9 diciembre, 2014
La izquierda y el problema del poder
Por Ulises Bosia. Después de muchos años, en la izquierda y el conjunto de la militancia popular se comienzan a dar debates estratégicos que ponen en el centro de las preocupaciones la llegada al gobierno del pueblo trabajador.

Por Ulises Bosia. Después de muchos años, en la izquierda y el conjunto de la militancia popular se comienzan a dar debates estratégicos que ponen en el centro de las preocupaciones la llegada al gobierno del pueblo trabajador.
La lección de 2001 fue procesada: una inmensa y caótica fuerza social determinó la crisis del régimen democrático bipartidista nacido en 1983, sin embargo ya sea por la fragmentación o por vocación autonomista, desde la militancia popular no se estuvo en condiciones de construir una opción de poder que pudiera ocupar el vacío.
No es que no hubiera posibilidades: Izquierda Unida, Zamora y, sobre todo, la CTA, habían logrado un desarrollo significativo. Pero lo cierto es que a diferencia de otros países latinoamericanos que vieron caer a sus partidos políticos tradicionales, hundidos como capitanes de los barcos neoliberales que conducían, en Argentina hubo un inesperado recambio desde el interior del justicialismo liderado por Néstor y Cristina Kirchner. Quizás la errónea impresión de que el régimen democrático no tenía posibilidades de recomponer la situación desde adentro generó una demora que la historia no perdonó.
Visto desde ahora, se puede decir que en aquellos años en América Latina se abrieron dos grandes caminos: uno era el pregonado por el zapatismo mexicano, que se apoyaba en la idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder” y otro el planteado por Hugo Chávez, que ya en 1999 lograba llegar a la presidencia de Venezuela estableciendo de hecho la prioridad de alcanzar el gobierno para iniciar un proceso de cambio social.
Con el diario del lunes, es evidente la productividad de la propuesta bolivariana, que más adelante fue replicada también en Bolivia y Ecuador, y ahora, sugestivamente también por los españoles de Podemos, que tuvieron la “suerte” y, sobre todo, la capacidad de poder afrontar la crisis neoliberal en su país habiendo aprendido la lección suramericana.
Pero en nuestro país no puede ser subestimada la influencia de las ideas zapatistas, que empalmaron con la antipolítica de una clase media serialmente desilusionada y empobrecida y una clase trabajadora excluida hasta del yugo del trabajo. Una enorme militancia social, que más adelante dio lugar a experiencias de izquierda social e independiente con grandes dificultades para asumir los cambios de la realidad política, fue quizás su principal resultado, pero también pueden verse sus efectos en la CTA, que tardó demasiado en construir un instrumento político en condiciones de capitalizar la referencia de lucha contra el neoliberalismo que había logrado acumular, y abriendo un recorrido de crisis que culminó con su división. Y ni hablar de Autodeterminación y Libertad, que más temprano que tarde desperdició un capital político rápidamente acumulado.
Las organizaciones sobrevivientes de la izquierda peronista, tal vez por matriz ideológica, fueron las que más fácilmente se adaptaron a la nueva situación política determinada por el surgimiento del kirchnerismo y dejaron atrás la externidad al sistema político que habían expresado en experiencias como la de “501” para pasar a engrosar las filas del oficialismo.
El 2015
La hegemonía del kirchnerismo, consolidado desde 2008 como la versión argentina de los gobiernos posneoliberales de nuestro continente, condenó a la militancia popular o bien a integrarse a los partidos tradicionales del oficialismo y la oposición, o bien a la marginalidad política. Y el resultado de esa situación fue que se abortara cualquier discusión sobre la llegada al poder de un gobierno popular.
Para unos se reeditó la vía de acceso al gobierno como parte minoritaria del justicialismo, para otros la marginalidad se naturalizó y finalmente en los casos más graves se proyectó una alternativa opuesta a la del oficialismo pero como parte de una oposición reaccionaria. Lo concreto es que en todos los casos se archivó el debate sobre la posibilidad de un gobierno de los trabajadores y trabajadoras de este país.
Con el final del gobierno de Cristina en pocos meses, y una sucesión en el Frente para la Victoria que perfila como principal candidato a Scioli, a lo que se suman las principales opciones opositoras claramente a su derecha, la discusión en el campo popular empieza a abrirse nuevamente, de cara al inicio de una nueva etapa política en nuestro país. Además, el telón de fondo del debate es un modelo económico que parece haber agotado las posibilidades de una convivencia entre gran rentabilidad empresarial y mejoras sustanciales de las condiciones de vida del pueblo trabajador, lo que preanuncia la llegada de alguna variante de “neodesarrollismo sin populismo”.
En particular este debate surge desde el Partido Obrero, principal fuerza del Frente de Izquierda (FIT), que como afirmó Altamira en el Luna Park, adoptó la propuesta del frente único de los partidos de la clase trabajadora con la idea de que “las oportunidades históricas se aprovechan” y de que “nosotros no somos una secta iluminada a la espera del día final, por lo cual, si hay un desafío concreto, tenemos una respuesta política concreta, y si el desafío es la intendencia de Salta tenemos un planteamiento político concreto”.
Ahora bien, este planteo convive con una lectura apresurada de un cierre del ciclo histórico del dominio peronista en la clase trabajadora. Como afirmó Altamira “es el final definitivo de la clase obrera argentina como columna vertebral de un cerebro capitalista”, abonando a las lecturas que celebran el final del kirchnerismo. Si fuera así sería muy difícil que sus principales organizaciones militantes hubieran llenado los estadios de Ferro, Atlanta o Argentinos Juniors, o que la presidenta mantenga altos niveles de aprobación social cuando resta sólo un año para que se retire del gobierno.
Y por otro lado es forzado trasladar la política salteña al plano nacional. Un país con una estructura social muy compleja como la Argentina, naturalmente genera representaciones políticas variadas con un sin fin de matices en el nacionalismo popular, la izquierda y la centroizquierda. Es muy difícil que una sola de estas propuestas logre la hegemonía política, y lo que es seguro es que los gobiernos populares latinoamericanos históricamente accedieron al poder mediante coaliciones y frentes.
Patria Grande, organización política que logró emerger del declive de la izquierda independiente y social mediante un planteo de poder, es quien plantea con más claridad en el debate una estrategia frentista más amplia que dé cuenta de la experiencia kirchnerista y de la complejidad de la realidad nacional: unir a la izquierda kirchnerista, a la centroizquierda reunida alrededor de la experiencia de la CTA y a la izquierda clasista del FIT en un frente electoral como alternativa ante el giro conservador de la política nacional.
Pero también otros sectores de izquierda y centro izquierda hacen propuestas de unidad como Unidad Popular, el PCR o el MST, aunque en general restringidas a un espacio político antikirchnerista, o peor aun, a una fracción de este espacio. Incluso el PTS e Izquierda Socialista, los otros integrantes del FIT, que por ahora no están dispuestos a una apertura del espacio, lo asumen como una instancia frentista imprescindible.
Bienvenido este debate, que no tiene fecha de vencimiento en el 2015, y que recupera las mejores tradiciones de las izquierdas de nuestro país.
@ulibosia
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