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19 octubre, 2014

Luciano Arruga: ¿Cómo vencer la impunidad?

Por Juan Manuel Erazo. Alguien dijo una vez que la justicia, al igual que las serpientes, solo muerde a los descalzos. Luciano estaba descalzo cuando fue atropellado, Luciano era joven cuando fue atropellado, era pobre y de los barrios populares de Matanza. Luciano es el descalzo, la justicia una lenta serpiente.

Por Juan Manuel Erazo. Alguien dijo una vez que la justicia, al igual que las serpientes, solo muerde a los descalzos. Luciano estaba descalzo cuando fue atropellado, Luciano era joven cuando fue atropellado, era pobre y de los barrios populares de Matanza. Luciano es el descalzo, la justicia una lenta serpiente.

Durante 5 años y 8 meses sus familiares y amigos fueron los protagonistas de una inclaudicable lucha que hizo de su silueta stencileada en las paredes el símbolo de toda una generación de jóvenes. El caso Arruga fue la revelación inmediata de una práctica sistemática que era –y sigue siendo- moneda corriente en los barrios populares de Matanza y el resto del conurbano bonaerense: el reclutamiento de jóvenes pobres que para engordar las filas de las redes delictivas armadas por la policía.

Desde el día de su desaparición comenzó la tenaz batalla de sus familiares, quienes tuvieron que nadar a contracorriente en un mar de ninguneos e incertidumbres. Enfrentaron las presiones de un municipio con tres fuerzas represivas actuando en su interior (Policía Bonaerense, Policía Municipal y Gendarmería Nacional) y la torpe lentitud de una justicia que no responde ni rinde cuentas ante los pobres.

¿Basta con decir que la primera fiscal que tuvo la causa, Roxana Castelli, cedió la investigación a la misma policía que había secuestrado, torturado y ocultado a Luciano? No, no basta, ya que a esto se suma el prejuicio de la fiscal Celia Ceja que comenzó la causa sembrando un manto de sospechas sobre Vanesa Orieta, hermana de Luciano, y Mónica Alegre, su madre. Ni hablar de la lentitud del juez Gustavo Blanco que, no solo negó las pruebas que ha regañadientes se habían conseguido, sino que cajoneo la causa durante cuatro años hasta que se “dignó” a cambiar la carátula de “averiguación de paradero” a “desaparición forzada”, sumando el pase a un fuero federal. El Estado tenía que reconocer que había un detenido-desaparecido en democracia.

Luego de esta conquista la batalla continuó. Si Luciano había sido detenido-desaparecido por la policía era necesario el cierre del destacamento donde había sido torturado y el juicio y castigo a los policías implicados, todos ellos identificados con nombre y apellido: Néstor Díaz, Ariel Herrera, Martín Monte, Oscar Fecter, Daniel Alberto Vázquez, Damián Sotelo, José Márquez y Hernán Zeliz. Nuevas fuerzas comenzaron a acompañar el camino de Vanesa y Mónica, desde organizaciones políticas hasta organismos de derechos humanos, sin olvidar cada uno de los aportes individuales que comenzaban a aunarse en uno solo, en una misma causa. Es así que comenzaron las marchas, los acampes, los masivos festivales en el destacamento.

A pesar de tanta marcha inclaudicable, las instancias con el municipio y el intendente Fernando Espinoza se habían agotado, la reunión con el gobernado Daniel Scioli había sido una simple foto para los diarios, la presidenta Cristina Kirchner negaba los desaparecidos de la década ganada, y tanto el secretario de DD.HH. de nación, Martín Fresneda, como su par provincial, Guido Carlotto, sólo se encargaron de burlar a la familia con promesas incumplidas.

Pero la marcha de los que buscaban verdad y justicia ya era incontenible. En octubre del año pasado, luego de tolerar un sin fin de idas y vueltas, los familiares de Luciano, espacios de derechos humanos y organizaciones políticas y sociales tomaron el destacamento policial de Lomas del Mirador e iniciaron una vigilia por tiempo indeterminado. Los motivos eran claros: por un lado, era necesario que se avance de una vez por todas con los peritajes que se habían iniciado dos años atrás (y que fueron revelando elementos muy importantes para seguir con la causa) y por otro lado, debían asegurarse que una vez terminado este procedimiento, la casa sea entregada de una vez por todas a la familia para poder trabajar desde allí el problema de la violencia institucional. Luego de 33 días de vigilia, todo se consiguió.

A días del 24 de marzo del 2014, la impunidad sobre el caso de Luciano se hacia oír una vez más: el ministro de seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Granados, había reincorporado a los ocho efectivos de la Policía Bonaerense implicados en la desaparición forzada de Luciano. Sin embargo, el 15 de julio la búsqueda por la verdad obtuvo una nueva conquista para superar este trago amargo: la Cámara de Casación aceptó que se de curso al hábeas corpus presentado por sus familiares, el Estado Nacional debía hacerse cargo de brindar una respuesta. Este hecho abrió un nuevo escenario en la causa.

El pasado viernes, mediante una conferencia de prensa en la sede del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky irrumpió diciendo que «fue identificado el cuerpo de Luciano Arruga, seis años después de su desaparición». Luciano había sido atropellado en Gral. Paz y Emilio Castro, y luego enterrado como NN. Inmediatamente los medios masivos de (des) información se olvidaron del detenido-desaparecido y se ocuparon de cubrir solo al atropellado. Luciano nunca había sido hostigado y torturado, el Estado nunca había decretado la inacción voluntaria sobre el caso. Era todo un invento de zurdos que querían culpar a la policía a como de lugar.

Pero ante esta batería de tergiversaciones, sus familiares saben bien que hacer, básicamente lo que vienen haciendo hace casi seis años: no bajar los brazos. «Vencimos. Mi objetivo era encontrar a mi hermano y lo encontré», manifestó Vanesa casi al borde de las lágrimas. “Cinco años y ocho meses pidiendo que se busque a Luciano y logramos con la aceptación de un hábeas corpus dar con el cuerpo de un pibe enterrado como NN. Eso nos tiene que replantear un conjunto de cosas como sociedad: el poco valor que se da a la vida de los jóvenes pobres”. Sin dudas se cierra una etapa y se cierra una consigna (la de su aparición con vida). Sin embargo el piso de conquistas es enorme e histórico, la cara de Luciano es la mayor bandera que tiene nuestra sociedad a la hora de repensar los años de desidia y mirada estigmatizante que recae sobre los jóvenes pobres.

¿Por qué esto sale a la luz hoy? ¿Por qué se oculto tanto? ¿Por qué jueces, fiscales y funcionarios siempre miraron para otro lado? ¿Hay alguna maniobra política detrás de esto? ¿Por qué casi seis años? Son muchos los interrogantes. Pero hay un factor común insoslayable en todas las posibles respuestas: Luciano estaba descalzo, Luciano era pobre. Y muchos saben qué hacer, qué decir, cómo seguir luchando.

El caso de Luciano formó a todo una generación que hoy comprende que la impunidad es una ciénaga que cierra todos los caminos, que así no se puede vivir, que así no se debe morir. Muchos son ahora los que no van a descansar mientras los hijos de los ricos se entierran en cementerios privados y los hijos de los pobres son NN.

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