Cultura

13 marzo, 2015

De picnic con los hermanos Strugatsky

Arkady y Boris Strugatsky son los autores de ciencia ficción más importantes de la ex Unión Soviética. Uno traductor y lingüista y el otro astrónomo y matemático, sus trabajos, siempre a cuatro manos, llegaron a ser conocidos en occidente sobre todo gracias a la fama de Stalker, el gran film de Tarkovski, basado en una de sus novelas.

Arkady Natánovich Strugatski nació en 1925 en la ciudad de Batumi, Georgia, mientras que su hermano menor, Boris Natánovich lo hizo en Leningrado (actualmente San Petersburgo), en 1931. Algunas de sus obras más conocidas son Ciudad maldita (1972), La segunda invasión marciana (1968) y Qué difícil es ser Dios (1964), de la que acaba de estrenarse una nueva versión cinematográfica del recientemente fallecido director ruso Aleksei German. Sus libros han sido editados en 42 idiomas en 33 países.

Aunque ya habían sido traducidos en “Occidente”, el mayor reconocimiento para los hermanos llegó después del estreno de Stalker (1979), la versión libérrima de Tarkovski sobre su Picnic extraterrestre (1977). En algún momento Arkady contó que tuvieron que escribir once versiones de guión hasta convencer al exigente director y que finalmente “en el proceso de trabajo (cerca de tres años) llegamos a la idea de que la película no tiene nada en común con la novela. Y en la variante definitiva de nuestro guión sólo quedaron de la novela los términos ‘Stalker’ y ‘Zona’ y el lugar místico donde se cumplen los deseos”. Stanislaw Lem, por su parte, optó por no darle pelota en cuanto al guión y dejar que hiciera una adaptación absolutamente personal de su Solaris en 1972, pero sin hacerlo laburar tanto a él.

Stalker es una obra maestra, indiscutiblemente. Pero lo es gracias a la magia visual de Tarkovski, porque en verdad el guión es muy elemental, bastante superficial en cuanto a la caracterización de los personajes y excesivamente pedagógico, intencionado. Están el Stalker como el intuitivo salvaje, el escritor humanista y cínico y el científico hiperracionalista. “Se contraponen el saber abstracto y neurótico de los intelectuales, y el vibrante del Stalker, que pugna por mantener la esperanza”, dijo Tarkovski en una entrevista.

Luego siguió sumando claves para ver su Stalker, explicitando que su intención era manejarse con arquetipos y símbolos, incluso con trazos gruesos: “Una crisis espiritual es un intento de encontrarse a sí mismo, de adquirir una nueva fe. Eso es de lo que trata Stalker. En términos generales, es el tema de la dignidad humana; de lo que es la dignidad y de cómo un hombre sufre si no tiene respeto por sí mismo. Aún cuando por fuera el viaje parece terminar en un fracaso, de hecho cada personaje adquiere algo de un valor inestimable: la Fe”. Y está claro que a a Andrei lo humano le parece lo suficientemente extraño como para encima meterse con lo extraterrestre. Así que, del mismo modo en que decidió casi no incluir en Solaris al homónimo planeta inteligente, en Stalker no se aborda el eje del primer contacto (el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad, según el profesor Pilman, uno de los personajes de la novela).

Pero en el Picnic hay mucho más. El camarada crítico literario Fredric Jameson habla de su “desazón” ante el tratamiento “artísticamente pretensioso” que le da Tarkovski a esta “asombrosa” novela de “extrordinaria densidad”. El maestro de la ciencia ficción (CF) Stanislaw Lem le dedica un capítulo entero en Microworlds a los hermanos y su picnic, mientras que Theodore Sturgeon, otro prócer del género, sostiene en el prólogo a la famosa edición de Emece de 1978 del Picnic: “En el peldaño más alto de la CF soviética figuran los nombres de Arkady y Boris Strugatsky. Los Strugatsky proponen que la Tierra experimente una breve visita de extraterrestres quienes dejan tras sí… bueno, desperdicios, digamos, como los que podríamos dejar usted o yo (en un momento de muy escasa conciencia social) tras un picnic junto al camino. Si agregamos la destreza de los Strugatsky, su flexible manejo de la codicia y de la lealtad, del amor y la amistad, la frustración, la desesperación y la soledad, obtendremos un relato soberbio que termina con el mayor patetismo, en lo que sólo puede considerarse una bendición. Nadie podrá olvidarla”.

