12 diciembre, 2014
Hagamos cine, lo demás no importa nada
Un repaso de las producciones nacionales de este año abocadas al séptimo arte y una realidad certera: 2014 será recordado como un año sumamente saludable para el cine argentino.

Durante la noche del primer domingo del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata tuvo lugar un hecho que describe muy bien el actual momento que está pasando el cine argentino. En el Teatro Auditorium, por un lado, cientos de personas asistían a la función estreno de Jauja, la quinta película de Lisandro Alonso, protagonizada por Viggo Mortensen y largamente aclamada por la crítica europea y parte de la argentina que había tenido oportunidad de verla en Cannes. A unos pocos metros de allí, sobre la rambla que se amontona junto al Hotel Provincial y al aire libre, otro grupo de personas miraba en pantalla gigante de manera pública y gratuita Relatos Salvajes, tercer película de Damián Szifron.
Dos directores, dos formas de encarar la forma de hacer cine y dos maneras completamente opuestas de entablar una relación con el público. Esto da cuenta de una realidad certera: 2014 será recordado como un año sumamente saludable para el cine argentino.
Alrededor de 350 películas habrán sido estrenadas en los cines locales para fines de diciembre. 130 de ellas serán argentinas. Más allá de aspectos que refieren más a condiciones de producción y problemáticas de distribución que a la apreciación general de este escenario, un diagnóstico es claro: en el país hay ganas de hacer cine. Sin embargo es justo señalar que hay múltiples formas de llevar a cabo un encuadre en esas variadas cabezas llenas de ganas de contar historias.
La película que más resonó en los oídos del público masivo fue, se sabe, Relatos Salvajes. Aún así hay decenas de otros títulos que llamaron la atención por su originalidad, el renombre de quienes la realizaron o, también, lo desmedido de su promoción en relación a su resultado final.
Uno de esos títulos fue El Crítico, ópera prima de Hernán Guerschuny. Protagonizada por Rafael Spregelburd y Dolores Fonzi, toma la historia del crítico Víctor Tellez y su militancia contra el género romántico en la cinematografía como buena excusa para reflexionar sobre la gente que hace y piensa cine. Esta simpática (anti)comedia romántica tuvo una tibia asistencia durante las primeras semanas de su estreno pero sin dudas supo mostrar la audacia de su director para llevar adelante su primera historia. Con personajes entrañables como el de Sofía o el propio Víctor, dispone de guiños a obras que van desde Annie Hall de Woody Allen hasta A bout le souffle de Godard para sostener la filosofía de un amargado crítico que se topó con el amor.
Si de regresos se trata es indispensable hablar de Dos Disparos, del director Martín Rejtman. La premisa principal anticipa que el humor negro de este director es inoxidable: Mariano decide acabar con su vida. El método es sencillo, dos disparos en su sien acabarían con los problemas. Falla. Sobrevive. A partir de allí se desenvuelve esta historia de problemas clasemedieros al estilo Rejtman, quien ya cuenta con obras largamente recordadas como Rapado (1992), Silvia Prieto (1998) y Los guantes mágicos (2002).
Identificada en pantalla como una novia que clama por venganza, Érica Rivas también brilló en la parsimoniosa El Cerrajero. Dirigida por Natalia Smirnoff, la historia cuenta el inesperado don que recibe Sebastián (un Esteban Lamothe en ascenso), un cerrajero que, de un día para el otro, escucha las historias de sus clientes en su cabeza de forma completamente sobrenatural. Junto con el debut de Yosiria Huapirata y con una notable dirección de arte (a cargo de María Eugenia Sueiro, quien también trabajó en El Crítico), Smirnoff logra involucrarnos en este realismo mágico cada vez menos visto en las pantallas de una manera completamente eficaz en su segunda película.
Cuando ya parecía que el año cinematográfico llegaba a su final, dos nuevos viejos perros de la cámara avisaron que todavía queda un resto de 2014. Jauja, de Lisandro Alonso, dio el presente en el Festival de Cine de Mar del Plata y arrasó con la ovación de la crítica. Con un estilo provocador, la película protagonizada por Viggo Mortensen relata la historia de un expedicionario danés que, en una exploración por la patagonia de la Conquista del Desierto, encuentra el secuestro de su hija y enfrenta su posterior búsqueda. Tomas eternas, encuadres milimétricamente planeados y una puesta de cámara que desafía a todos.
En un estilo opuesto, la salvajía de José Celestino Campusano dio el presente en el festival y aguarda por un pronto estreno comercial para la última semana del año. El Perro Molina continúa la apuesta de Campusano por contar historias marginales, polvorientas, del otro que incomoden al cinéfilo clasemediero de Palermo Rúcula.
Aún planteando ese lineamiento casi político, su séptima película camina por una puesta de cámara diferente a la habitual, más prolija pero no por eso menos bruta. La obra cuenta la historia de Antonio, un hombre que camina al borde de la ley en sus años de decadencia y que, aún así, intenta mantener vivo el sentido de la amistad, lo férreo del honor y el respeto por la palabra. En el medio se interpone la historia del comisario Ibáñez y su esposa Natalia. Nada puede salir bien de ese triángulo de tragedia y crimen.
Muchos títulos más se suman a esta ínfima porción compuesta por diferentes propuestas autorales. Desde el clasicismo estético y narrativo de Szifrón hasta la brutalidad en los cuatro márgenes que rodean al encuadre de Campusano hay un abismo en el que se encuentran Ezequiel Acuña y su apuesta por los caminos del rock bonaerense en La vida de alguien, el tanque comercial de Muerte en Buenos Aires que poco le pudo ofrecer a la historia de los policiales en el cine, la apuesta por el 3D de Daniel de la Vega en su Necrofobia y, saludablemente, muchos títulos más.
Todo esto, como un fantasma, se hizo presente esa noche de domingo durante el Festival de Cine de Mar del Plata. Encerrado entre cuatro paredes, un cine construido a partir de planos de no menos de cinco minutos. Tras el muro, una pantalla gigante que apela a las influencias que van desde Cameron hasta Hitchcock. De un lado un director que, durante la conferencia de prensa, admite haberse sorprendido de que todavía quedaran personas que no se retiraron en el medio de la función. Bajo el cielo nublado, cientos de personas admirando, desde el piso o parados, las historias planteadas por un joven fanático de Carpenter.
Ambos, reverenciados por la crítica foránea y local durante todo el 2014. La ficción perdida, el artículo en el que hace poco más de un año Natanson se preguntaba dónde estaba la ficción que representara la década kirchnerista, encontró respuesta una noche que respiraba tormenta a orillas del mar.
Iván Soler – @vansoler
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