Cultura

11 febrero, 2015

Cuando lo intratable es la política

Por Ana Clara Azcurra Mariani. A nadie se le ocurriría pensar que, por ejemplo, Jorge Coscia o Ricardo Piglia, conduzcan un programa acerca de la farándula o el “mundo” del espectáculo. Sin embargo, no resulta llamativo que conductores televisivos de aquellos espacios como Jorge Rial o Santiago del Moro se pasen de los escándalos de vedettes a los debates sobre las elecciones presidenciales.

Por Ana Clara Azcurra Mariani*. A nadie se le ocurriría pensar que, por ejemplo, Jorge Coscia o Ricardo Piglia, conduzcan un programa acerca de la farándula o el “mundo” del espectáculo. Sin embargo, no resulta llamativo que conductores televisivos de aquellos espacios como Jorge Rial o Santiago del Moro se pasen de los escándalos de vedettes a los debates sobre las elecciones presidenciales.

¿Qué tipo de política construye la televisión a partir de programas como Intratables? Es una pregunta para la que no tenemos respuestas concluyentes, pero si algunas líneas de reflexión.

“Un resumen de los temas del día, con informes especiales, debates en piso y la opinión de un panel de especialistas. Ágil, ácido, original, entretenido y con humor”

Siempre es útil comenzar prestando atención a como se presenta a sí mismo un producto o un sujeto ya que puede darnos pistas o indicios para su análisis. Con esas palabras se describe Intratables, el programa diario conducido por Santiago del Moro en el canal América.

Prestando atención a los aspectos formales, el programa es parte del empaquetado conductor-panelistas-invitados que la televisión de aire se ha acostumbrado a producir. De la descripción citada, podemos decir que no mienten con lo de ágil: las cámaras son movedizas, marean la visión, y el manejo del sonido se aboca a generar suspenso e impacto, jugando metafóricamente con la idea de inmediatismo, otro rasgo de este formato que prioriza velocidad antes que contenido.

Lo que no podemos concederles es que sean ácidos ni originales, salvo que por acidez se entienda un intento de generar suspicacia en los televidentes a partir de lanzarse acusaciones sin fundamentos entre panelistas e invitados. Y por originalidad la repetición cotidiana de conflictos artificiales (permitan la desconfianza), entre sujetos que se prestan a los mismos con plena voluntad.

Para muchos, ciertos productos de la industria televisiva no pueden tener el estatuto de cultura, ya que esta se la asocia a manifestaciones con mayores niveles de profundidad intelectual para su aprehensión (podríamos decir, con una mayor abundancia de significados o ideas puestas en juego para captar sensibilidad). Este tipo de cerrazón no deja de ser un problema.

La televisión es parte de la cultura de una sociedad, y si bien no la refleja directamente, al menos tiene entre sus objetivos instalar significados, opiniones, temáticas y etiquetas que construyan un imaginario relativamente común entre quienes participan como espectadores diarios. Intratables se ha volcado al tratamiento mediático de los procesos sociales y políticos y esto urge las reflexiones desde todas las aristas posibles.

Algunos ejes de entrada al programa:

1. No debemos caer en la trampa del receptor que todo lo desvía. Si bien es deseable que se sigan produciendo análisis de estos productos teniendo en cuenta la capacidad de reformulación de quienes los consumen, los productos tienen ciertos límites. Suena dulce creer en la infinita polisemia, pero las interpretaciones no suelen ser descabelladas ni el público está siempre interesado en oponerse a lo que ve y escucha, o en someter a comparación y análisis la información que circula. Ese tipo de práctica sigue perteneciendo, indeseadamente y como muestra de desigualdad, a aquellos círculos de sujetos que poseen tiempo, o que trabajan en ámbitos académicos o de investigación.

2. Informarse no siempre es adquirir conocimientos. Los programas configurados para repetir las mismas fórmulas periodísticas sea cual sea el tema que traten, ponen a circular ideas y conceptos pero no proponen herramientas suficientes para poder hilarlas, contraponerlas, compararlas. Sus discursos pueden estar generando más una zona de confort intelectual que un espacio de transformación mental en quienes cotidianamente los eligen para acercarse a los problemas de la política, la cultura y la sociedad.

3. El inmediatismo y la velocidad intentan dar efecto de un discurso directo, creíble y la necesidad del medio de saltar de tema en tema para mantener alta la adrenalina (el rating), no puede jamás brindar un debate rico sobre cuestiones tan complejas y sensibles como la pobreza, la educación, la salud pública, el mercado laboral o la democracia. Se pasa de las problemáticas estructurales del sistema económico a debates sobre la intimidad de un famoso y viceversa, manejando todo en un mismo nivel y registro discursivo -y de preocupación-. La misma idea de armar un panel de debate es falaz. No hay intercambio posible cuando se someten las ideas a un tiempo de duración generalmente no mayor a un minuto, ni cuando la contra argumentación se basa en un ataque personal al otro.

4. De lo anterior se desprende que no hay manera de que un “especialista”, investigador, científico o político, entre otros, que quiera aportar rigurosidad en esos espacios televisivos, lo logre. El formato en vivo maneja una legalidad propia: hace y deshace, no se compromete con nadie ni le interesa la responsabilidad sobre aquello que informa o para con quienes convoca. Así es que afirma el plantel de Intratables que posee imágenes sobre el fallecido fiscal Alberto Nisman que demostrarían que su muerte no fue suicidio, para luego tener que admitir que las mismas son parte de un montaje trucho, dejando entrever el compromiso de su periodismo de investigación. O se ofende en vivo su conductor, Santiago del Moro, con la legisladora de Nuevo Encuentro, Gabriela Cerruti, quien cansada de esperar su salida al aire decide retirarse ya que no avala que la sometan a opinar de lo que no conoce y fuera del horario pactado con la producción del programa.

5. Por último, es imprescindible poner en evidencia de nuevo lo ya evidente y desnaturalizarlo: estos espacios televisivos se ofrecen para las campañas políticas. No es esto en sí mismo el problema, sino que esos espacios se pagan: quien tiene dinero, puede masificar su imagen y será aceptado sin importar sus inconsistencias y contradicciones. No parece ser esto un síntoma de una disputa política democrática e igualitaria entre partidos políticos. El mercado empuja lo cultural, porque este espacio es en su dimensión masiva una industria y no un arte desinteresado de la lógica económica actual. Ya no quedan muchas prácticas que puedan pensarse por fuera del mercado y allí se ancla el debate entre el acceso y la calidad. No debería haber dicotomía sino complementación.

Desechar u omitir el análisis cultural de un objeto por considerarlo vulgar o de poca calidad, no permite un debate sobre lo que sí quisiéramos proponer para la televisión argentina ni tampoco la construcción de ciertos parámetros para evaluar productos que no caigan en el mero sentido común acrítico. No hay que ser lineales y sugerir que un programa con determinadas características nos devuelve públicos calcados a su imagen y semejanza. Pero tampoco se puede ser ingenuo: queda mucho por trabajar en el terreno de los medios de comunicación para generar una sana diversidad de pensamientos y opiniones en los públicos.

 

* Licenciada en Comunicación Social, UBA

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Notas