13 febrero, 2015
Un juego de espejos
El último verano, largometraje de Leandro Naranjo, vuelve a estrenarse en Buenos Aires. Una buena oportunidad para asomarse a este mundo particular que logra un efecto realidad capaz de transformar al cine en una extensión simbólica de la vida.

Llega nuevamente a Buenos Aires la película El último verano, del director Leandro Naranjo. Forma parte de esa oleada de filmes que están llegando desde la provincia de Córdoba, en un fenómeno que parte de la crítica ha coincidido en llamar “nuevo cine cordobés”. El último verano cuenta el encuentro entre dos jóvenes en una calurosa noche de esa estación del año a partir de estrategias realistas que abren múltiples preguntas.
Quizá la forma de representación más complicada de pensar sea justamente la realista. Eufóricas discusiones entre cinéfilos, teóricos y realizadores todavía no logran llegar a una definición acabada, porque la relación entre el cine y la realidad es quizá el mayor problema de todos los que hacen cine. Ya es casi un lugar común decir que es imposible captar la realidad y que el cine no es ninguna ventana abierta al mundo. Pero sin embargo, cada tanto aparecen películas como El último verano que nos confunden. Y es necesario, otra vez, pensar en la representación realista.
En la película de Naranjo todas las situaciones giran alrededor de Santi, Juli y la siempre apasionante tensión entre dos que saben que está por pasar algo. Ese algo se va corriendo en el tiempo cada vez más y la tensión a veces se confunde con incomodidad. Sentados en el living de la casa de Juli, les está dando sueño. Hablan de lo esperable (“¡Cuántos libros tenés!”), pero ninguno de los dos quiere hablar de eso.
Después de ver cómo Santi es incapaz de darle el beso que tiene y que debe darle a Juli, muchos pensaremos “tal cual, es así”, “me ha pasado”. Y entonces, más allá de que sea una historia ficticia, de que Santi es una construcción y de todo lo que podamos seguir agregando al respecto, en El último verano hay realidad. La construcción formal nos da el famoso efecto de realidad, pero la película en su totalidad nos aporta realidad. O realidades.
Es real que el amor muchas veces es difícil. También es real el lugar que ocupa la cocina en las fiestas caseras. Es real el pasado virtual de los jóvenes de hoy y el MSN. En fin: de El último verano se desprenden realidades y en ellas radica lo realista de la película, que la excede en su forma y contenido. No importa que la historia no sea real, sino que se logre esa fraternidad con el espectador al proponerle el cine como extensión simbólica de la vida.
Al cine realista podemos pensarlo entonces como un espejo pero ya no frente a la realidad sino frente a otro espejo, uno que está frente a la realidad. Este juego de espejos, donde la realidad se va volviendo texto a medida que se va reflejando es uno de los efectos más gloriosos del cine, al que El último verano hace su humilde aporte.
El último verano se exhibe este viernes 13 a las 19 en el Palais de Glace (Posadas 1725). La función es gratuita.
Matías Marra – @wturbio
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.