24 febrero, 2015
Irak, el país que no duerme
Irak, con sus más de 35 millones de habitantes, ha sido azotado por una de las mayores tragedias del nuevo milenio. Desde la invasión estadounidense en 2003 hasta la actual lucha contra Estado Islámico, el país árabe ha visto resquebrajado su tejido social y la inestabilidad política está a la orden del día.

La antigua Mesopotamia, “la tierra entre los dos ríos”, ha sido la cuna de algunas de las primeras civilizaciones de la historia humana, dando a luz logros culturales, científicos y filosóficos que han marcado el desarrollo humano. Hoy, allí mismo entre los cauces del río Tigris y el Éufrates, se encuentra Irak. Con sus más de 35 millones de habitantes, esta nación árabe ha sido azotada por una de las mayores tragedias del nuevo milenio.
La crisis política, económica y social que ha traumatizado al país desde la invasión estadounidense de 2003 ha resquebrajado el tejido social. El surgimiento y la explosiva expansión del Estado Islámico (EI) no es sino el último capítulo de este proceso, que se ha retroalimentado con la acumulación de tensiones sociales y étnico-religiosas que han puesto en entredicho la integridad misma del territorio.
En dos anuncios separados, el EI ha confirmado la brutal ejecución de 64 personas. De ellas, 43 pertenecen a efectivos de las fuerzas de seguridad iraquíes y los 21 restantes a prisioneros de guerra kurdos. Pese a sus retrocesos, o más bien, en respuesta a ello, el grupo yihadista ha reafirmado la dureza de sus métodos en las áreas que controla.
Guerra total
Al mismo tiempo, en la provincia occidental de Anbar, se estrecha el cerco que el EI ha impuesto sobre la base aérea de Ayn al-Asad, luego de haber expulsado a las tropas gubernamentales de la cercana localidad de Al-Bagdadi. En la base residen 320 militares estadounidenses, parte de la nueva misión enviada por Washington para asesorar y entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes.
Desde el comando de la coalición que encabeza EEUU para coordinar las operaciones aéreas contra el Estado Islámico se espera que a mediados de este año se pueda lanzar la ofensiva para recapturar Mosul, segunda ciudad más grande del país. Su caída bajo control del grupo, a mediados de junio del año pasado, conmocionó al país al tiempo que disparó una oleada de desplazados que huían de la persecución de los yihadistas.
Una comisión multipartidaria ha sido dispuesta para investigar los hechos alrededor de la caída de la ciudad. Se sospecha que, dado la desigualdad de fuerzas, el EI nunca hubiese podido realizar tal logro de no haber contado con la cooperación de elementos infiltrados en la ciudad, como también en los organismos estatales y de seguridad.
El resultado final de la ofensiva sobre la ciudad dependerá en gran parte del grado de coordinación militar y consenso político que puedan construir el gobierno central en Bagdad, el gobierno autónomo de la región kurda y las milicias y fuerzas tribales progubernamentales. Sin embargo, agendas disímiles, diferencias ideológicas, disputas territoriales y rencores arrastrados durante décadas suponen el principal obstáculo.
El hecho marca un gran precedente para el postergado entendimiento entre el gobierno central y las autoridades regionales kurdas. El rencor se retrotrae a la represión y las políticas de arabización y limpieza étnica que aplicó el régimen de Saddam Hussein en los años 90. A esto debe sumarse una larga disputa por la potestad sobre la explotación de las ricas reservas petrolíferas que posee el Kurdistán iraquí.
En el valle de los lobos
El combate contra un mismo enemigo alimenta las expectativas de dar pie al tan ansiado proceso de reconciliación nacional. Pero, conforme se estabilizan los distintos frentes, el gobierno debe lidiar con las denuncias de masacres cometidas por las milicias progubernamentales contra la población civil que reside en las áreas recientemente liberadas.
Semanas atrás, tras confirmar la victoria sobre el EI en la provincia de Diyala, los medios nacionales y regionales se hicieron eco de las denuncias de organismos de derechos humanos sobre el asesinato de más de 70 personas a manos de milicias progubernamentales.
Con la legitimidad del ejército quebrada y el caos general mermando su capacidad de operar, el gobierno se ha recostado en las llamadas Fuerzas de Movilización Popular. Estas suponen el esfuerzo del gobierno para dar un cauce institucional a los grupos armados que han florecido ante el vacío de poder que ha engullido al país.
Tras la caída de Mosul, el Gran Ayatolá Ali al-Sistani, máxima autoridad religiosa chiita en el país, publicó una fatwa o proclama religiosa donde confería el valor de un deber sagrado a la lucha contra el EI, llamando a todo hombre capaz a movilizarse.
De este llamado tomaron nuevo protagonismo organizaciones que se ubican dentro de un amplio rango; el cual incluye desde milicias locales de autodefensa hasta movimientos políticos y sociales, incluso con representación parlamentaria. Algunos de estos grupos hallan sus orígenes en la insurgencia que combatió a la ocupación norteamericana luego de 2003 y fundaron fuertes lazos de cooperación con la Guardia Revolucionaria iraní y su rama en el exterior, la Fuerza Quds.
Partidos y movimientos como la Organización Badr, han acumulado apoyo al ocupar funciones dejadas de lado por el Estado iraquí, como la seguridad y servicios sociales. Representativo del amplio poder que han alcanzado es el hecho de que Hadi al-Amiri, dirigente de la Organización Badr, ejerce también funciones como ministro de Transporte en el actual gabinete.
Los sunitas, aunque representan una minoría, ocuparon un lugar privilegiado en la dirección política y económica del país durante el gobierno del partido Ba’ath, de Saddam Hussein. Tras el derrocamiento de este, y como parte de la estrategia de los EEUU unidos por reconfigurar el país y “desbaazificarlo”, vieron perdido su status social ante la emergencia de la hasta entonces marginada comunidad chiita.
Al perseguir a quienes difieren de su interpretación y práctica del Islam sunita, el EI ha buscado profundizar las tensiones sectarias como forma de polarizar aún más a la sociedad iraquí y así capitalizar el odio y desconfianza entre sus partes para nutrir su propia agenda política.
Julián Aguirre – @julianlomje
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