5 enero, 2015
Centrofóbal solitario y letal
El recuerdo de un grande de la literatura, el periodismo y el fútbol. Ya pasó Navidad, pero se vienen los reyes. Junta pasto de algún potrero de plaza, ponelo al lado de los botines con los que despuntas el vicio y pediles que te traigan un libro de Osvaldo Soriano con sus mejores goles.

“Bajé la pelota medio con el pecho medio con la panza, alcancé a ver a mi padre que corría con el silbato en la boca, el traje bien abrochado y los zapatos blancos de polvo, y le di con alma y vida. El arquero seguía debajo de los palos, como tomando fresco. La pelota entró cerca del palo y como no había red cruzó la calle y cayó en el jardín, justo arriba de las amapolas”. Así definía Osvaldo Soriano cuando por las noches, entre pucho y pucho, escribía y recordaba aquellos partidos de fútbol que él mismo bautizó “chacareros” y lo tuvieron como protagonista en la árida y ventosa Cipolletti.
Allí, en Cipolletti, según Soriano los únicos entretenimientos eran el cine, “cuando había”, y el fútbol. Él soñaba con ser futbolista pero fue escritor y de San Lorenzo. “Nadie me hizo de San Lorenzo, pero yo nunca pensé en otro equipo, en otra camiseta”.
¿Pero qué caracterizaba a ese fútbol chacarero? Pues bien la ausencia de un reglamento, siendo el árbitro y su parecer, a veces tan desopilante como para anular un gol porque el partido era aburrido, la única ley posible.
Sin embargo, lo que más caracterizaba a ese fútbol, al fútbol que Soriano jugó y escribió, es que en la cancha habitaban el que no tiene chance alguna de formar parte de un once inicial y culmina relatando el partido de afuera, imitando las voces de los jugadores del equipo contrario para que el equipo del que no pudo formar parte pero en el que juegan sus amigos, saque provecho y el talentoso al que el pueblo admira pero que algunos miran de reojo.
En ese juego de potrero se amalgaman la justicia y la trampa sin prejuicio, la gloria y el fracaso, un árbitro que imparte justicia a los tiros y un director técnico, el Mister Peregrino Fernández, que llegado de Cali, Colombia, culmina en la selva luego de intentar revolucionar tácticamente a un equipo de pueblo y fracasar, incluso en sus predicciones.
Soriano cuenta partidos, no los describe. Soriano cuenta derrotas y victorias, y en cada una se aleja del tono canchero, más bien se acerca a la épica y al sentido del humor, que según sus propias palabras, tanto le faltaron a la solemne literatura argentina. Quizás, por ello, aparezcan en sus cuentos sobre fútbol, en las fantasías que éste le permite poner en juego, el general Perón, Stalin, Camus y hasta Jean Paul Sartre.
Con el Gordo, como con Fontanarrosa, la mujer no está ajena a las vicisitudes o a la suerte y desgracia de un arquero, un back central o un desconocido delantero de pueblo. La mujer no está allí para escuchar sobre lo que no sabe. Es parte de la historia, del posible amor si un penal es o no convertido, luego de que se suspenda por muchos días su ejecución. El primer amor y la relación con el primer gol convertido en la vida, el cine en la adolescencia.
Pero a lo ficcional de Las memorias del Mister Peregrino Fernández que situaron en los terrenos menos pensados un partido de fútbol, como al Mundial de 1942 que ganaron los Mapuches aunque ningún libro de historia de los mundiales lo diga, menos aún que aquella final con los alemanes la dirigió el hijo de Butch Cassidy, Soriano le suma por su fanatismo por el fútbol, el periodismo. Y ahí está Obdulio Varela, el reposo del centrojás, en donde el protagonista de una de las gestas más grandes de la historia deportiva, el Maracanazo, luego de narrar lo vivido durante la final del Mundial de 1950 asegura que hubiese preferido perder al ver la tristeza que había provocado en tanta gente. También están Gianella y Xarau, viejos ya, recordando el nacimiento de su querido azulgrana.
Osvaldo Soriano jugó, creó y montó partidos de fútbol allí donde nadie lo creyó posible. Seguramente lo que jamás imaginó es que un grupo de escritores italianos fundarían un club y que éste tendría su nombre: Osvaldo Soriano Football Club. Quizás algunos de estos escritores soñaron, antes de dedicarse a la literatura, que algún día podrían llegar a entrar a un terreno de juego, convertir un gol y gritarlo como lo hizo Soriano ante el temible equipo de Barda del Medio: “Antes de ir a recibirla a su espalda le vi la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado de los patíbulos. Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta y fui a festejar. Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis compañeros vino a felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de rodillas, mirando al cielo, como hacía Pelé en las fotos de El Gráfico”.
Ya pasó Navidad. Ya llegan los Reyes. Junta pasto de algún potrero de plaza, ponelo al lado de los botines con los que despuntas el vicio y pediles que te traigan un libro de Soriano con sus mejores goles.
Federico Coguzza – @Ellanzallama
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