Nacionales

18 febrero, 2015

La capacidad de dudar: los medios de comunicación y el 18F

Este miércoles la «marcha del silencio» recorrerá las calles de Buenos Aires y rendirá «homenaje» al fiscal Alberto Nisman. ¿Qué rol jugaron y juegan los medios de comunicación en esta causa? ¿Cómo y quiénes construyen los discursos que marcan agenda? ¿Con qué objetivos?

La marcha del silencio fue una demostración popular de desagrado y repudio a la masacre cometida contra opositores políticos en Colombia en 1948, encabezada por el prócer Jorge Eliécer Gaitán. El silencio era interpretado como un duelo, pero la movilización propició el asesinato de Gaitán y una rebelión del pueblo conocida como “El Bogotazo”.

Casi setenta años después, en Argentina alguien resignifica el nombre de la marcha para titular así una movilización que aglutina fiscales con pasados de corrupción moral y política y a los opositores al kirchnerismo más conservadores.

¿Y los medios qué?

Repetir que a las palabras se las lleva el viento es, cuanto menos, desconocer la fuerza que tienen los discursos. Lo que se dice puede “pasar de largo”, pero siempre existen conjunciones de palabras que tienen verdaderos efectos como para dejar a sus oyentes pensando en aquello que escucharon.

La pregunta que uno puede formularse, entonces, es ¿quién tiene la capacidad para hacerse oír de forma tan masiva como para que su discurso logre instalarse en las conversaciones de grandes sectores de la sociedad? Esto es lo que comúnmente se conoce como instalar agenda, y que sería lograr que además de que las personas hablen entre sí del clima en el ascensor, dediquen unos segundos a indignarse, sorprenderse y/u opinar sobre aquel tema reiterado en los medios o canales de información más concurridos.

La muerte del fiscal Alberto Nisman sigue hegemonizando la agenda periodística y ha vuelto a las charlas cotidianas una mezcla entre detectives novatos y potenciales estudiantes de abogacía. Lo conflictivo no reside en las opiniones inexpertas entre vecinos, si no en que esto sea moneda corriente en programas televisivos y la prensa gráfica. La necesidad de llenar hojas y minutos de aire produce irresponsabilidades y apuros que una vez puestos a circular, son difíciles de contrarrestar.

La (auto)atribución del periodismo de una función de justicia está exagerando ese rol. Si una investigación puede contribuir a la interpretación rigurosa de un hecho, bienvenida. Pero como la subjetividad de todo relato se encuentra evidentemente virada hacia uno de los sectores participantes, estamos frente a una demostración de poder e impunidad.

No faltan voces que se esfuerzan en demostrar las mentiras, las falsedades, los encubrimientos, las complicidades y que intentan poner cordura sobre la muerte del fiscal y su proceder. No estamos ante la falta de personas que desmonten la figura de héroe que se construyó sobre Nisman, un hombre que en su trayectoria como fiscal en la causa AMIA no supo darle una sola satisfacción a los familiares de las víctimas. El problema es más hondo e implica preguntarse quiénes hablan verdaderamente en una sociedad: quienes son escuchados atentamente y a quienes, en primera instancia, no se los cuestiona hasta que existan pruebas sobre lo que afirman o niegan.

La marcha del 18F es representada en los discursos mediáticos como un homenaje a Nisman, o como la manifestación desinteresada de la justicia que pide poder trabajar sin miedo. Genera impotencia la diferencia que se establece a la hora de analizar otro tipo de ocupaciones de las calles, como cuando los trabajadores cortan autopistas porque se han quedado sin su puesto de trabajo, o si se tiene que lamentar la desaparición de algún pibe de clase baja o el asesinato de un/a militante. Allí se evidencia que se asocia a la protesta con caos de tránsito o avasallar derechos individuales de la ciudadanía civilizada.

El silencio como bandera, en este caso, no pareciera remitir al duelo sino a una metáfora muy justa que les sale por la culata: es del silencio porque se trata de encubrir la corrupción del sistema de justicia argentino a partir de alzar un mártir ficticio. Es, también, del silencio, porque se dedican a juzgar impunemente a quienes no pertenecen a su casta aristocrática, manteniendo las voces de los excluidos así: fuera de circuito. Los medios de comunicación masivos son su mejor aliado, oscilando entre la desmovilización política, la desinformación y la representación excesivamente subjetiva de la realidad.

La delgada línea entre la mentira y la subjetividad

Imputada. Esa ha sido la palabra tendencia de la semana, en titulares estridentes, con tonos condenatorios. Nadie debería quitar importancia a la imputación por encubrimiento que se le atribuye a la presidenta Cristina Fernández. Pero, generar confusión entre imputación y condena es un movimiento de obvio deseo.

Estar imputado es estar vinculado a un delito, pero no significa estar condenado ni como cómplice ni como autor. La sinonimia que los diarios de mayor tiraje como Clarín y La Nación, y los noticieros del prime time, están generando entre imputación y condena es parte de las mismas jugadas por aglutinar el descontento con el gobierno a como dé lugar. Cuando el lucro es parte de cualquier tipo de producción, se pierde honestidad en favor de lo redituable.

Triste certeza, es esperable que la escalada desinformativa se agudice los próximos meses. La búsqueda de erosionar al gobierno de cara a las elecciones presidenciales pareciera la habilitación tácita para adherir a cualquier tipo de extorsión o chantaje con lo que se comunica. Así como para olvidar las imputaciones o procesos a otros políticos como Mauricio Macri con el caso de las escuchas ilegales, que casualmente espiaba, entre otros, a Sergio Burstein.

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Negar que existen modos de percepción y de consumo compartidos por los públicos al interior de una sociedad que comparte una cultura, es una necedad. Hay una enseñanza sobre cómo ser espectador en todos los momentos de la vida. La posibilidad de compartir notas, producciones independientes o información a través de Internet, no necesaria y linealmente implica mayor democracia de voces.

Enredar los discursos, las objeciones y las demandas, de manera que tan pronto se pida al Poder Ejecutivo que se mantenga al margen de la justicia o que se la regule, sin que estas contradicciones generen un rechazo masivo, vuelve evidente que quien tiene conocimiento, también tiene poder en una sociedad. Pero asimismo pareciera indicar que llanamente, el poder es poder: es una conclusión que no sonará científica pero la excesiva capacidad de poner a circular cualquier interpretación o información, nos habla de que no importa tanto lo que se sepa, sino de que se tengan los medios para reproducir lo que convenga, a gran escala. La capacidad para poner en duda lo que se consume, esa es la urgencia educativa cuando se habla de los medios de comunicación.

 

Ana Clara Azcurra Mariani, licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) – @serserendipia

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