta celebración a la música. Hip hop, electrónica y rock anti-estadios.

Se acerca una nueva edición del mítico festival de música alternativa ideado por Perry Farrell. Con largos años a cuesta, el próximo fin de semana tendremos en Argentina recién nuestro segundo año de esta celebración a la música. Hip hop, electrónica y rock anti-estadios.

Pocas veces se menciona, en el análisis del rock post-Cromañon, un síntoma certero y por demás llamativo: la descentralización de las comuniones musicales. Con el cierre de muchos lugares largamente frecuentados por los fanáticos de los más diversos estilos musicales (siendo Cemento y Obras los más recordados), la música fue empujada hacia las fronteras de la Capital Federal y los grandes festivales fueron los sujetos de prueba del experimento.

A pesar de que en un primer momento fueron llevados a cabo en lugares tradicionales, aunque tal vez reversionados (siendo Obras al aire libre el más frecuente), lentamente fueron levantadas nuevas opciones. Una de estas, sin duda, es el Hipódromo de San Isidro: una nueva edición del Lollapalooza es su invitado, nuevamente.

La adicción de Perry

Poco se habla del ideólogo de la parafernalia alternativa que reproduce año a año lo que se mueve por la periferia del rock mainstream. Aunque por estas tierras recién durante los últimos años se haya comenzado a hablar del festival, la terminación “palooza” siempre estuvo presente por el clásico capítulo de Los Simpson donde Homero llevaba a Bart y Lisa a la versión amarilla del festival. Sin embargo, ni siquiera en el episodio se lo menciona al creador de la bestia: Perry Farrell.

Líder y cantante de la banda Jane’s Addiction, este neoyorkino de 56 años entendió en 1990 la necesidad de reunir muchas bandas que, con la muerte de todos los grandes paradigmas culturales que siguieron a la caída del Muro de Berlín, habían quedado huérfanas de una comunión que las reuniera a todas.

El primer Lollapalooza tuvo formato ambulante, algo así como las viejas ferias de atracciones y curiosidades de principios del siglo XX, y llevó durante siete años seguidos y por casi todo Estados Unidos y Canadá este conjunto de shows que ponía en su grilla conjuntos tales como Smashing Pumpkins, Siouxie & The Banshees, Nine Inch Nails, Dinosaur Jr, Alice In Chains y Metallica junto a The Tea Party, Psychotica, Hole o Lutefisk casi de igual a igual.

En 1997 el festival tuvo su primer parate. Pueden encontrarse diversos factores: por un lado la gran diva de la movida, el grunge, se encontraba en franco deceso. Por otro, las corporaciones habían diluido la (quizá forzada) apariencia antisistémica del Lollapalooza. Lo cierto también es que Farrell se había volcado a la organización de otro festival, el ENIT, aniquilando así la primer versión de la criatura a la que le había dado vida. No fue hasta 2003, junto al reflote de su mítica banda Jane’s Addiction, que el cantante y productor volviera a tomar las riendas de su marca festivalera.

Notablemente reconfigurada (con la pérdida de su faceta itinerante como principal cambio) y con patrocinio de Capital Sports & Entertainment, la congregación freak más grande de los 90 volvió a la vida y durante tres años consecutivos tuvo como principal sede la ciudad de Chicago.

Invasión en la Patria Grande

En 2010 Farrell dio la gran noticia: El Lollapalooza saldría de América del Norte por primera vez. Primer destino elegido: Santiago de Chile. Las primeras bandas que encabezaron el cartel en aquella edición fueron The Killers, Kanye West, 30 Seconds to Mars y The Flaming Lips. En 2012 se repetiría el suceso, esta vez con Bjork, Arctic Monkeys, Foo Fighters y MGMT encabezando la fiesta.

No sería hasta el año pasado que Perry eligiera a la Argentina como destino plausible. La pregunta era si realmente el público local podía captar la esencia, en cierta forma, marginal del festival. La intencionalidad de trastocar la lógica de simplemente ir a ver dos o tres bandas fue siempre el alma del Lollapalooza.

Acostumbrados a festivales de dos bandas gigantes y un puñado de grupos satélites, los argentinos nos acercamos al suceso de extraño nombre (tomado de un episodio de Los Tres Chiflados y que significa “algo raro y curioso”) con desconfianza. Por empezar, se hacía lejos (“lejos”) de la Capital Federal. Un rock fundamentalmente macrocéfalo era lo que siempre nos convocaba. Y, sobre todo, generaba (y lo sigue haciendo) no ver bandas de estadio entre los nombres (muchas veces completamente ignotos) del cartel.

Si los Red Hot aparecían como única opción realmente masiva en un festival de más de 50 bandas, el panorama no resulta ser mucho mejor para los conservadores del rock este año: Jack White, Pharrell Williams, Calvin Harris, Robert Plant, The Smashing Pumpkins, Foster the People, Kasabian, Skrillex, Cypress Hill encabezan el cartel. Ninguna banda “de estadio”. No hay Rolling Stones, no hay U2, no hay Metallica. En la era de YouTube y Spotify el rock masivo se escurre entre los dedos y hay que buscar alternativas. Y por donde transita Perry Farrell los atajos son la única opción.

 

Iván Soler – @vansoler

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