Picnic extraterrestre (cuyo título original ruso, Picnic na obóchine, vendría a ser algo más parecido a “Un picnic al costado del camino”) transcurre en la pequeña ciudad canadiense de Harmont, uno de los seis puntos del planeta Tierra donde se han registrado, treinta años antes del inicio de la historia, “visitaciones” extraterrestres. Estas seis “zonas” de unos cientos de kilómetros cuadrados, han quedado inhabitables, invadidas por extraños fenómenos físicos y psíquicos. Hay graviconcentrados, jalea de brujas, vacíos vacíos y vacíos llenos, picacarnes, así así, gotitas negras.

Y también hay merodeadores (la maravillosa elección castellana para la palabra inglesa stalker) que entran a la Zona, militarizada y prohibida para los civiles, y arriesgan sus vidas para sacar objetos alienígenas que luego venden en el mercado negro. También hay bandas de fanáticos religiosos que los compran y devuelven por considerarlos demoníacos. Si un habitante de Harmont se muda a otra ciudad parece acarrear consigo improbabilidades estadísticas de todo tipo. Hay traficantes, hay científicos inescrupulosos, hay ganadores del Nobel desconcertados, hay muertos que vuelven de la tumba, hay trifulcas de bar, problemas de consorcio, policías corruptos, esposas abnegadas, bebida fuerte y comida calorífica…

En ese universo de clase obrera desclasada, marginalidad y tráfico de objetos alienígenas posiblemente mal utilizados por la ciencia y el comercio humanos, nuestro héroe chandleriano y antisocial es Redrick “Red” Schuhart, un merodeador de la vieja guardia, colorado como su nombre y camorrero como pocos. Al principio de la historia tiene 23 años y combina sus excursiones a la zona con un trabajo en el Instituto de Internacional de Culturas extraterrestres. Luego la Zona, “esa puta traicionera”, como suele llamarla, le hace pagar su precio. Se dice que los merodeadores no deben reproducirse, pero Red tuvo una hija, Monita. Cuando volvemos a encontrarlo, Red ya tiene 28 años y subsiste gracias al merodeo. Monita ya está mutando. Al fin, con apenas 31 años, encarará una última incursión hasta una región de la zona a la que nunca llegó antes, donde se dice que hay un objeto que concede cualquier deseo.

Está claro que el Picnic puede ser leído en una clave política que tenga en cuenta el mundo de la postguerra fría en el que fue concebido (hay críticos que dicen que la Zona es el capitalismo para los soviéticos, ese lugar desde donde llegan maravillas incomprensibles, y otros que afirman que es el gulag, espacio por el que sólo pueden circular contrabandistas y criminales), pero lo milagroso es que, más allá de la coyuntura, la novela propone una mirada tan humanista y universal que sigue funcionando igualmente bien en este mundo en el que ya el muro de Berlín es un lejano recuerdo.

La fértil mitología de la Zona ha generado, por supuesto, una progenie absolutamente diversa, que no siempre reconoce a sus antepasados soviéticos. Hay series de libros (una es la saga Metro) y de videojuegos (S.T.A.L.K.E.R. es buenísimo) de inspiración directa, una serie de TV llamada Zona, a estrenarse en 2015 en Rusia, y, por supuesto, decenas de lineales lecturas hollywoodendes de las que no vale la pena ocuparse.

Los Strugatsky tienen el mérito de ser los primeros autores rusos de CF traducidos al inglés y publicados en la canónica revista Amazing. Un planeta menor, descubierto en 1977, fue bautizado 3054 Strugatskia. Desde 1999 en Rusia se entrega el premio ABS, por las iniciales de los hermanos. Una de sus novelas también fue el primer libro leído en el espacio por los pioneros cosmonautas soviéticos. ¿Hace falta seguir sumando galardones?

No se puede afirmar taxativamente que Picnic extraterrestre sea la mejor novela de CF de la historia -más allá de que se la incluya infaliblemente en todos los top 100 de novelas del género obligatorias-, pero se puede discutir. Y además, sin dudas se trata de uno de esos libros que una vez conocidos exigen una relectura periódica. Como Red, los que la visitamos una vez no podemos dejar de volver a la Zona.

 

Pedro Perucca -@PedroP71

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