31 enero, 2015
Luciano somos
Por Mariel Martínez. Nosotros no somos todos. No somos cualquiera. Somos Ismael viviendo su juventud de rock. Somos Luciano negándose a robar para la policía. Somos su hermana, su mamá, somos sus amigos. Negros villeros somos. Somos lo que no se quiere ver.

Por Mariel Martínez. Ismael Sosa tenía 24 años. Era de Merlo, de bien al oeste del conurbano, de barrio de laburantes, de potreros, de mate en la vereda, de rock. Lo encontramos este viernes, muerto. Ahogado, nos dicen, planteándole un desafío burdo a la lógica más sencilla que nos imposibilita unir las últimas imágenes de Ismael intentando entrar a un recital, vivo, y las primeras de su aparición flotando en un río, muerto.
El hecho de que la maldita policía haya sido la que se lo llevó empezará seguramente a circular como un detalle, una aleación, una pista más para alargar el camino a encontrarnos cara a cara con los malparidos que se alimentan de la sangre de nuestros pibes.
Apareció Ismael, un día antes de que se cumplan seis años de cuando se llevaron a otro de nuestros pibes, Luciano Arruga. Sí, a Luciano lo buscamos seis años, seis largos años plagados de injusticia, de corrupción, de encubrimiento. También desafiando a la lógica, nos quieren hacer creer que Luciano cruzó mal la calle. Que el secuestro, el hostigamiento, la tortura, son tan sólo datos de una investigación viciada de mentiras. Que el accionar fatal de las fuerzas policiales pudo no tener del todo que ver. Que en Luciano, la General Paz, que en Ismael, el río.
Hace seis años, cuando Luciano desapareció, nosotros salimos a buscarlo a gritos. Nosotros, los que estamos acá abajo, los que vivimos pateando la calle que a otros les da temor. Y la oposición no chilló indignada, el oficialismo no disolvió ni intervino la bonaerense, la clase media no salió a hacer ruido exponiendo carteles pintorescos y los medios nos sospechaban de chorros, de villeros, de vagancia. No fue hace tanto: seis años. El tablero político no era muy distinto al que tenemos. Eran muy parecidas nuestras miserias, eran los mismos nuestros sufrimientos.
¿Qué es lo que hace que nos maten así? ¿qué diferencias tienen nuestras muertes de las de aquellos por los que la gente bien se rasga las vestiduras, desarma organismos oficiales, se desespera por la verdad? La reciente muerte de Nisman ocasionó la disolución de la ex side. Hace diez años, la de Axel Blumberg parió una serie de leyes que modificaron el Código Penal. ¿Qué vieja estructura mueve la muerte de Ismael? ¿Qué puso en cuestión la de Luciano?
Las respuestas son dolorosas, porque nuestras muertes no son como la muerte de cualquier argentino, claro que no. Intentan hacer con ellas lo que intentaron hacer con nuestras vidas: esconderlas, marginarlas, que se las lleve el río, que se las entierre sin nombre, que se las olvide a fuerza de ninguneo y de cansancio. Nuestras vidas no son como las de cualquier argentino, por supuesto que no. Viven y vivieron como una denuncia latente de que el sistema no anda, de que el Estado asesina, de que en vida y en muerte, los cuerpos los ponemos los pobres.
Nosotros no somos todos. No somos cualquiera. Somos Ismael viviendo su juventud de rock. Somos Luciano negándose a robar para la policía. Somos su hermana, su mamá, somos sus amigos. Negros villeros somos. Somos lo que no se quiere ver.
Este 31 marchamos por Luciano. Porque queremos justicia, porque tenemos memoria y porque a pesar de todo, tenemos esperanza. Porque no estamos dispuestos a que se sigan llevando a nuestros pibes. Porque necesitamos que se vaya bien a la mierda el Estado que tortura y asesina. Porque la policía no nos cuida, nos lacera, nos persigue, nos hace morir.
Ni por asomo somos todos. Somos una parte. La más grande. Somos la vida en la villa. El conurbano. Los que te construyen la casa. Los que juntan tu basura. Las que te limpian el living. Somos la pobreza. Somos la rabia. Somos la fulguración inmensa, poderosa, inevitable, que estás tratando de no ver.
Foto: M.A.f.I.A
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