25 febrero, 2015
Relatos Salvajes, un capítulo de fútbol argentino
La última fecha del campeonato dio lugar a algunos Relatos Salvajes del fútbol local. La escena principal sucedió en Rosario, donde un técnico agredido fue el que terminó determinando si el partido seguía o no. La cultura del Aguante y la hipocresía.

No fue en caliente. No. Ya había podido pensar en el cómo de la victoria. El vuelo devino en aterrizaje y con él llegaron los periodistas. La luz de la cámara se encendió y se puso los auriculares. Habló con una sonrisa forzada, como si la victoria lo blindase, lo ubicara en otro lugar. Cuando el silencio del aire parecía indicar el fin, Bauza le agregó una oración más al postergado punto final: “Este equipo no va a jugar lindo”.
Bauza se olvida del espectador. No lo olvida, en verdad no lo tiene en cuenta. Pero la desestimación no es solo discursiva, en el terreno de juego su equipo habla por él. Él reirá frente a la cámara y hablará con los periodistas, nunca con los espectadores.
Obvio resulta comprender que lo más importante cuando hablamos de un deporte, en este caso el fútbol, son los protagonistas. Sin embargo, ya son muchos los años en los que los hinchas pretenden obtener un lugar entre los verdaderos actores. En esa fe que lo empecina el hincha actúa de mil maneras distintas y en ese juego se ve invisibilizado o construido como un loquito simpático e irracional.
Desde “el amor por los colores” el hincha quiere su lugar en un juego al que se han sumado el Estado, la política, los dirigentes y los periodistas. El hincha quiere llamar la atención, quiere protagonismo y en su afán asume las peores formas. Las formas de un fútbol violento, con una lógica que incluye racismo, homofobia, amenaza, violencia e impunidad.
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Rosario Central acaba de ganarle 2 a 1 a Tigre. El gol lo convirtió el repatriado Marco Ruben, en posición adelantada y cuando se llevaban jugados más de diez minutos de tiempo adicionado. Estos minutos demás no se debieron a un apagón inesperado de las torres de iluminación como en el partido Olimpo – Racing en Bahía Blanca, ni al ingreso de un perro escurridizo. No. Cuando iban 14 minutos del segundo tiempo, Gustavo Alfaro, entrenador del equipo de Victoria, recibió en la cabeza un proyectil arrojado desde la platea del equipo local.
El partido empatado en cero estuvo suspendido el tiempo suficiente para que Alfaro sea atendido, se recupere y finalmente sea consultado por el árbitro Ceballos si podía seguir dirigiendo a su equipo desde la línea de cal. El entrenador de Tigre le diría al hombre de negro entre una docena de personas que incluyen policías, particulares, jugadores propios y extraños que el partido no merecía ser suspendido “porque 60 mil no pueden pagar por un idiota”.
Luego del final, que incluyó una agarrada de cara al juez y un pedido de “mírame a los ojos”, Alfaro, entre la bronca por la derrota y la impotencia por lo sucedido, repitió ante las cámaras las mismas y exactas palabras del terreno de juego. Resulta paradójico que sea el entrenador el consultado por la continuidad del juego y que el árbitro no tenga la potestad de hacerlo. Pero más paradójico resultan las palabras de ambos entrenadores posteriores al partido.
Coudet, en conferencia de prensa, felicitó a Alfaro por “tener huevos”, en un claro ejemplo de la hipocresía que esconde el discurso del ganador en tiempos de ganar como sea y sin importar el cómo. En una clara demostración de cómo se puede justificar la violencia si total se ganó. ¿Acaso Coudet hubiese dicho lo mismo si el resultado era otro? ¿Cuál es la lógica que impera en el discurso de Coudet al referirse a los huevos de Alfaro? ¿Acaso la reflexión de Alfaro no encierra la misma lógica? La lógica del Aguante.
La reacción de ambos entrenadores los introduce en la tribuna. Es barra. Porque el “aguante” de Alfaro, felicitado y saludado por Coudet, habilita, abre la puerta a que aquel entrenador que por convicción y sin miedo decida suspender el partido (porque quedó claro que el árbitro no la tiene) ante una agresión sea tildado de pecho frío, maricón o lisa y llanamente de no tener aguante o huevos.
Federico Coguzza – @Ellanzallama
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